
El Auckland City, un club modesto de Nueva Zelanda integrado por obreros, vendedores y jóvenes estudiantes, enfrenta uno de los mayores desafíos de su historia: competir en la renovada Copa Mundial de Clubes de la FIFA, un torneo dominado por equipos millonarios y futbolistas superestrellas como Lionel Messi y Kylian Mbappé, entre tantos otros. El club neozelandés fue encuadrado en el denominado grupo de la muerte, junto al Bayern Múnich, Benfica y Boca Juniors, pero lo hace en circunstancias muy distintas a sus rivales.
El contraste es notorio: mientras sus rivales tienen plantillas valuadas en millones y entrenan con dedicación exclusiva, varios integrantes del Auckland City no pudieron siquiera viajar a Estados Unidos para disputar el torneo, debido a que sus trabajos fuera del fútbol les impidieron obtener el tiempo libre necesario. El entrenador interino Paul Posa, a cargo del equipo por la ausencia del técnico titular Albert Riera, explicó a The Sun: “Todos los jugadores tienen otros trabajos además de sus compromisos futbolísticos” y añadió: “Tienen una dedicación extraordinaria al fútbol fuera de sus horas de trabajo”.
A su vez, el DT reveló que “los jugadores han tenido que tomar vacaciones anuales en sus trabajos. Algunos no tuvieron tiempo de asistir tanto a la Liga de Campeones de la OFC como al Mundial de Clubes”. Es por esa razón que el equipo neozelandés tendrá varias bajas para afrontar el evento en Estados Unidos.

El plantel del Auckland incluye conductores de carretillas elevadoras, un vendedor de bebidas gaseosas, agentes inmobiliarios, profesores, estudiantes universitarios y hasta un gerente de almacén. El propio capitán, Mario Ilich, trabaja en el departamento de ventas de Coca-Cola y confesó a The Guardian: “He tomado todas mis vacaciones anuales para este viaje, así que no iré de vacaciones con mi pareja este año, eso es seguro”.
En un torneo que reparte mil millones de dólares en premios y donde todos los focos suelen apuntar a los colosos europeos, la presencia del Auckland City se convierte en una curiosa excepción. Los jugadores no perciben salario alguno por su labor futbolística. La legislación local pone un tope de 150 dólares neozelandeses semanales –poco más de 90 dólares estadounidenses– para gastos básicos, como la membresía del gimnasio.
El delantero Angus Kilkolly, quien promedia un gol cada dos partidos en sus más de 120 apariciones con el club, contó a la agencia AFP: “Es probablemente el grupo de nuestros sueños”. Kilkolly describió la sensación de medirse con leyendas del fútbol: “Poder jugar contra esos equipos es un sueño. Estar en el mismo campo es una locura”.
El día a día de los jugadores dista por completo de la rutina profesional. Kilkolly ejerce como gerente de ventas de una firma de herramientas eléctricas y detalló: “Llego a la oficina a las 7:30, trabajo, entreno tres o cuatro veces por semana, llego a casa a las 21:00, me acuesto y otra vez desde el principio”. Para poder acompañar a su club durante casi un mes en Estados Unidos, se vio obligado a pedir vacaciones sin goce de sueldo: “No es fácil, son cuatro semanas. Pero como no tengo cuatro semanas de vacaciones anuales, me tomo unas sin sueldo”.
A pesar de que las posibilidades deportivas son mínimas y el sorteo les deparó a algunos de los rivales más poderosos del planeta, el plantel mantiene viva la ilusión. “Es bonito soñar que podemos volver a ser tan competitivos”, manifestó Posa, aunque reconoció con franqueza: “Somos realistas ante el reto”.
El Auckland City ha dado la sorpresa en otras ocasiones. Su ciclo más recordado fue en 2009, cuando el club finalizó en un inédito quinto puesto bajo la guía del propio Posa. Lo que parece claro es que la aventura de este grupo amateur quedará marcada en la memoria del fútbol mundial. El asistente técnico Adria Casals lo resumió al diario The Guardian: “Siendo sincero, no sé si hemos visto nunca un enfrentamiento como este en el deporte. Pero solo podemos jugar el partido que tenemos delante”.
En un torneo plagado de figuras internacionales, el espíritu amateur y familiar de Auckland contrasta con la ostentación del evento. Kilkolly concluyó: “Si podemos irnos de allí y decir: ‘Jugamos a nuestro estilo, lo hicimos lo mejor que pudimos’, es una perspectiva positiva. Si nos vamos con remordimientos, diciendo: ‘No hicimos todo lo posible’, sería un sentimiento amargo”.
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