La extradición de Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, volvió a poner a Colombia en el centro de la escena narco. El líder de los Urabeños llegó a ser calificado como un criminal de la talla de Pablo Escobar por las autoridades internacionales. Pero, además de los hombres comandados por Úsaga, existen otras bandas criminales que ponen en jaque la estabilidad colombiana. ¿Cuáles son y cómo operan?
EL FINAL DE ESCOBAR
En un megaoperativo policial, y después de que la DEA le hubiera puesto un precio de 6 millones de dólares a su cabeza, el 2 de diciembre de 1993 Pablo Emilio Escobar Gaviria fue encontrado y asesinado por el Bloque de Búsqueda: una fuerza de élite colombiana integrada por miembros del Ejército, la Policía y los servicios de inteligencia, con colaboración de la CIA y el FBI.
Los años previos a su muerte, Pablo supo comandar el cartel de Medellín y se convirtió en el rey mundial del tráfico de cocaína. Al mismo tiempo, su organización regó de sangre y muerte las tierras colombianas y llegó a tener ingresos anuales por más de 22.000 millones de dólares.
Pero, tras el abrupto final y el posterior desmantelamiento del cartel de Cali, liderado por los hermanos Rodríguez Orejuela, el mapa narcocriminal colombiano dejó un vacío de poder que era codiciado por otras bandas.
Las FARC, el ELN y los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) dejaron de lado los coqueteos con el mundo de las drogas y comenzaron a disputarse un negocio que les brindaría dinero fresco para su organización: lejos de cualquier tinte ideológico, la disputa pasó a ser por el control de los cultivos, su procesamiento en laboratorios clandestinos y las rutas de distribución de la cocaína.
A partir de ese momento, todo cambió. Desde el comienzo de los 2000, los carteles mexicanos que históricamente habían estado subordinados a los narcos colombianos, pasaron a ser los nuevos capos del negocio.
LOS HEREDEROS DE PABLO
A partir de una ley de Justicia y Paz sancionada por el presidente Álvaro Uribe en 2005, muchos narcos históricos quedaron fuera de escena, pero aparecieron nuevos actores.

Las “bandas criminales”, también conocidas como “bacrim”, se hicieron dueñas del narcotráfico en Colombia. Pero no solo tomaron el control de eso, sino que también se quedaron con el juego clandestino, la prostitución y el tráfico de armas; además, regentean lo que llaman “combos”, oficinas de cobro que utilizan para la extorsión de comerciantes y ganaderos. Atomizadas, distribuidas a lo largo del territorio y sin una estructura jerárquica, las bacrim se distribuyeron por todo el país.
Ya sin Pablo ni los Rodríguez Orejuela, salieron a la luz los nuevos jefes del crimen: Los Rastrojos y Los Urabeños, también conocidos como “Clan del Golfo”. Los Rastrojos tuvieron presencia en 23 de los 32 departamentos de Colombia y llegaron a ser considerados en 2010 como el grupo criminal más poderoso de ese país.
Sin embargo, tras la caída en desgracia de su líder y su posterior entrega voluntaria en Estados Unidos para ser enjuiciado, quedaron fuera de juego.
Sus mayores rivales, Los Urabeños, no perdieron esa oportunidad: se convirtieron en una organización de alcance nacional y, su jefe, Dairo Antonio Úsaga se convirtió en el nuevo Patrón narco en tierras cafeteras.
Los Urabeños llegaron a contar con unos 1200 miembros “en su primer nivel de mando” dedicados al control de las zonas rurales vitales para el narcotráfico. Reclutaban informantes locales que revelaban acciones de las fuerzas de seguridad en zonas con puertos marítimos naturales a lo largo de la costa del Caribe, o en áreas donde compraban la pasta base de coca.

A fines de 2021, el gobierno colombiano anunció la captura de Úsaga y dijo que el hecho solo era comparable con la caída de Escobar en 1993. Hace solo unas semanas, el presidente Iván Duque firmó la extradición del capo narco a Estados Unidos.
UNA HISTORIA SIN FIN
En 2020, según estadísticas de Estados Unidos, Colombia alcanzó una cifra récord de 245.000 hectáreas sembradas de hojas de coca, y varios sostienen que, en el marco de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC, la política de sustitución voluntaria de cultivos no dio los resultados esperados por lo que se intensificó, en los últimos años, la erradicación forzosa.
Hoy, el tamaño del negocio es tan grande que ya no son necesarias grandes estructuras ni líderes del porte de Pablo Escobar, el hombre que dejó un oscuro legado todavía sin solución.
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