
¿Qué es la Navidad? Es una festividad religiosa. Cristiana, más precisamente. ¿Esto quiere decir que solo la festejan los cristianos? Por suerte, no. Aunque también se volvió una fiesta asociada al consumo, la compra de regalos, etc. Por su ubicación en el calendario, se la vincula con el fin de año y los recesos que, en nuestra América, anticipan las vacaciones de verano.
Sin embargo, ¿puede haber algo del sentido de la Navidad que se pueda transmitir a los que no son religiosos? Vale la pena intentarlo, por lo menos para no quedar tomados en la licencia para comer y beber hasta que el hígado diga basta. En términos generales, los rituales van de la mano de alguna regulación; hasta sus excesos (como un sacrificio) tienen algún tipo de norma y un cuidado.
En el mundo sin religión, los excesos son por el exceso mismo. El pasaje del mundo de los rituales al laico, en un primer tiempo continuó apoyándose en reglas de conducta que le daban a la vida un sentido –sobre todo a partir de valores (por ejemplo, los del humanismo clásico). En nuestra sociedad actual, ¿qué no se puede profanar en nombre del beneficio y el sacar provecho?
Tal vez por esto hubo, en los últimos años, un regreso fuerte de la espiritualidad. No me refiero a la cultura New Age, como tampoco a la terapéutica de Autoayuda, que ya estaban de antes, sino a la búsqueda de una trascendencia y no solo a la intención de aliviarse y estar con uno mismo. Una conversión, a la religión que sea, tiene como propósito rectificar la vida que se perdió en un extravío.
La religión es la búsqueda de un lazo y la expectativa de una comunidad. Las ganas de salir de las pertenencias restrictivas –la protección y el cuidado cerrados sobre sí, al amparo de instituciones y organizaciones de membresía excluyente– para abrirse a un nuevo camino de transformación personal.

Una religión no es una secta. Independientemente del credo, puede funcionar como una secta un espacio de trabajo, un club de futbol, una asociación o agrupación que divide con el fin de segregar. Una religión es la búsqueda del restablecimiento de los vínculos, con Dios y con los demás, en función de un modo de vida comunitaria –esto es, para plantear la pregunta por lo “común”, con quienes son parte y con quienes no.
En una sociedad agrietada y fragmentada, como la nuestra, en la que se habla mucho de lo colectivo, la comunidad está en crisis. Pensar la religión en este contexto no es proponer un conjunto de creencias como fundamento del lazo con los demás, sino un modo de vida que se comparte.
¿Qué es la Navidad? La celebración de un nacimiento. En diferentes culturas hay ritos de re-nacer, de fenómenos naturales y de héroes y dioses; pero en la Navidad se trata de que nace un niño. Más precisamente, en Navidad nace un hijo. Un hijo para la salvación, cuya vida se ofrendará como reconciliación.
Dejemos de lado la cuestión de la muerte de ese niño, así como su renacimiento, porque para eso falta todavía. Concentrémonos hoy en la circunstancia de su llegada al mundo; esta puede ser una forma de investigar el sentido de la Navidad, para quienes son religiosos y para los que no, pero quisieran que este sea un día con mayor espesor.
Quiero decir que no voy a ser yo quien explique el sentido de esta celebración, sino que lo dilucidaremos a través de la lectura abreviada de tres escritores. Curiosamente, dos de ellos no son cristianos. Uno es ateo, el otro judío. Del tercero no conozco lo suficiente, aunque tengo la impresión de que alguna religiosidad tiene.
El evangelio según Saramago
El primer escritor que tomaré será Saramago y su imponente novela El evangelio según Jesucristo. ¿Qué llevó a un ateo confeso a escribir más de 500 páginas sobre la historia de ese tal Jesús nacido en Nazaret? Este evangelio está atravesado por cierto humanismo trágico, a diferencia de los bíblicos, más concentrados en la difusión de la buena nueva.

Saramago no pretende convencer a nadie de la existencia de Jesús, pero sí mostrarnos a un hombre real, injustamente perseguido, en un mundo ambicioso e inclemente. El libro tiene como proemio una descripción de un viejo grabado de Durero, sobre la crucifixión, que en la voz del narrador se acompaña de la creación de un tono: a veces los hechos no son como se creen, muchas veces nos apresuramos a juzgar y hay culpas con las que toca cargar.
Leamos el pasaje dedicado al nacimiento: “El hijo de José y María nació como todos los hijos de los hombres, sucio de la sangre de su madre, viscoso de mucosidades y sufriendo en silencio. Lloró porque lo hicieron llorar y llorará siempre por ese solo y único motivo”. Un hijo que nace como cualquier otro…
Sin embargo, inmediatamente Saramago pone en el centro de la escena la matanza de los niños en Belén. En esta versión, José se entera y corre para salvar a María y a Jesús. Podría haberle avisado a los demás, pero tuvo miedo. Su acto ya está condenado: tendrá que cargar con esa culpa, que lo perseguirá en sueños.
La narración continúa: con la muerte de José, es Jesús quien hereda la culpa del padre. En este punto, Saramago no cede en la estructura narrativa –el Jesús de Saramago es como una especie de Raskolnikov (protagonista de Crimen y castigo, de Dostoievski)– que sale en busca de un destino. Este evangelio es una novela, es decir, es la historia de alguien que actúa para saber quién es.

Tal vez le falta un poco de alegría a este relato, pero Saramago es Saramago. Tiene el don de la gravedad y la virtud de ilustrar cómo los conflictos no se resuelven, sino que se aceptan y se avanza con su tensión. En una escena muy bella, Jesús conversa con Dios y el Diablo y escucha cómo uno le dice al otro que no podría perdonarlo, ya que sin el Mal tampoco hay un Bien.
Uno de los puntos más conmovedores de esta novela es cómo se da un pasaje entre una versión de Dios y otra: José es un hombre piadoso que siempre considera que todo ocurre por designio Divino; el joven hijo de Dios, en cambio, será el primero en interrogar la voluntad de su Padre. Jesús es un hijo rebelde, cuya vida está al servicio de que la relación con Dios no sea de mera obediencia, sino de consagración.
¿Qué es la Navidad para Saramago? Una oportunidad para redescubrir el sentido de una vida difícil, en la que el sufrimiento no es eliminable; en la que, si alguien busca la existencia auténtica, va a pasarla mal, pero también así sabrá de qué está hecho. Saramago escribió un evangelio, no para introducir en la fe cristiana, pero sí para situar cómo esta converge con la pregunta por lo humano en un mundo decadente.
El evangelio según Mailer
Si el libro de Saramago se lee con una voz impersonal, El evangelio según el hijo, de Norman Mailer, usa directamente la primera persona de Jesús. El narrador del evangelio de Saramago es un hombre de nuestro tiempo, que hace referencia a episodios actuales, para que estén en tensión anacrónica con los sucesos relatados. Mailer encarna a Jesús.

¿Quién es Norman Mailer? Lo que algunos críticos han llamado “judío iconoclasta”, es decir, un librepensador, polemista, sin pelos en la lengua y con vocación controversial. No obstante, es de notar que este sea uno de los libros que menos escandalizó; tal vez porque se dedica a retratar un Jesús cercano y muy humano. El recurso de la primera persona permite que se lo vea en sus vacilaciones e inquietudes, de un modo que produce empatía.
Asimismo, seguramente para evitar la infatuación, Mailer alterna su relato con diversos pasajes de la Escritura, que le dan un registro documental. Esta fidelidad, le da permiso para la variación sin recaer en el sacrilegio. Si el Jesús de Saramago es un personaje torturado, el de Mailer es un muchacho piadoso y decidido a la bondad (para seguir con la comparación con Dostoievski hecha más arriba, su modelo podría ser el del príncipe idiota).
Por otro lado, si el Jesús de Saramago se reconoce como hijo de Dios a partir del efecto de su vínculo con José, dada la transmisión de una deuda; para Mailer cobra más relevancia la relación ambivalente con la madre. En este evangelio, Jesús es “carpintero, hijo de María”, punto en el que la figura de José aparece reabsorbida en el hijo. Es interesante cómo cada escritor encuentra su modo de narrar a Jesús; en Mailer no hay nada de la huella paterna.

Si Saramago es prácticamente displicente con María, aquí la mujer es principalmente la madre del conflicto. A riesgo de sonar vulgar, con perdón de los lectores católicos, diría que Saramago construye un Jesús neurótico en tensión con la figura paterna y Mailer una especie de adolescente que tiene que librarse del yugo de la demanda materna.
En boca de Mailer, Jesús dice: “Yo no podía entender cómo mi madre podía desear una vida así para mí. […] no era siempre fácil entender a mi madre”. Si el Jesús de Saramago se planteaba la pregunta “¿Cuál es la voluntad de Dios?”, el de Mailer –con una especie de giro psicoanalítico– se interroga “¿Qué quiere mi mamá?”.Ahora bien, más allá de estas simpáticas discordancias –que muestran cómo cada quien narra con su propio fantasma–, me interesa subrayar un episodio puntual en el evangelio de Mailer: el encuentro con la adúltera, que estaba por ser apedreada. Esta es una escena que se cuenta de un modo diferente, pero con un propósito específico.
“A pesar de mí mismo, contemplé por fin a la mujer tomada en adulterio. Como temía, era hermosa. Los huesos de su cara eran delicados, y sus cabellos le caían sobre la espalda. Con arte se había pintado los ojos. Era dulce, aunque su boca era orgullosa y tonta…”. De repente, Jesús se está tentando.
“Se me brindó una visión de esta mujer en el tufo del pecado. ¡Y con un extraño! […] ¿Era ella, entonces, tan diferente del Hijo del Hombre? Él también debía aproximarse a todos los extraños. Sí, era posible que ella estuviera cerca de Dios mientras las manos del Diablo abrazaban su cuerpo. Su corazón podía ser uno con Dios, aunque su cuerpo estuviera cerca del Diablo”.
De este modo, el planteo de Jesús de que sea perdonada –“El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”– no nace de una valoración moral abstracta, sino de que él mismo pueda sentirse inclinado a pecar. No se trata aquí de un principio de pureza o de proporción (no le hagas a los demás lo que no te gustaría que te hagan) sino de una compasión profunda que detiene el juzgamiento.
¿Qué es la Navidad para Mailer? Una época de perdón, pero no una en la que hacemos borrón y cuenta nueva; es un momento de contrición, de verdadera implicación personal en el mal que hemos hecho y en el que podríamos cometer (“el pecado está en el corazón”) para perdonarnos. Jesús trajo al mundo una reconciliación que, si requiere que todos nos pensemos como pecadores, es para que nadie se quede afuera –de la comunidad. El Dios devenido hombre (que en Mailer tiene complejo Edipo y se excita de un modo casi incestuoso; por eso en su relato la adúltera termina siendo María Magdalena) propone una nueva comprensión: “El amor no es el camino seguro que nos conducirá a nuestro buen fin, sino que es, en cambio, la recompensa que recibiremos al final del duro camino que es nuestra vida”.
El milagro de la Natividad
Para concluir esta trilogía, mencionaré la novela Los años perdidos de Marcelo Caruso. Se trata, en este caso, de un autor argentino –al que conocimos popularmente a partir de que ganara el Premio Clarín en 2019.

En la tradición local, la recreación de la historia de Jesús no es una novedad. Podríamos mencionar como antecedente El Evangelio según Van Hutten, de Abelardo Castillo, que propuso la hipótesis del hijo de Dios como un subversivo vinculado a los esenios del desierto (cuestión que también está sugerida en los libros de Saramago y Mailer).Supongamos que esto último fuera cierto, ¿por qué creeríamos que la modificación de la verdad histórica le quitaría certeza a la Revelación? Estos evangelios muestran cómo cada escritor tiene una versión de Jesús, en función de sus propias preocupaciones literarias y –por qué no– personales, pero ¿no es el Mesías alguien capaz de presentarse de distinta manera para cada persona?
Vayamos a la novela de Caruso, la más hermosa de la tres. No sé si él es un autor que profesa alguna fe, pero de lo que no tengo dudas es de que la suya es una novela religiosa. Si el Jesús de Saramago adolece de complejo paterno y el de Mailer tiene una fijación materna no elaborada, el de Caruso es mucho más inquietante.
Por un lado, retoma la primera persona y, respecto de José, le hace decir a Jesús lo siguiente: “Entiendo que no pueda quererme del mismo modo que a mis hermanos: no soy su hijo, y su mujer, mi madre, nunca le otorgó el poder de un padre verdadero sobre mí”.
El Jesús de Caruso es algo así como el hijo de una madre soltera, que además tendría un tipo de afección: “Aunque me llevó en su vientre y me parió entre lágrimas de dolor, es tanto o más extraña para mí que el resto de la gente del poblado […]. Habló de mí, de episodios que no recuerdo porque era demasiado niño, o porque solo sucedieron en su imaginación”.
Alcanzan estos dos párrafos para acusar de herejía a Caruso, pero ¿no es su versión una que se ajusta más a nuestros tiempos? Podríamos pensar el pasaje entre Saramago, Mailer y Caruso como un escenario que expone la progresiva declinación del Nombre Paterno en el mundo occidental.
Ahora bien, dije que la novela de Caruso era la que me parecía la más religiosa de las tres. ¿Por qué? En un capítulo se cuenta el encuentro entre Jesús y una mujer embarazada que está sola. Jesús la acompaña y, en cierto momento, el parto se precipita. Leamos:
“No hubo tiempo de buscar mejor refugio que una modesta enramada junto a un arroyo, al pie de las estribaciones. La bajé del caballo y la acomodé sobre las mantas. La vi desde sus piernas, en su adentro. Cada gemido entre sus pujos sacó a la luz algo de mí. Me conmovió que la primera experiencia humana fuera el trabajoso sufrimiento de surgir. […] Cuando llegó el momento, mojé mis dedos en su agua y sentí cómo, en un derrame repentino, un pequeño pez rojizo cayó sobre mis manos […]. Los llantos del niño sacaron a la luz también algo de mí, y me vi con extrañeza, naciendo en ese nacimiento.”

La mujer le cuenta que es adúltera. “Tú no me juzgas, lo sé, por eso puedo contártelo”, le dice. Así se recrea, una vez más, ese episodio que antes vimos cómo versionó Mailer. Luego Jesús bautiza al niño y reconcilia a la mujer de regreso a su hogar. La mujer le pone su nombre al niño. “Pensé, emocionado, que quizá existían los milagros”, dice Jesús y, luego, sigue con su camino.
¿Qué es la Navidad para Caruso? El milagro del nacimiento. Ese nacimiento, cada uno de los nacimientos, en que viene Jesús al mundo para ofrecer reconciliación. ¿Es en lo más extraordinario que aparece Dios, o en las cosas simples? ¿Quién va a nacer con cada niño que nazca en este mundo? ¿Quién va a velar por los hijos que no tienen padres que se ocupen adecuadamente de ellos?
Y esto es independiente de los recursos económicos, porque lo que está en juego en el mundo actual es la crisis de las capacidades simbólicas y de las funciones parentales. En la Navidad se celebra el milagro de la vida que nace y requiere lo simple del cuidado materno y la protección paterna. Jesús, como Dios hecho hombre, fue primero el niño que nació para la salvación.
Jesús no bajó de una nube, no se materializó en el fuego, no llegó como desconocido, sino que nació de una mujer y en el seno de una familia. Quizá la familia haya cambiado en estos años –podemos pensar en sus variaciones–, pero no podemos menospreciar su valor y su condición divina.
(Bandas) tributo a Jesús
Jesús goza de salud en el mundo literario. A las tres novelas mencionadas, se podría agregar Sed de Amélie Nothomb, Yo soy Jesús de Giosuè Calaciura, El hombre que murió de D. H. Lawrence, La sombra del padre de Jan Dobraczynski, El testamento de María de Colm Tóibín, Biografía de la luz de Pablo D’Dors y muchas otras más que multiplican los covers de Jesús como si fueran peces y panes.
Cada autor narra con una perspectiva, que tal vez importa menos por la variación que introduce que por el modo en que se pudo apropiar de la vida del hijo del Hombre para dar un testimonio. Podría decirse incluso que Jesús es un modo de narrar la vida.
Necesitamos a Jesús para poder hablar del modo en que nos pasan las cosas; para entenderlas y, sobre todo, entendernos de un modo plenamente humano. Jesús es nuestro amigo más íntimo, es una manera de llegar a un Dios vital y que nos ama.
Ya lo dijo él mismo en el Evangelio de Juan: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
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