“El río que escribo”: Luis Gusmán cuenta lo que las palabras dejan en el agua

El pasado jueves 11 de diciembre en la Biblioteca Ricardo Güiradez el autor de “El frasquito” y de tantas novelas presentó el nuevo libro de Graciela Aráoz. Infobae Cultura reproduce aquel texto

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"El río que escribo“, el
"El río que escribo“, el nuevo libro de la filóloga, poeta e investigadora argentina Graciela Aráoz

El río que escribo es el nuevo libro de la filóloga, poeta e investigadora argentina Graciela Aráoz. En sus páginas, explora el amor y el desamor, centrándose en las complejidades de la condición femenina tanto física como emocional.

Desde la publicación de Equipaje de silencio en 1982, la poesía de Aráoz se ha caracterizado por su capacidad para formular afirmaciones que cuestionan y preguntas que iluminan lo incomprensible. En El río que escribo, la autora mantiene ese estilo, empleando el “yo” y el “tú” con una voz poética reconocida por su autenticidad.

El libro se presentó el jueves 11 de diciembre en la Biblioteca Ricardo Güiradez. La acompañó el escritor y psicoanalista argentino Luis Gusmán, el autor de El frasquito y de tantas novelas. A continuación, el texto de Gusmán.

La filóloga, poeta e investigadora
La filóloga, poeta e investigadora argentina Graciela Aráoz, autora de "El río que escribo"

Palabras al río

“En éste, un pequeño río en algún lugar del mundo, no importa dónde la victoria estuvo a la vista”

(Derek Walcott)

Los ríos suelen tener nombres que se imponen a una ciudad, a un pueblo, a un paraje, y los bautizan.

La lista es interminable, casi un catálogo, un vértigo de las listas, diría Umberto Eco. Es posible parafraseando el título de Graciela Aráoz: El río que escribo, cada escritor quiera escribir su río.

Comencemos, ya que somos bienvenidos en esta biblioteca, a la sombra de Güiraldes y don Segundo, con el río Areco, afluente del río Baradero, y un brazo del río Paraná. Como advertimos: un río, es una anatomía.

En esta anatomía mitológica partimos de dos ríos: El Estigia y el Aqueronte que separaban a los vivos de los muertos y conducían las almas al inframundo.

Prosigo con el Nilo del que, modernamente, A. Christie se lo apodera en su novela: Muerte en el Nilo.

En el Támesis, ya lo tenemos al Marlow de Conrad, planeando cómo va a atravesar el río Congo para llegar al corazón de las tinieblas. Faulkner, el Mississippi comienza en el vestíbulo de un hotel de Memphis Tennessee. Kafka en su diario, cada día cruza el Moldava. Todo el Danubio está en el libro de Magris. Joyce lo lleva a la lengua, las aguas liffeantes del Lifey.

El escritor Luis Gusmán. (Crédito
El escritor Luis Gusmán. (Crédito Prensa Feria del Libro)

Un poema de Marina Tsvitàieva dedicado al poeta Alexander Block: “Mi río con tu río/mi mano con tu mano”.

El Ebro, es vivir y morir en Madrid.

En el Amazonas está en Aguirre o la ira de Dios. En el inolvidable libro de Guimarães Rosa: Gran Sertón Veredas, el río San Francisco nace en el Estado de Mina Gerais y después de atravesar todo el Sertón y recorrer miles de kilómetros, desemboca en el Atlántico.

En esa corriente que arrastra el río, cito un verso de Raúl González Tuñón: “Puente Alsina /te corta el Riachuelo -como un barbijo”.

El río de La Plata, según Mallea, está junto a la ciudad inmóvil. El Paraná se lo disputan Quiroga y Juan L. Borges dice, “donde un oscuro río pierde el nombre”. Saer escribió un río, al que volvió geográfica y literariamente oceánico: El río sin orillas.

Yo, quise hacer mío, un río que ya era de muchos.

“Fue un 17,

octubre del 45.

Mucho pueblo cruzó un río,

llamado Riachuelo.

La memoria patria,

no necesita,

teñir de rojo el almanaque.

Solo una gesta,

o una cita amorosa

hacen de un número,

una fecha.”

Para que estos versos sucedieran, tuvo que escribirse un poema de Luis Tedesco: “Aquel corazón descamisado”.

Elijo para hablar del libro: El río que escribo, el bello título de Severo Sarduy; Escrito sobre el cuerpo, y recuerdo estos versos de Paul Eluard: “El agua/ como una piel/que nada puede herir”.

Sí, la piel del río. Sí, porque en la topografía del libro de Graciela nos encontramos que en el poema: Ríos en la piel, en su recorrido, el río se pluraliza. Lo cito: “De una tristeza a otra/crucé con las lluvias/unas cuantas orillas/ con piel y pecho abiertos/nadé por ríos y más ríos/hebras de tantos alfabetos/ se dispersan, se desvanecen, enredan/en los signos del agua/donde aprendo a descifrar los sonidos del canto/la lluvia/es la única que puede escribir las palabras/ que aún no dijimos”.

El Riachuelo, agua e historia.
El Riachuelo, agua e historia. (Jaime Olivos)

Sí, en el agua hay signos; sí, hebras de muchos alfabetos. Basta leer una poesía para escuchar lo que las palabras escriben en el agua.

En De un cuaderno la prosa se inmiscuye en este libro, y me recuerda las conversaciones de La Maga y Oliveira caminando a orillas del Sena. Transcribo un fragmento: “Quizás, como la intuición de Oliveira el Cielo es algo que no está encima de la Tierra, sino en la superficie de ésta, pero a cierta distancia, al cual uno se acerca de manera similar a como los niños juegan a la rayuela”.

La novela, la poesía, el cine, la fotografía, se disputan el río, ya sea quieto o en movimiento. Cuando ruge y cuando duerme.

El libro: El río que escribe de Graciela Aráoz se mete en el río, escribe en el agua, y en las paredes escribe el pecado de amar.

Sí, el rio escribe. Basta dejar fluir esta frase de Joyce: “Es un intento de subordinar las palabras al ritmo del agua”. Quizás, ninguna frase más pertinente para el libro Escrito en el río, que hace bailar las palabras.

Este libro de Graciela baila como se baila al compás de ese Danzón porteño de Alfonsina Storni. “danzar tu tango/ entre haraposas luces/ a las barcazas locas del Riachuelo”.

O Alicia Genovese: “Napas geológicas de la memoria/en la napa oscura del río, mezcla”.

Como decía el poeta de La tierra baldía: “Mezclad, adulterad de todo”.

Si recordamos el cuento de Poe: La carta robada, una carta siempre llega, fatalmente, a destino. También sucede en el poema: Carta en el agua. Donde el río tiene nombre, como el joven Werther.

Entonces, aparecen las palabras que más me gustan de este libro: las palabras embarradas. Cito: “Te escribo y me escribes en el espacio donde habitan/redes de arcilla/palabras en el barro/ escribimos con humo en el agua/ese caracol con la perla dentro/lee/ los sonidos del Tajo en cuya cuenca los nombres/ dan vueltas y vueltas/llegan al Danubio/Werther los espera para librar en el cuerpo de ese río/ los movimientos del agua, las miradas del texto/y con los nombres bailar el baile/de todos los ríos”.

Sí, un rio cambia el nombre. El Danubio se continúa en otro río escrito, el Tajo, Y hasta podemos avizorar que, en la Otra orilla, la próxima parte en que el libro de Graciela continúa, se titule: RIO QUINTO, SAN LUIS, después.

Quiero continuar con un verso del poema Estrategia de un secreto en que se cita con Truman Capote. Podría haber sido en: Música para Camaleones, pero fue en Desayuno en Tiffanys. Cito el poema: “Al igual que en Desayuno en Tiffanys/una mujer le regala palabras”.

Otro poema escrito en el río: El loro y los espejos, porque un rio tiene algo de espejo. “en aquel río/ no creo ya suicidarme, voy a esperar/que alguien/ conmigo baile”. Este Corazón sencillo como Felicitas y el loro de Flaubert, van a bailar al ritmo de las olas, y su corazón va a latir al ritmo de las cartas.

Acude entonces, y me suenan estos dos versos de: La mujer de rojo: “Ya no está el puente/ está el río”. Es cierto, las palabras, son un puente.

Voy a citar una frase de Luis Chitarroni acerca de un libro, casi un quiasmo, en que el río lo ocupa. “Así, en historias que fluyen, que se oyen como un rumor precioso, una entonación inconfundible, la oscuridad del rio pierde toda tentación alegórica…”.

Escrito en el río prescinde de la alegoría, el río, es un verbo, una acción acuática, que corre y atraviesa los poemas. Las citas no son una memoria erudita, sino una cita con cada rio que te escribe y sobre esa superficie sobre la que se escribe.

En: Amaneceres rojos, reaparece la carta: “En las olas, una carta/ se ven algunas palabras”.

Sí, me corrijo, en este libro, hay música para camaleones, dado que: “Esta mujer regala palabras”, que bailan.