
Hace dos años y medio que Branislava Stojanovic vive en Argentina. “Estoy bien acá. Me gusta, me gusta mucho”, dice con su acento balcánico. Hoy sus obras se encuentran en la tienda del Museo Nacional de Arte Decorativo y en la tienda de Amigos del Bellas Artes. Su historia empieza en Kragujevac, Serbia, donde nació en 1983. Luego, a los 15, se instaló en una academia de Belgrado para estudiar diseño industrial y de interiores.
Tenía 19 años cuando llegó a Roma a estudiar Bellas Artes. Estuvo allí seis años hasta que conoció a su actual pareja, quien trabaja para la Embajada Italiana. “Él me preguntó si quería que vayamos juntos a un país. Elegimos Mozambique, donde estuvimos cuatro años. Después fue Rumania. Volvimos otra vez a Roma y después Moscú, y empezó la guerra. En menos de un año tuvimos que dejar Rusia. Volvimos otra vez a Roma”, cuenta.

Entonces llegó la idea, la vaga idea, de cruzar el Atlántico y conocer América del Sur. Un país les llamaba la atención: Argentina. “Vivimos muchos cambios, nacieron mis hijos. En esos diez años se frenó mi creación, pero desde el primer mes en Argentina, cuando encontramos la casa y todo, para mí fue muy natural volver a crear”, cuenta.

“Me gusta Argentina porque tengo nuevas inspiraciones en este país, que de alguna manera es europeo. Es como Europa, pero la naturaleza es un poco distinta, más salvaje. Y también el pueblo tiene una energía más fuerte que los europeos, que son más tranquilos y más serios. Acá la gente es más alegre. Tiene otra energía para divertirse, para vivir. Esto para mí fue una inspiración grande. Los argentinos son hospitalarios y amables. Me la hicieron muy fácil”, asegura.
Lejos quedaron los años de la infancia y la temprana adolescencia, pero en la memoria siguen vigentes. “Viví la guerra, viví la pobreza. Estuve en aquel período de Serbia”, recuerda. Ahora, en Argentina, muestra con orgullo sus más recientes obras. Son joyas. Las hace, cuenta, “usando materiales reciclados”. “Por ejemplo, vidrio de frascos o plástico. Cosas que después no sirven, solo para dañar el planeta. Entonces, yo lo uso otra vez, lo pinto, lo corto y hago estas joyas”, dice.

¿Sus influencias? Muchas. “Estudié escenografía y diseño. Al vivir en distintos países encontré diversas culturas y mentalidades. Pienso que esto influye mucho, porque cuando pinto uso mucho el retrato, y en el retrato se notan las emociones de las personas. Mi pintura es figurativa, pero también experimento mucho. En la pintura también pongo objetos de escultura y es como más interactivo. Llegué experimentando. También hago decoraciones de muebles antiguos y piezas únicas”.

¿Por qué dedicarse al arte? “Porque el arte da emociones”, dice sin vueltas. “Una persona que usa mucho la parte matemático-racional del cerebro usa menos la parte intuitiva, la memoria fotográfica, la que nos ayuda a ubicarnos en el espacio. Ayuda también a entender más las personas. Pero lo más importante es que nos da emociones; no solo el arte figurativo, también la música, el teatro. Los colores también influyen mucho en el estado de ánimo, y a sentirse mejor: producen las hormonas de felicidad”.
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