“¡Ese es mi marido!”: por qué la pareja es el “gran” problema del siglo XXI

Del odio al amor, entre la rutina, la infidelidad y la intensidad emocional. Así retratan las novelas de Rumena Buzarovska y Maud Ventura al romance de nuestra época, la del post-matrimonio

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La nuestra es la época
La nuestra es la época del post-matrimonio. La pareja es el “gran” problema del siglo XXI. Ya sea por la inestabilidad vincular de que varias personas testimonian, o bien por las opciones de relación que surgieron en los últimos años y que no se basan en la pareja (Imagen ilustrativa Infobae)

La semana pasada les contaba a mis hijos que, hace no mucho tiempo, había en la tele un programa al que iban personas a buscar con quien casarse. También hubo otro al que ya iban parejas y competían en función de quién conocía más al otro. Entonces, ante una pregunta era necesario que uno se levantase con un cartel y dijera “Esa es mi mujer” (o “mi marido”).

Mucho antes, hubo un programa que se llamó Matrimonios y algo más. Hoy cada tanto veo algún capítulo en YouTube. Es como leer una novela soviética, de un mundo que ya no existe. Todavía recuerdo esa novela argentina que fue un best-seller: Bodas de cristal, de Silvina Bullrich.

Bullrich escribió esta novela en 1951. En sus páginas, una mujer despierta y mira a su marido dormir. Desde esa escena, recuerda el pasado juntos. Recuerda a las amantes que le conoció: la solterona que lo esperó hasta que se fue con uno que de verdad la quería; la jovencita que se volvió loca y perdió la vida; con distancia, ella mira esos vínculos –desde la seguridad que le da su rol de esposa– y narra los diferentes lugares que una mujer ocupa para un hombre.

Como contraparte, habla de su propia vida sentimental; qué la une con su marido, cuando ya no es el amor lo que sostiene la pareja. “Por encima de todo un matrimonio es eso: un inmenso secreto que se llama intimidad”, dice la narradora con suma lucidez. Bullrich es una escritora injustamente olvidada (ya lo dijo Cristina Mucci). Por ejemplo, es capaz de hacer una distinción tan sutil como la siguiente:

“Yo me creía fuerte, capaz de resistir a los ataques del hombre más perfecto del mundo; recuerdo que juzgaba con severidad a las demás mujeres; me parecía que ningún marido podía llegar a cometer un acto bastante monstruoso como para servir de justificación a la infidelidad de la mujer.”

“Por encima de todo un
“Por encima de todo un matrimonio es eso: un inmenso secreto que se llama intimidad”, dice la narradora de "Bodas de cristal" de Silvina Bullrich (Crédito: Wikipedia)

Y aquí distingue entre la infidelidad por venganza y el descubrimiento de un nuevo deseo que no es incompatible con amar a un hombre (al que un poco se odia). La complejidad de las distinciones psíquicas que hace la convierten en una verdadera psicoanalista o, como se decía antes, una sabia conocedora del alma humana.

Después del matrimonio

La nuestra es la época del post-matrimonio. La pareja es el “gran” problema del siglo XXI. Ya sea por la inestabilidad vincular de que varias personas testimonian, o bien por las opciones de relación que surgieron en los últimos años y que no se basan en la pareja.

La inestabilidad vincular, por ejemplo, se reconoce en la creciente tendencia a la seducción sin compromiso, pero también en las que de un tiempo a esta parte se llaman “parejas tóxicas”. Por el lado de las opciones a la pareja, no me refiero solo al poliamor, o a las parejas nombradas como “abiertas”, sino también al reconocimiento del lazo de amistad como erótico.

Que hoy hablemos de lo “sexo-afectivo” demuestra que la palabra “pareja” es solo un pequeño ítem o posibilidad de lo que puede unirnos a otra persona. Ahora bien, ¿por qué digo que la pareja es un “gran” problema, si más bien podría decirse que hoy somos más libres que cuando la única vía era la del matrimonio en la temprana juventud?

Es que la libertad siempre trae problemas, ya que nos obliga a tomar decisiones que antes eran impensables, lo mismo que asegura nuevas responsabilidades. En una época de transición como la nuestra, creo que vivimos aún en el desconcierto y todavía no logramos estar a la altura de nuestra nueva capacidad de explorar el amor.

Si consultáramos libros clásicos de psicoterapia de pareja (de mediados del siglo XX), veríamos que en ese entonces lo más común era que consultaran matrimonios que luego de varios años juntos (¡décadas!) se preguntaban: ¿cómo seguir juntos? Hoy en día, la pregunta es: ¿podemos estar juntos?

Que hoy hablemos de lo
Que hoy hablemos de lo “sexo-afectivo” demuestra que la palabra “pareja” es solo un pequeño ítem o posibilidad de lo que puede unirnos a otra persona (Imagen Ilustrativa Infobae)

Lo demuestran los casos cada vez más habituales de personas que llegan a la consulta terapéutica con apenas unos pocos años juntos, o apenas unos meses… sino unos días, como en la ocasión en que recibí en mi consultorio a una pareja de un hombre y una mujer que se habían conocido en unas vacaciones y, dado que vivían en diferentes países, iniciaron una relación a distancia que, al poco tiempo se entorpeció por los celos y las peleas constantes a través de llamados telefónicos compulsivos. En mi consultorio, después de las dos semanas que habían compartido en un país que no era el de ninguno de los dos y las tres veces que habían viajado para visitarse, fue la cuarta vez que se encontraron.

No solo hoy se consulta cada vez más temprano, sino que también llegan consultas que son hijas de nuestra época, signada por el impacto de los cambios culturales: ya no es claro qué es ser un hombre y qué es ser una mujer. Por otro lado, hay otra coordenada en la que podemos estar de acuerdo: en el siglo XXI el deseo de hijo no surge siempre en una pareja. En muchísimos casos, ocurre que las mujeres después de los 30 años, se encuentran con que tienen que ver qué hacen con eso.

Hace 40 años (según estadísticas que se pueden consultar en Internet) la edad promedio para tener hijos era los 23. Esto cambió. Hoy son muchas las mujeres que, post-30, no están en pareja y se preguntan qué hacer. En particular pensemos algunos escenarios:

1. La mujer que se decidió a avanzar con ese deseo y después conoció a alguien, ¿por qué haría de ese otro un padre? Puede ser que con el tiempo lo sea, quizá no quiera él, tampoco ella; quizá quieran ser pareja y no padres juntos;

2. La pareja reciente que se decide a avanzar con ese deseo, pero que no llegaron juntos a la decisión y, por lo tanto, viven cosas distintas, con la ansiedad de querer lo mismo, pero que no sea de los dos;

3. La mujer que está en una relación y decide continuar en la misma por el proyecto de un hijo, antes que el por el deseo en la pareja, por lo que a veces alguien llama “la fiaca de volver a conocer a alguien a esta altura” o el miedo a “empezar de nuevo”.

Estos son escenarios que para Sigmund Freud hubieran sido impensables, que no se tienen en cuenta en su elaboración del origen del deseo de hijo, que modifican incluso nuestra idea de filiación (cuando, por ejemplo, hoy es posible planificar embarazos).

En todo caso, aquí me importa destacar que un deseo implica atravesar decepciones. Quien no quiere decepcionarse, no avanza con el deseo. Realizar un deseo es lo contrario de que se cumpla. Para avanzar con esta idea, en esta ocasión voy a comentar dos libros. Ambos tienen el mismo título: Mi marido.

El primero fue escrito en 2014 por Rumena Buzarovska. El segundo es de 2021 y su autora es Maud Ventura. Ambos fueron traducidos al castellano recientemente, en 2023 y 2025 respectivamente.

Asimismo, ambas escritoras son mujeres jóvenes. La primera nació en 1981; la segunda en 1993. ¿Por qué ese interés en escribir sobre una institución que pareciera del pasado? ¿De qué buscan dar cuenta con al recurrir a la narrativa de ese vínculo tan particular?

Una esposa irónica y feroz

Mi marido, de Rumena Buzarovska, es una colección de relatos orientados por un hilo conductor que trasciende las historias. Podría ilustrar su denominador común con una breve anécdota.

Hace poco me crucé en la calle con una mujer. Estaba abrumada, nerviosa, mareada en la nebulosa del propio enojo, un odio que la dejaba inmóvil e incapaz de tener una conversación con su marido. Quizás sea el último rastro que deja el deseo al desvanecerse, la incapacidad para conversar.

A veces da un paso más y así surge el rechazo a hablar. Es lo que ella me dijo, cuando me contó que su marido le propuso hacer terapia de pareja: “Es que yo ya no quiero hablar con nada ni con nadie”. Ya más tranquila, deslizó que si hablaba temía querer separarse.

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Mi marido

Por Rumena Buzarovska

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Ya dije que el matrimonio es cosa del pasado. Las mujeres ya no tienen un marido, ahora hablan de chongos, garches, citas, pibes... debe haber formulaciones más modernas que no conozco. Sí me pregunto, ¿qué tratamiento tiene hoy el odio, desenlazado de la fantasía del matrimonio?

Esta es la pregunta para leer este excelente libro de cuentos. Sórdido y calmo, como puede ser la apariencia de una esposa que ha renunciado a la conversación con su marido. Cada cuento es una representación de este mundo.

Pero hay algo, una inquietud, que recorre cada uno y anida en la oscuridad del lector: ¿por qué un marido, alguien a quien una mujer se unió (en el mejor de los casos) por amor y por algún deseo, se vuelve un objeto de odio?

No me refiero al odio que es parte del amor, sino a ese odio a granel, que se desparrama, que no se prende en ninguna fantasía y que es efecto de haber renunciado a la chance de una conversación.

Las conversaciones no resuelven nada, no aclaran, no explican. Más bien son la ocasión de los equívocos por los que algún deseo puede colarse y darle vida a un amor. Hoy ya no se conversa. No queremos equivocarnos. Pero tampoco antes eso estaba asegurado.

Tenemos estos cuentos que nos muestran cómo un marido ha podido ser un muro ante el que hacer silencio o contra el que estrellarse.

Este es un libro triste, pero que ilumina buenas preguntas sin candidez. Por eso, y por su escritura directa sin ser cruda, vale la pena leerlo.

Pasemos ahora a un libro más divertido.

Una esposa enamorada

Mi marido, de Maud Ventura, es el retrato de una esposa erotómana, cuya vida gira en torno a descifrar los signos del deseo del hombre que tiene a su lado.

Hace no mucho hubo una actriz que, si no me equivoco, llegó hasta el reality Gran Hermano por representar este tipo clínico: Selva, una mujer que se autofilma e interpreta las actitudes de su esposo, el Bicho, al que se ve detrás en una disposición resignada.

"Mi marido", de Maud Ventura
"Mi marido", de Maud Ventura

Narrada en el transcurso de una semana, en la que no pasa nada y pasa de todo (recurso bien logrado para mostrar cómo la locura anida en el detalle), esta esposa da cuenta de cómo ese amor por el marido condiciona toda su experiencia.

Por ejemplo, en su casa el vestíbulo es el lugar mejor preparado, porque es la primera habitación en que el marido la ve al llegar a casa; “si algún día mi marido deja de querer volver a casa, solo me podré culpar a mí misma”.

También es capaz de decir algo que muchas personas solo confesarían con vergüenza:

“Todos los libros que leo hablan de él. En mi primera traducción [profesión de la protagonista] sobre la revolución copernicana […] no paraba de comparar este descubrimiento científico con mi vida sentimental. Me repetía, trastornada, que si tuviera que vivir sin mi marido tendría exactamente la misma sensación de colapso de los puntos de referencia.”

Asimismo, una parte de la vida de esta mujer transcurre en ocultar cuestiones al marido para que este solo tenga una imagen ideal de ella: “No quiero que mi marido se dé cuenta […]. Compro varios productos prohibitivos que esconderé”. También se las arregla para ir al baño cuando él no está, o directamente lo hace en su trabajo.

Si visitan a unos amigos, ella se encarga de investigar en Google todo lo adecuado para hacer el regalo perfecto. En vistas del matrimonio, leyó libros sobre normas de conducta, “llevo quince años cumpliéndolas”. En cierta medida, ella se endilga el resentimiento que él puede tener contra ella –por supuesto, sin que él jamás lo haya manifestado– por no tener una posición social más acomodada.

Del marido, en el transcurso de la historia, solo tenemos monosílabos. Su palabra es lo de menos. En esta novela no hay conflicto vincular, sino interpretación delirante continua. Quizá por eso resulta divertida y no es chocante encontrarse con una mujer que ama con toda esa desesperación a un hombre.

Hay algo genial en esta novela, que es que muestra cómo lo que de un tiempo a esta parte se llama “intensidad” amorosa, encuentra su base en la locura de una esposa tradicional. Por cierto, no pasó mucho tiempo desde que se popularizó el término “trad-wife” (esposa tradicional) y nos encontramos con el debate que generó un personaje –si es que lo es– como el de la española Roro.

La novela se vuelve tan divertida que, en cierto momento, vemos cómo la protagonista no duda en tener relaciones con otros hombres; infidelidades a las que no cataloga como tales, ya que las realiza con el único fin de no sobrecargar demasiado a su marido:

“Pero esas citas solo tienen un objetivo: encontrar una forma de aliviar la presión amorosa que recae por entero en mi marido repartiéndola entre varias personas. Por eso nunca me siento culpable de ser infiel: ¿a santo de qué, si lo hago por amor a mi marido?”

Liviana y profunda a la vez, esta historia tiene el acierto de plantear un problema actual a partir del más clásico de los vínculos. Ni siquiera la relación con los hijos es determinante para esta mujer; incluso considera que el pasaje de la pareja a la familia implicó una merma. Ella solo quisiera estar con él.

La pasión de esta mujer es querer ver el mundo a través de los ojos de su marido. En un momento recuerda cómo él se enfermó en la luna de miel y ella tuvo que estar sola unos días. Vagó, se dejó seducir por otros hombres, mientras le decía que hacía las excursiones, porque “¿Qué interés podía tener una ruta de ocho horas alrededor de un volcán si mi marido no estaba conmigo para verlo?”.

Addenda

Hace más de una década, yo presentaba por primera vez un libro. En la mesa estaba una querida amiga y un colega. Como era un libro de psicoanálisis, ella se excusó y dijo que no era apta para un comentario de especialidad. “El que es psicoanalista es mi marido, pero no cuenta”, hizo la aclaración. A su lado, mi colega aprovechó el deslizamiento –no cuenta tener un marido psicoanalista para hablar de un libro de psicoanálisis– y le respondió: “No cuenta, como todo marido”. El desplazamiento produjo la risa del auditorio.

Retrospectivamente, esa anécdota habla de un pasado irrecuparable. En un mundo en el que había maridos y esposas, nos podíamos reír de cosas que hoy ya no causan gracia o para las que perdimos el sentido del humor.