
Sergio Vainman ya era dirigente de Argentores en los años noventa. Se hizo socio mucho antes, unos cincuenta años atrás. Hoy es vicepresidente. Nunca dejó de escribir. A fines de los setenta inició una recordada dupla con Jorge Maestro, con quien hizo Montaña rusa, Clave de Sol, Amigovios y La banda del Golden Rocket, entre otros programas. Participó como coautor de Poné a Francella y luego se metió en el mundo de los realities: Operación Triunfo, El Bar Provoca, Gran Hermano. Hoy, con 74 años, está trabajando en varios proyectos. La pluma sigue tirando. “Comparto los dos mundos, el de la autoría y el de la autoría en términos de derechos intelectuales”, dice.
Cohesionar un país
“La cultura es lo que cohesiona a un país, lo que le da identidad, lo que le da sentido, lo que le da pertenencia”, arremete del otro lado del teléfono. Hace unas semanas lanzaron una campaña para visibilizar su trabajo y para discutir la gestión cultural. A 115 años del nacimiento de Argentores, 115 voces salieron a defender la importancia de esta organización —Daniel Veronese, Carlos Rottemberg, Ana María Shua, Marcelo Piñeiro, Alejandra Flechner, Juan José Campanella, Eduardo Blanco, Cristina Benegas, Claudia Piñeiro, entre tantos otros— con mesas debate y una proclama frente a lo que consideran un “ataque sistemático” de parte del gobierno a la cultura.
La Sociedad General de Autores de la Argentina, más conocida como Argentores, nació en el año 1910. Su objetivo fue siempre el mismo: sostener y ampliar el marco regulatorio para los autores de teatro, cine, televisión, radio y de todas las plataformas audiovisuales. “Es una entidad de carácter cultural, todos sus miembros somos parte de la cultura. Argentores tiene con la cultura una relación de muchísimos años y de muchísima trascendencia. Los grandes autores de la Argentina han sido parte de Argentores. Hablo de los dramaturgos, de los guionistas, de todos aquellos que han participado del espectáculo de una u otra manera”, asegura Vainman.

La campaña contra cierto clima de época fomentado por el gobierno de Javier Milei. “La cultura y los trabajadores de la cultura están siendo atacados en la Argentina. Todos nosotros hemos sido blanco de ataques absolutamente injustificados por parte de las autoridades que ven en la cultura algo que parecería molestarles, que no satisface sus expectativas. Es una campaña totalmente apartidaria que cubre todo el espectro de ideas políticas, de ideologías en la Argentina. Porque no estamos discutiendo política partidaria, estamos discutiendo políticas de Estado en relación a la cultura, fomento de la cultura, que nos atraviesa transversalmente a todos”, sostiene.
El derecho de autor es un derecho de propiedad pero momentáneo. Un creador es dueño de sus obras pero pasados los setenta años de su muerte, entran al dominio público. “No es como una casa que yo le pueda dejar a mis hijos o a mis nietos. A ese derecho, efectivamente, la única manera de garantizarlo es con una gestión colectiva”, explica. “Lo que defiende Argentores es el derecho de los creadores a tener un salario digno a partir de la utilización de sus obras. En el caso de Argentores, particularmente las obras dramáticas: teatro, cine, radio, televisión, donde haya autoría. Y la autoría implica un derecho. Si estas manifestaciones decaen, tenemos que tener una posición fuerte”.
Una responsabilidad moral
“Todo concepto de comunidad hoy parecería que es una mala palabra. Argentores es una organización totalmente apartidaria. Sí hacemos política, pero política de derecho de autor”, dice Vainman. ¿Cómo empezó esta disputa con el gobierno? Como en muchos otros rubros, a partir del desfinanciamiento. “Han habido una serie de decretos que limitaron la competencia de la sociedad de gestión. En el caso nuestro, hay una ley que nos da la exclusividad de representación, la 20.115. Pero sí nos voltearon el decreto 4.701, que nos permitía la fijación exclusiva de aranceles. Entonces autorizaron, en nombre de la libertad, que hubiera una gestión individual por parte de los autores.
¿Qué implicancias prácticas tuvo? Son dos muy concretas. La primera es que “le quitaron a Argentores la potestad de poder fijar los aranceles como había sido históricamente en acuerdo con los empresarios teatrales, televisivos, cinematográficos, exhibidores. Siempre fue una doctrina pacífica, consensuada. Nadie podía ir a menos de lo que se estaba fijado. Hoy en día la libertad pasa porque un autor o una autora pueda concertar con un empresario libremente lo que le parezca más conveniente. Esto encierra una gran falacia, porque pone de manifiesto que el eslabón más débil, que es el autor frente al empresario, tiene que ceder porque sino no tiene trabajo”.

“No estoy diciendo nada nuevo. Es lógica pura”, insiste. “Si no existe una organización colectiva que pueda negociar en su nombre con la fuerza de la colectividad, con la fuerza de los miles de autores y autoras agrupados, individualmente el poder del individuo es menor. Y ni hablemos de lo audiovisual. Sería absurdo pensar que yo, Sergio Vainman, le digo a Netflix: ‘Mirá, me parece que...’ Como si Netflix me diera pelota... Apoyándose en esa mentira hablan en nombre de la libertad y en realidad lo que hacen es cercenar la posibilidad de un convenio colectivo, o sea de un acuerdo colectivo, de una gestión colectiva que ha sido siempre exitosa y envidiada por el resto de los países del mundo”.
La segunda implicancia está en la mutualidad: “Argentores es una mutual porque tiene más de mil personas a su cargo, mil personas con prepagas médicas, pensiones, ayudas asistenciales, consultorios abiertos, consultas psicológicas, subsidios por fallecimiento, por nacimiento. Si nosotros no tenemos recaudación, porque esa recaudación decae a partir de estos ataques, ¿cómo hacemos frente a esto? ¿Qué le decimos a la gente? ¿Qué le contestamos cuando tienen un problema y necesitan un tratamiento? A mí, como dirigente de la entidad, se me caería la cara. Me tengo que ir, tengo que renunciar, aunque no sea culpa mía. Es una responsabilidad moral".
“No tenemos ningún subsidio. Nosotros nos manejamos exclusivamente con las comisiones administrativas por cobro. Cobramos un derecho, no un impuesto. Y además somos absolutamente prescindentes del Estado, que lo único que hace es inspeccionar nuestros balances, que se cumplen los objetivos del estatuto, que se elijan las autoridades por el voto. Eso lo ha controlado siempre el Estado”, y asegura que el objetivo es “proteger a los que hoy ya no pueden trabajar por el paso del tiempo y el deterioro que implica, que están fuera de la producción. Para nosotros no son números, son amigos, son colegas, son compañeros que hoy no están trabajando”.
Los cambios tecnológicos
¿Cuánto influye en este debate los cambios tecnológicos últimos y las modificaciones en la modalidad de los consumos culturales? “Desde la época de las pinturas rupestres en adelante siempre hubo un cambio tecnológico que modificó el arte y la cultura. Primero hacían teatro de sombras en las cavernas, después las pintaban. Los hechiceros, al rememorar las luchas de las cacerías, empezaron a hablar de la magia. De ahí nació la religión y el teatro. Aparecieron grandes medios masivos de comunicación, pero también fue una revolución la imprenta. Eso devino en cambios políticos y geográficos. Y, por supuesto, en este y en el siglo pasado, han habido cambios enormes en la tecnología”.

“El hecho de que haya cambios tecnológicos no implica que la cultura desaparezca, todo lo contrario, se amplía. Hay más posibilidades de acceder a la cultura. En un punto se ha democratizado muchísimo la cultura. Y en otro punto también es verdad que hay algunos que niegan el debate porque piensan que esos cambios tecnológicos implican la desaparición de la cultura colectiva. Todo lo contrario. Las manifestaciones pueden ser individuales, pero la cultura siempre sigue siendo un hecho colectivo, un hecho comunitario. No se puede hacer cultura sin compartirla. ¿Qué sentido tendría escribir un libro sin que nadie lo lea o pintar un cuadro sin que nadie lo vea?“, se pregunta Vainman.
Individualismo y fragmentación
Una mirada sectorial implica pensar también el mundo. Y Vainman lo hace. Todo análisis cultural necesita interrogar la época. Y Vainman lo hace. “Hay una enorme fragmentación generada adrede”, asegura. “Desde la época de Maquiavelo en adelante se sabe perfectamente qué implica la fragmentación de una sociedad. Ahí está el culto y la quintaesencia del individualismo. Eso hoy está exacerbado. Las redes sociales, lejos de haber generado una comunidad, la han desorganizado. Hoy en día el ‘sálvese quien pueda’ es el signo de los tiempos, no solamente en la Argentina, desgraciadamente es una ola mundial. La pandemia también influyó”, continúa.
“Estoy tratando de pensar junto con vos, no soy sociólogo, soy autor de audiovisual básicamente, o sea un dramaturgo”, se excusa y acentúa el diagnóstico: “Ese individualismo y esa fragmentación generan además que la concentración del poder económico sea cada vez mayor, cada vez es mayor la distancia que hay entre un sector y el otro. Los ricos y poderosos son los que ponen las reglas en todos lados. Creo que han perfeccionado la inteligencia artificial como una manera de chantajear a todos los creativos. Además hay mucha fake news, hay mucha mentira dando vueltas; la era de la posverdad. Evidentemente la crisis es multicausal”.
Sobre el final de esta conversación. Sergio Vainman, desde la Ciudad de Buenos Aires, mirando por la ventana el sol voraz de un mediodía cualquiera, insiste con que hoy “fomentar la cultura parecerían ser malas palabras: dejar de darle medicamentos a los jubilados, matar a los chicos de hambre en el Chaco. ¿Qué tiene que ver? ¿Quién estaría negándose a eso?" Suspira y concluye la idea: “¿Y qué es lo que pasa? Cuando vos te querés defender, inmediatamente aparece una catarata de trolls, de termos, de fanáticos, de ignorantes supinos que dicen cualquier cosa y parecería que tiene un rigor de verdad. Te dan ganas de no pelear más. Pero nosotros seguimos peleando igual.
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