
“No hubo un cuento que accediera a lo que uno considera un cuento”, dice Sylvia Iparraguirre. El jurado del Concurso de Narrativa Abelardo Castillo que organiza la Fundación La Balandra decidió por unanimidad que en esta edición quede desierto. No es la primera vez que ocurre. Pasó, por ejemplo, con el Herralde de Novela 2022.
En este caso, el concurso era específicamente de cuento. Los tres jurados (Luis Mey, Natalia Zito e Iparraguirre) no encontraron un texto que descolle: “Decidimos no bajar la vara de nuestra valiosa literatura argentina, invitarlos a escribir cada vez mejor, no renunciar al valor que tiene nuestra tradición literaria”.
El 30 de junio, un minuto antes de la medianoche, cerró la inscripción. Recibieron 1878 manuscritos, un 25% más que la convocatoria anterior. El autor del cuento ganador recibiría 2.5 millones de pesos. Ese texto y once más serían publicados en un ebook el año que viene. Pese a declararlo desierto, el jurado destacó siete relatos que, efectivamente, conformarán un libro. Sin embargo, “no encontramos en ninguno de los textos recibidos un dominio distintivo de las premisas básicas de la escritura de un cuento, o de la escritura literaria a secas. Consideramos que el cuento premiado debe alcanzar ese nivel de calidad que implica su distinción y posterior publicación”.
Mantener alta la vara
La Balandra nació en 2011 como revista “de escritores para escritores”. La fundó el sociólogo y escritor Carlos Costa. En 2019 se creó la Fundación La Balandra y se configuró este espacio que difunde la literatura con charlas, talleres, actividades y registros. Dirigen varios concursos, como el Silvina Ocampo y el Hebe Uhart. “Este lleva el nombre de Abelardo Castillo —dice Iparraguirre, quien fue su pareja—, justamente, un escritor que corregía sus textos al máximo, que no ponía una coma sin pensarlo dos semanas, que hizo de la corrección el acto fundamental de la escritura. Premiar un cuento porque más o menos es el que puede estar no me parece bien".

“No siempre se puede encontrar un gran cuento en los concursos”, dice Iparraguirre. “Hay como una costumbre de... bueno, seamos generosos. Sí, yo soy generosa. A mí me gusta dar menciones, pero tenemos que poner la vara un poquito más alta. Estamos en una época muy difícil y complicada. A veces hay un gran entusiasmo en mandar los textos a un concurso, mucha esperanza; a mí eso me encanta. He participado como jurado de muchísimos concursos. Entiendo la expectativa. Yo misma salí de un concurso, mi primer libro de cuentos ganó el Premio Municipal de Literatura a inédito, y sé lo que eso significa. Pero también sé lo que tiene que hacer un jurado: poner cierto nivel”.
Crítica de la crítica
En las redes sociales hubo un gran revuelo. Cuando la Fundación La Balandra publicó la sentencia del jurado, el posteo se llenó de comentarios. Lo que le criticaban era la aparición de los nombres de los participantes que habían recibido las menciones especiales. Muchas de esas críticas provenían de los propios autores, que lo sentían como un “escrache” y una “falta de respeto”. El asunto cobraba validez porque esas menciones implicaban, de alguna manera, ser premiados: eran los elegidos para integrar el libro que se publicará en formato digital el año que viene. Habrá que leerlo cuando salga y evaluarlo. Quizás amerite otro análisis, la secuela de esta historia.
“Puede que se haya comunicado mal algo por aquí y por allá”, dice Luis Mey. “Me sorprendió un poco la reacción de las redes, con un poco de violencia, como una reflexión apurada o no reflexión sobre lo dicho”, agrega, y continúa: “Nos pusimos de acuerdo que estaba bueno conservar este premio a lo diferente, al texto que resalta, que homenajee a Abelardo Castillo, al texto inolvidable. Entre los muy buenos textos que se presentaron, los finalistas, no lo encontramos. Lo que no significa que la antología no sea maravillosa. Hay voces increíbles que realmente tienen futuro, que a mí me hicieron reír, emocionarme, me dejaron pensando. Es una antología que yo leería como libro".

“Respetamos y apoyamos el veredicto final del jurado”, dice Gastón Fiorda, Coordinador General de la Fundación La Balandra. “Durante años, hemos organizado concursos para alentar la creatividad y la participación de su comunidad literaria. Siempre hemos tenido el privilegio de premiar, editar y difundir el trabajo de los autores seleccionados. Hoy, por primera vez, nos encontramos ante la difícil tarea de anunciar un concurso desierto”, y agrega: “Entendemos que esta decisión pueda generar cierto malestar, pero también creemos que puede abrir un espacio de reflexión sobre la dinámica de los concursos y sobre los modos en que se promueven y visibilizan las obras de los autores”.
El camino incómodo
Natalia Zito respalda la decisión con vehemencia: “Nos vimos ante el dilema de decir lo que pensamos o callar. Hacernos responsables del lugar para el que fuimos convocados o diluirnos en las mieles de premiar porque sí y todos contentos. Elegimos el camino más incómodo: decir que en la selección que nos llegó desde el prejurado no encontramos un cuento que se destacara por sobre los otros y que impactara por su potencia literaria. Decir que no todo es igual, que se puede hablar de las dificultades, que la literatura es esencialmente eso, lidiar con lo que no funciona y trabajar sobre eso con un único objetivo: crear una obra que valga la pena, más allá de su autor”.
El problema de los cuentos que recibieron, cuenta Iparraguirre, no tenían que ver “solamente como texto con una historia o con una pequeña trama, sino en términos de lenguaje, de sintaxis, de puntuación, de las cosas básicas que uno espera de un texto que se manda a un concurso. Nos esforzamos mucho en los veinticuatro textos que mandó el jurado de preselección, que se ha esforzado mucho, sin duda, pero no encontramos un cuento que nos convocara a los tres como un ganador y tampoco un nivel de calidad narrativa como para ser el primer cuento”. Fue ella, presidenta del jurado, quien propuso declararlo desierto. Zito y Mey acordaron plenamente.

El momento de la literatura
“Creemos en el trabajo de quienes escriben”, insiste Fiorda. “Buscamos acercar herramientas que sirvan a su formación”, agrega y reflexiona: “Creemos que la literatura argentina atraviesa un momento de expansión, con autores que han alcanzado gran popularidad a nivel mundial. La circulación de nuevos sellos editoriales independientes, las nuevas plataformas para publicar, la multiplicación de talleres y espacios de lectura, y el cruce con otros lenguajes han renovado las formas de contar, lo cual celebramos. Sin duda, aprenderemos de esta experiencia, con la convicción de que este tipo de instancias nos ayudarán a mejorar nuestra tarea cultural”.
Para Luis Mey “la literatura argentina está pasando uno de sus mejores momentos, cruzado con otro mal momento, que es la inmediatez de las redes, la locura, la falta de reflexión, de respirar y no pensar que todo el tiempo hay una guerra entre nosotros, la falta de indulgencia entre partes también y de, por un segundo, pensar que tal vez se puede encontrar un punto donde uno pueda conversar y no empezar a masacrarse inmediatamente. Sin embargo, la literatura argentina goza de muy buena salud. Los textos, cuando uno se concentra en ellos, están buenísimos”.
“Soy consciente de que en estos tiempos en los que todo es agradar, es casi una herejía”, dice Natalia Zito. “No se me ocurre lugar mejor para la literatura. No podemos dejar que estos tiempos del culto a la liviandad, la impaciencia y simplificación devoren la literatura. Si se adhiere a esas premisas, muere. La literatura debería ser capaz de ofrecer algo que de pronto permita preguntarse con un verso como el de Arnaldo Calveyra, ‘¿cómo hacer si en mi mente están volando ruiseñores?’. Eso no está en Google, ni lo puede ofrecer la IA, esa chispa ocurre gracias a una obra de arte. Eso es lo que nos mantendrá vivos y humanos. De otra forma, es cuestión de tiempo”, concluye.
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