
La obra La lógica de la culpa es un policial emocional que nace de una pregunta: ¿qué lugar ocupa la verdad en nuestras vidas? ¿Existe la verdad como algo concreto y real? ¿O siempre es un concepto relativo? Me atrajo hablar de las miradas del pasado y como cada uno reconstruye su propia historia. A medida que escribía esta dramaturgia, fui preguntando si todo era la construcción de una certeza, o apenas una construcción que vamos tejiendo con recuerdos y silencios.
Con Gustavo Pardi y Roberto Vallejos teníamos muchas ganas de volver a hacer algo juntos tras la experiencia de Dignidad a comienzos de 2017. Fue así que comenzamos a buscar textos para ellos dos, y de pronto surgió en mí la idea de escribirles un texto. No hubo un hecho puntual más allá de este disparador, pero sí había una imagen persistente: dos hombres que se reencuentran después de mucho tiempo y comparten un secreto. Esa fue la semilla o primera imagen. Y también apoyarme en lo vincular más que en los hechos en sí mismos. Siempre me interesó la idea de que la culpa pueda volverse un lugar, un territorio donde uno vive, incluso sin darse cuenta.

La obra nace de todas estas cosas y nos lleva a conocer a estos dos amigos que se reencuentran por casualidad luego de 27 años sin verse. A partir de este encuentro todo en sus vidas cambia, nada vuelve a ser igual, porque a cada uno de ellos enfrentarse con el pasado les afecta de modo diverso.
Con Pardi y Vallejos tengo un vínculo muy lindo, de conocimiento y de elección: para mí, ellos son dos actores con una inteligencia emocional enorme. Ya los había dirigido y sabía que podían sostener cualquier obra desde lo actoral. En este caso, por ejemplo, el pasado no se narra, sino que se encarna. En La lógica de la culpa no hay flashbacks ni explicaciones: no todo queda resuelto y explicado. Lo que pasó entre ambos se siente en el cuerpo de ellos, en cómo respiran, en cómo se miran. Son intérpretes capaces de habitar lo no dicho, y eso es fundamental en esta obra. El misterio no está en descubrir qué hicieron estos personajes, sino en entender cómo se vive con lo que fue y se silenció. No hay un crimen para resolver, sino un pasado que insiste en lograr que algo cambie.

La estructura es casi una espiral: pero ese recorrido no es físico, sino psicológico. Cada escena profundiza el encierro interior de los personajes. Es una obra más sugerente que explicativa. No hay certezas, hay versiones. Y el espectador va uniendo los fragmentos de una historia que nunca se muestra del todo, porque la verdad también se deforma con el tiempo.
El espectáculo cuestiona fuertemente la verdad como algo único, y por eso todo aquello que no se dice está sugerido, inducido. Y eso lo hicimos desde la omisión y la ausencia. El espacio escénico trabaja con zonas de sombra: sillas que se derrumban como sus silencios, sus historias o ellos mismos, y sonidos que llegan antes que las escenas mismas. La pieza propone que el público complete lo que falta: los huecos, los silencios, los detalles que nunca se muestran. El espectador no asiste a una reconstrucción, sino a una evocación. Lo que se ve es lo que quedó después: el silencio, la culpa, el eco.
*La lógica de la culpa, con dramaturgia y dirección de Corina Fiorillo,se pone en escena los sábados a las 17 hs. en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636, C.A.B.A.)
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