No está mal comenzar hablando de Valle-Inclán si la conversación con Mauricio Kartun, relevante escritor, dramaturgo y director teatral, gira en torno a la obra que acaba de estrenar, Baco polaco, en el Teatro Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires. La obra es un “pastiche”, en palabras de su creador. Del pastiche al esperpento, y de ahí a Valle-Inclán: esa es la secuencia del inicio de su diálogo con Infobae Cultura.
“Lo mío es aquello que Valle-Inclán decía: “La realidad vista en un espejo deformante“. Y el pastiche tiene algo de eso. Yo tomé el mito de Las Bacantes, la obra original de Eurípides, y sobre eso apliqué una hipótesis deformante, paródica por momentos y con grandes libertades, sobre todo en los espacios que crean las distancias entre los puntos fijos. Es decir, yo tomé los puntos de giro y armé una elipsis entre esos puntos de giro. En esas elipsis, naturalmente, está la libertad y ahí va el pastiche".
En Baco polaco, la tragedia de Eurípides es llevada a un pueblo del interior de la Argentina de los años treinta,con un elenco compuesto por Aníbal Gulluni, José Mehrez, Paloma Zaremba, Soledad Bautista, Nahuel Monasterio y Luciana Dulitzky. Todos egresados de carreras de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático de Buenos Aires (EMAD), donde Kartun fue creador y docente de la carrera de Dramaturgia.
La trama gira en torno a Reina Esther, una virgen vitrolera y especie de DJ mitológica, acompañada por su hermana Sarita, con el animador señor Silenio y el peón Dionisio, el dios. Este grupo llega a un pequeño pueblo en plena época de carnavales. Penteo, descendiente del poder local y rechazado incluso por su madre Ágave, desarrolla una obsesión por Reina Esther. La situación desencadena una tragedia de tono criollo, atravesada por temas como el odio, la violencia de género —abordada con especial cuidado— y la tensión entre el campo y la ciudad.
—No es la primera que tus obras se sitúan en el campo, en “La pampa” como escenario constitutivo (y tal vez mitológico) de la identidad nacional argentina.
—Yo creo que los artistas no elegimos los universos (me refiero a los universos creativos). Los universos creativos nos eligen a nosotros. De alguna manera, se nos imponen en una cierta hipótesis de repetición fantástica. Te doy un ejemplo. En Baco polaco, aparece hacia el final una carneada de cerdos: esa misma imagen estuvo en otra obra mía, Salomé de Chacra. Pero inevitablemente, cuando yo escribo eso, no puedo dejar de referirme a la casa de mis abuelos maternos, que conocí en Asturias cuando tenía cinco años, donde en la parte de abajo vivían los cerdos que se iban (ríe) a carnear una vez por año, y también se aprovechaba el calor de los animales para dormir en la primera planta. También en la casa de mis abuelos paternos se carneaba. Entonces, hay algo de todo eso en mi obra que tiene que ver con la infancia. Esos pueblos que yo conocí, donde estaba presente lo animal y el campo... Esa otra vida rural que nosotros desconocemos en la ciudad. Aquella vieja frase de que “el mundo se conoce con los ojos del niño, todo lo demás es recuerdo” es absolutamente cierta. Los ojos de niño incorporan universos. Esos son los universos que normalmente nos persiguen luego a los creadores. Vuelvo al campo una y mil veces porque tiene que ver con aquello que está impreso en mí. Puedo escribir sobre eso, se me da bien (ríe).
—Volviendo al concepto de Villa-Inclán de “esperpento”, ¿no te parece que suena apropiado para el presente argentino?
—Es definitivamente esperpéntico, sí. La realidad, hasta ahora, ha guardado en general, módicas formas. Nosotros solíamos pensar la realidad política en un marco de seriedad. Seriedad entendida por individuos que guardaban las formas y que de alguna manera proponían una visualización de seriedad de sus actos, como gestores trascendentes. Que no es otra cosa que un dirigente político.
Pero efectivamente, hemos sido ganados por una zona paródica. Hemos sido ganados por el esperpento. Aquello que Valle-Inclán decía del “espejo deformante”. Es el cuerpo de alguien pero que al mirarlo en un espejo, inevitablemente se vuelve grotesco. Lo vemos en Trump, lo vemos hoy en nuestro gobierno. Hay una especie de pérdida de cualquier seriedad y se crea una zona más peligrosa, que es el campo de entrada a cualquier desmesura. Ahí empiezan a aparecer entonces los actos de desmesura esperpénticos. El esperpento en la forma, el esperpento en el fondo. Lo que estamos viendo, qué sé yo... No quiero transformar esta charla en una vulgar hipótesis política de las que escuchamos todos los días en la calle. No tendría sentido.
—¿Y cómo hacés para tolerar esta realidad, como ciudadano y como artista con un pensamiento crítico?
—Más allá de la preocupación, lo vivo como me parece que corresponde al lugar en que te pone la sociedad, cuando sos un artista. Es decir, en el campo de lo intelectual. Con la responsabilidad de reflexionar, de situarse frente a eso y establecer una mirada que pueda eventualmente servirle a otro. No ha sido otra la función del arte a lo largo de la historia. Esa mirada distanciada, subjetiva, que de alguna manera rompe la red conceptual y permite que otros vean más o menos por dónde viene la mano.
—Bueno, no es otro que el objetivo de esta entrevista.
—Ojalá suceda (ríe).
*Baco polaco se presenta de jueves a domingo, a las 20 hs. en el Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715).
[Fotos: Carlos Furman/prensa CTBA]
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