
Cuando me dijeron que el eje de esta presentación es “el otro” inmediatamente se me vinieron a la cabeza varias imágenes, y precisamente por eso voy a comenzar por la más insólita que es al mismo tiempo la más simpática y entrañable. La hermana de Friedrich Nietzsche y su marido encararon un emprendimiento yerbatero en Paraguay en el último tercio del siglo XIX. Dice la leyenda que don Friedrich probó el mate y le gustó. Qué hermoso pensar que pudiese haber escrito las tremendas páginas de Zaratustra o su ensayo sobre la tragedia griega mientras se tomaba unos verdes. La punta de la bombilla se hundiría bajo esos enormes bigotazos de cepillo y lo acompañarían en la ardua reflexión sobre una escritura de fuego.
Tomo esa misma imagen y ahora me traslado en el tiempo para aplicarla a Jean Paul Sartre. No sé si le gustaría tomar mate, pero vale la pena el intento de invitarlo, de traerlo de nuevo entre nosotros, lejos de las solemnidades académicas, a una rueda de charla entre amigos como los estudiantes de humanidades en Bahía que tienen sus apuntes en la biblioteca entre termo y bizcochitos Don Satur o galletitas Maná. Lo invitamos para que entre pipa y pipa nos formule las mismas preguntas urgentes que hiciera a la comunidad intelectual: ¿Qué es escribir? ¿Para qué escribir? ¿Para quién escribir? Por supuesto, las respuestas no serán exactamente las mismas que contestara en su “situación” peculiar en 1947. Pero esas preguntas nos siguen interpelando, el maestro nos mira con esos ojos estrábicos y espera nuestro compromiso.
A veces solemos escuchar a escritores que aseguran con entera convicción que cuando escriben no piensan en el lector. Entiendo el punto: sin dudas se refieren a la autonomía del hecho literario, la libertad creativa y la no subordinación a los mandatos del mercado, del propio público que espera determinada línea estética o de alguna agenda temática. Por supuesto, no podemos sino estar de acuerdo con estos principios; y sin embargo, me dejan un cierto regusto amargo de perplejidad. Y no sólo yo: veo que Sartre se pone un poco nervioso y vuelve a encender la pipa.
La “orgullosa soledad del poeta” o la “gloriosa inutilidad de la literatura” no dejan de ser ideologemas románticos que buscan oponerse a los condicionamientos de imperativos extraliterarios, preceptos académicos o “arte dirigido”. Claro, ha corrido muchísima agua bajo el puente desde aquellas proclamas románticas y ya no existen las preceptivas pero a veces se determinadas modas o temas de “políticamente correctos” se vuelven hegemónicos en la campo artístico y todos sabemos lo asfixiante que puede ser eso. Tampoco existe una URSS que impone una línea estética de partido, pero sabemos que a veces se siguen alzando en nuestros días comisariados del pensamiento que canonizan determinadas escrituras y cancelan a otras. Todo esto lo sabemos bien. Y sin embargo, el ideologema de la autonomía absoluta puede y debe ser desmontado y sometido a crítica.

¿Para quién escribir? No sé, pero estoy seguro de que no pensar en nadie es condenar a la literatura a un monólogo que se recita en una habitación cerrada sin público. Seamos francos: cuando escribimos pretendemos que nuestros textos les gusten a dos o tres colegas que consideramos competentes y sobre todo al editor de quien depende el veredicto de su publicación. Los actores, músicos y bailarines conviven con un espectador concreto; para ellos es algo natural que su arte sea colectivo y que reciban inmediatamente el aplauso o la crítica. La práctica de la literatura (escritura y lectura) es una actividad solitaria. Por eso, festivales como estos que hoy inauguramos resultan esenciales para recordarnos que, más allá del lector ideal que postula la teoría, hay lectores de carne y hueso a los que queremos llegar, conmover, espantar o seducir. Cuando escribo, me gustaría rasgar la página y adivinar la mirada de ese lector que está del otro lado, darle la mano agradecerle que se detenga en las palabras que vuelco sobre el papel. Esta oportunidad se volverá realidad en este festival: escritor y lector por fin se saludarán y acaso se abrazarán, alguno pedirá autógrafos, harán intercambios de mail, preguntarán, incluso polemizarán, por qué no.
La literatura – el arte en general – es una actividad esencialmente social. Sartre nos recuerda que todo libro es un acto de libre voluntad que se dirige a otra buena voluntad que libremente lo acoge y lee. Aunque la escritura y la lectura no coincidan en el tiempo y se verifique un “delay”, sin embargo hay allí una cierta comunidad de seres que se encuentran a través de la página, y por esto mismo deviene una actividad profundamente política. Hay una polis, una ciudad letrada que no es sola y necesariamente la sociedad elitista de los intelectuales. Hace pocas semanas se realizó el FILBA regional en mi ciudad de Bahía Blanca arrasada por la inundación. Quedaron casas, familias enteras, bibliotecas y espacios culturales devastados. Los organizadores del festival realizaron una colecta de libros entre diversas editoriales de Buenos Aires y juntaron ocho pallets de volúmenes que fletaron a Bahía para distribuirlos entre diversas bibliotecas públicas y populares. Grandes y chicos disfrutarán de esos textos. Habrá circulaciones de saberes y se entregarán al sueño despierto de la imaginación.

La literatura no es inmediatamente eficaz. Yo mismo me desengañé de estas ilusiones, admite el propio Sartre. Un libro puede bien poco frente a la potencia arrasadora de Twitter o Tiktok. Me dirán que esto es una obviedad y estoy de acuerdo. Es que este discurso no me lo escribió la IA sino que se lo encargué a mi amigo Perogrullo (acá se suponen risas del público). Pero es que, como dijera Brecht, en momentos de confusión nada debe parecer natural. Estamos en una época en que lo que parecía obvio y evidente ya no lo es. Hace pocos días, la escritora Claudia Piñeiro publicó un artículo tremendo llamado “la ignorancia jactanciosa”.
“En su libro La producción de la ignorancia (Stanford University Press, 2008/ Universidad de Zaragoza, 2022), Robert Proctor y Londa Schiebinger examinan un concepto que atribuyen al lingüista Iain Boal: la agnotología (agnosis en griego es “no conocimiento”). Se trata de analizar cómo se produce, difunde o mantiene la ignorancia de manera intencional y estructural. El “no saber” ya no es un vacío de conocimiento que moviliza al aprendizaje, sino ignorancia estratégica, producida por poderes –políticos, económicos, tecnológicos, mediáticos– para satisfacer sus intereses, a través de mecanismos como la información sesgada, las noticias falsas, la manipulación mediática o hasta conspiraciones globales.”
Sigue diciendo Piñeiro: “El problema más grave, si es que esto pudiera empeorar, es que esa ignorancia estratégica que permea hacia la sociedad ya no sólo es fabricada y consumida, sino, además, exhibida con orgullo. El no saber se produce, se distribuye y se celebra. La jactancia de la ignorancia se convirtió en un capital político y cultural. (…) Dirigentes que reducen la complejidad de algunos problemas estructurales a slogans simples, con el argumento de: “Yo le hablo a la gente, como habla la gente”.
Concluye Piñeiro: “Así, el desconocimiento se exhibe hoy como bandera de autenticidad o rebeldía, reinterpretando la ignorancia como virtud. Y esto tiene efectos políticos y culturales, porque legitima liderazgos, ataca a personas, hunde trayectorias, erosiona instituciones públicas y socava el pensamiento crítico colectivo. La ignorancia que antes se vivía como carencia que debía superarse, hoy, en muchos sectores, se volvió identidad y bandera. En nuestro país, desde el gobierno se menosprecia a científicos, a la educación universitaria, a representantes culturales, a quienes investigan en ciencias sociales, presentándolos como parásitos del Estado.”

El sentido de esta cita extensa no es caer en la remanida queja de “Cambalache” de que “todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor”. Lo que me esfuerzo en señalar es que esa comunidad de lectores y escritores que describía más arriba hoy se encuentra en zona de riesgo. Ya no se trata de denunciar “periodistas ensobrados” o miembros de una “casta”. Se trata de que estamos atravesando una época de barbarie que hubiese asustado hasta al propio Sarmiento. Lo que parecía imposible de volver, ha vuelto como en esas malas películas de zombis clase B. Lamentablemente, esto que denuncia Piñeiro no es un fenómeno nuevo. Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, advertía: “cuando escucho la palabra cultura, echo mano de mi revólver”. Y Millán Astray, general franquista durante la Guerra Civil española, desafiaba orgulloso a Unamuno gritando: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”
En este momento de extrema tensión, advertimos que el mate amargo se ha lavado. Hacemos un alto para estirar las piernas, tomar aire, ir al baño cambiar la yerba y abrir otro paquete de bizcochitos. Sartre se toma un verde, acomoda su pipa y nos recuerda que el escritor está inevitablemente situado en su época y, aunque decida escribir sobre las magnolias o una pared descascarada, ese texto implica el compromiso con un proyecto de vida determinado. Si esto es así, asumamos plenamente ese compromiso y el desafío de salir a buscar al otro, al lector, al estudiante, a quien sea. No se trata de moralizar, o “bajar línea”. Por el contrario, el ambiente asfixiante en que vivimos se ha convertido una bajada de línea generalizada. El lenguaje se ha desfondado, vaciado de contenido y convertido en un arma de guerra que nos arrojamos unos a otros. Se habla para humillar al otro, para denigrarlo y, si fuese posible, eliminarlo. Que lo digan si no las víctimas de los trolls, los twitteros y los que escriben comentarios al pie de las noticias de portales informativos.
No se trata de resistir a este estado de las palabras y las cosas. La resistencia presupone el principio físico de la acción y reacción, que el poder hegemónico tiene la iniciativa, que nos marca la agenda y que nosotros sólo podemos atrincherarnos para resistir los embates. Cuidado: la reacción tiene la misma raíz que la palabra reaccionario. Tampoco se trata de que nos consideremos “la conciencia crítica esclarecida que alumbra al pueblo”. ¡Por Dios! ¡Qué ideas elitistas que huelen a pelucas empolvadas! Quizá los primeros perplejos y desorientados seamos los propios intelectuales que elaboramos sofisticadas teorías sociales para explicar lo que muchas veces no tiene demasiadas explicaciones o es brutalmente simple.

Ni reaccionarios ni iluminados, nosotros tenemos nuestra propia agenda: invitar al lector a que vea en un poema que mucho depende de una carretilla roja mojada de lluvia (W. C. Williams) o que la muerte puede ser quedar en un pasillo oscuro con la puerta cerrada y la llave adentro (Fabián Casas); invitar al lector a este encuentro con el espesor del lenguaje es un acto inmediatamente político. Apostar por el espesor de la palabra es comprometerse con un tiempo y espacio de calidad en que las relaciones humanas vuelvan a ser posibles. El cuidado de la palabra es siempre el cuidado del otro.
Por supuesto, sabemos que el ámbito intelectual es también un campo de disputas por el poder simbólico y una hoguera de vanidades. Dejemos eso a un lado. Otro día invitaremos a Bourdieu a tomar mate. La situación del escritor argentino es precaria y por eso mismo tiene una potencia inaudita. Lo veo en el ámbito de la poesía. Sartre retruca: “¡pero la poesía no se comprometer!”. ¡Que no va a poder!, le respondemos todos a coro.
Los poetas han realizado la verdadera federalización rizomática de la palabra: un poeta de Neuquén publica en Mar del Plata; otro de Bahía Blanca publica en Rosario. Para el mundo teatral contemporáneo de nuestro país, Jorge Dubatti propuso el término “teatrista”, es decir, el agente que no se limita a ser actor, director o dramaturgo, sino que hace un poco de todo y juega en todos los roles. Del mismo modo, podríamos postular al “escriturista”: la persona que escribe, edita, lee, critica enseña y da talleres literarios. Como dijera Aníbal Jarcowski, acaso muchos de nosotros no vivimos de la literatura, pero sí en la literatura. Nos movemos en ese medio haciendo de todo un poco, y “lo atamos siempre con alambres” como corresponde a buenos argentinos. Y es precisamente esta creatividad la que ha hecho de nuestros ingenieros personas tan buscadas y requeridas en el mundo.
Esta es nuestra agenda. Finalmente, descubrimos a partir del concepto “escriturista” que el otro somos también nosotros mismos. Cada uno de nosotros es un “para sí mismo” y “para el otro”.
Y ahora sí, sombra terrible de Sartre, te dejamos libre para que, sacudiendo el polvo de nuestras ciudades y pampas, te levantes y vuelvas a la rive gauche de París y saludes en nuestro nombre a Camus y Simone de Beauvoir.
Finalmente, a la pregunta para quién escribir, a título absolutamente personal quiero hacer mía una maravillosa frase del injustamente olvidado Cura Loco, el padre Leonardo Castellani: “escribir libros buenos para Dios y regalárselos a la República Argentina”.
Últimas Noticias
Un artesano nicaragüense ransforma la madera del mar en arte y memoria
Desde su taller improvisado, Paul Gómez elabora esculturas con materiales reciclados, impulsa la conciencia ambiental y lleva su mensaje a través de exposiciones y ventas en varios países

Trump anunció que pondrán un arancel de 100 % a películas extranjeras
El presidente de Estados Unidos comunicó, vía redes sociales, un canon a toda producción extranjera para impulsar la industria. Aún se desconocen los detalles de implementación y si también incluirá al streaming

La Comic-Con de Málaga cerró con éxito de público y algunas asignaturas pendientes
La primera edición del evento que celebra la cultura pop reunió a alrededor de 120 mil personas

MAC Córdoba extiende su convocatoria y presenta nuevos espacio expositivos
La nueva edición del Mercado de Arte Contemporáneo Córdoba elimina la división por zonas, apuesta por constelaciones curatoriales y convoca a galerías y proyectos de todo el mundo para participar

Fernando Botero, protagonista de una gran subasta de arte en Hong Kong
El artista colombiano, fallecido en 2024, fue una de las principales atracciones del evento de Sotheby’s en el que también se destacó Dalí
