Only Murders in the Building, la fantasía televisiva más acogedora sobre la vida en la ciudad de Nueva York, inicia su quinta, más absurda y disfrutable temporada con algunos cambios inquietantes en el statu quo. Mabel (Selena Gomez), la millennial desencantada del trío de detectives aficionados, parece discordantemente esperanzada y optimista. Charles (Steve Martin), normalmente un tipo tímido, irradia una nueva confianza. Y Oliver (Martin Short), el ególatra colorido cuyo orgullo y alegría siempre ha sido vivicante en el elegante edificio Arconia, está considerando mudarse.
El catalizador de la quinta temporada es, por supuesto, un cadáver. La cuarta temporada interrumpió la boda culminante de Oliver con Loretta (Meryl Streep) con dos cliffhangers (N. de la R: recurso narrativo que deja el suspenso para un futuro capítulo o temporada). El primero fue la misteriosa visita de la esposa de un mafioso, Sofia Caccimelio (Téa Leoni), quien pidió ayuda a los podcasters para encontrar a su esposo Nicky (Bobby Cannavale). El segundo fue el angustiante espectáculo del encantador portero de la vieja escuela, Lester (Teddy Coluca), desangrándose en la fuente del patio.

Siempre he sostenido que Only Murders es casi cómicamente mala en la parte del misterio. Hay demasiados personajes, los giros aparecen de la nada y las soluciones no se sienten como desenlaces lógicos. Pero la serie sobresale en alternar (sin aparente contradicción) entre registros trágicos y cómicos, y la nueva temporada alcanza nuevas alturas en este aspecto.
Un episodio logra honrar la vida y el legado de Lester mientras deja en claro cuánto fue subestimado por las personas a las que se enorgullecía de servir, sin llegar a hacerte odiar a los residentes del Arconia. Otro ofrece algunas de las mejores escenas de comedia física del año durante el funeral de Lester (sobre su cadáver literal). Un tercero presenta a Martin y Leoni en un restaurante de comida japonesa lanzándose eróticamente (?) por la comida como delfines en celo, mientras el grupo de hijos adultos de su personaje discute en una mesa cercana. Leoni es la MVP de la temporada; no se veía una madre tan cómicamente atractiva, sexy, sufrida y semi-eficaz desde Lana Gardner en Frasier.

El lienzo es amplio y también lo son las escenas, que van desde un dedo amputado escondido en los camarones de la boda de Oliver hasta un casino subterráneo y la casa literal de El Padrino (donde Sofia reside a disgusto). Como en la temporada pasada, que presentó a un grupo de actores interpretando al trío central de la serie más varios dobles de riesgo, abundan los dobles y doppelgängers. Los reemplazos de Lester incluyen a su aprendiz Randall (Jermaine Fowler) y a un robot amenazantemente eficiente. Nuestros protagonistas se enfrentan a un siniestro equipo de podcasters y a otro trío, esta vez compuesto por apostadores multimillonarios.
Christopher Waltz interpreta a Sebastian “Bash” Steed, un magnate tecnológico atemporal alimentado por la sangre de adolescentes que cosecha. Logan Lerman interpreta a Jay Pflug, una mezcla entre Mark Zuckerberg y Jack Dorsey. Y Renée Zellweger interpreta a Camila White, una quisquillosa al estilo Martha Stewart con opiniones firmes sobre la decoración de Oliver.
Otros recién llegados incluyen a Althea (Beanie Feldstein), la ex enemiga-amiga de Mabel que se rebautizó como “Thé” y se convirtió en una superestrella del pop, y un irascible nuevo basurero (David Patrick Kelly). Keegan-Michael Key aparece como el sediento nuevo alcalde que intenta conseguir una aparición como invitado en el podcast Only Murders. Entre los personajes conocidos, Howard (Michael Cyril Creighton), quien ha dejado de intentar unirse a los detectives, se alía ahora con el inquietante portero robot. Richard Kind regresa como Vince, que sufre de conjuntivitis. Y la detective Williams de Da’Vine Joy Randolph emerge como una especie de mentora para Mabel.

Todo es muy disfrutable. También es —y esto podría ser lo que sigue sorprendiéndome de esta encantadora comedia— excepcionalmente olvidable a pesar de la sangre y la muerte. Hay una amenaza que impide a los podcasters hacer su programa, pero el espectador sabe que no debe preocuparse por ello. Lo mismo ocurre con una subtrama en la que los residentes del Arconia corren peligro de ser desplazados. No termina de sentirse como una crisis porque nada en Only Murders realmente importa.
Eso no es una crítica; de hecho, podría ser el ingrediente secreto que hace que la serie funcione. Es un misterio amable que se construye sobre improbabilidades románticas. Su motor nunca ha sido realmente el asesinato ni su resolución. Tampoco ha dependido del genio deductivo de los detectives, ya que los tres protagonistas son tan tontos como afortunados. Eso elimina la razón habitual por la que estas historias de misterio tienen tanto atractivo duradero: a saber, que la muerte se convierte en un trampolín a través del cual el detective, armado de lógica y experiencia, puede restaurar el orden en un universo caótico y aterrador.
Only Murders in the Building ofrece algo distinto al orden. Propone un mundo donde los excéntricos —la mayoría de los cuales no parecen obscenamente ricos— gruñen, chocan y se reconcilian en un impresionante edificio que solo los millonarios podrían permitirse en la realidad. (Oliver, un exdirector que siempre está al borde de la insolvencia financiera, vive en un apartamento que vale entre 10 y 12 millones de dólares). La temporada aborda un poco esa tensión, con el personal oponiéndose a la indiferencia de los residentes ante su inminente reemplazo por robots y los residentes apoyándolos de manera puramente transaccional. La amenaza de esta temporada es que los ricos malvados —aquí, la mafia y los multimillonarios siniestros— podrían apoderarse del Arconia. La parte más atractiva de esa historia es la fantasía de que aún no lo han hecho.
Fuente: The Washington Post
[Fotos: Disney/Patrick Harbron]
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