
A veces es muy loco cómo surge una pulsión de creación. Casi nunca es algo racional: ¿por qué esta obra y no otra? Luego el tiempo la va revelando y se va procesando.
El año pasado se cumplieron 30 años desde que empecé a crear en un lenguaje propio: suspender a bailarines con sogas y arneses y, a partir de esa nueva naturaleza, inventar danza. Después de haber creado muchísimas obras y haber recibido gran reconocimiento con esta propuesta, sentí que se bajaba una cortina. Mi desafío ahora es crear una obra de danza sin colgarme de una soga ni un arnés.

Un punto de inflexión en esta búsqueda fue T para T. Hasta entonces, mi trabajo creativo había sido más abstracto, ligado al movimiento puro, al movimiento como expresión en sí mismo, sin necesidad de querer decir algo más. Pero en T para T apareció la necesidad de contar desde lo personal, todavía con escenas de danza aérea. También fue la primera vez, después de muchos años de dirigir y coreografiar sin casi bailar, que volví a subirme al escenario.
Tengo dos hijas. La menor, de 21 años, estudia danza en la UNA, y decidió dedicar su vida a esta profesión. Me pareció hermoso imaginar una coreografía con ella y, cuando le pregunté si querría bailar conmigo, enseguida me dijo que sí. Ese gesto ya me resultó profundamente conmovedor. Y debo reconocer que su elección de la danza como camino también me emociona mucho.

Soy coreógrafa y bailarina, tengo 59 años, padezco artrosis de cadera y quiero seguir bailando. Durante todo el proceso creativo de las distintas escenas de esta obra me atravesó un dolor insoportable. Creo, en lo personal, que lo que me rescató de una fuerte tristeza y depresión fue imaginar y dar forma a esta creación, que resultó vital para mí. Hubo muchos ensayos que empecé y no pude terminar, y también me enfrenté a la posibilidad real de no poder continuar.
Quise sumar además mi rol como coreógrafa —sin bailar— y desafiarme a crear en el piso, sin el artificio del arnés. Para eso convoqué a cinco maravillosos bailarines. Después de haber construido una escena coreográfica, se me ocurrió crear su contracara: un “detrás de escena”, una situación de ensayo, una revisión de lo que sucede en escena, de los clichés y de aquello que solemos entender como danza. También jugué con la relación entre bailarín y coreógrafo y puse en escena mis propias contradicciones.

Ahora que lo pienso, fueron varios los puntos de partida de esta obra: el vínculo con mi hija, el deseo de seguir bailando a pesar de todo, una frase que me dijo un traumatólogo… y hasta el ringtone del portero eléctrico de mi casa: Para Elisa, de Beethoven.
Como hilo conductor, la música atraviesa toda la obra a partir de ese ringtone, con Para Elisa en distintas versiones. Y también atraviesa toda la obra Aérea Teatro, que funciona a la vez como espacio de ensayo y de representación. Desde la entrada, los camarines, la oficina y hasta el portón de acceso, cada rincón de Aérea se vuelve parte de la obra.

En definitiva, Ringtone es una obra que nació de la necesidad vital de seguir creando y bailando, aun en la fragilidad y las contradicciones. Es un diálogo entre generaciones, entre un cuerpo joven y otro marcado por el tiempo, entre la persistencia del deseo y los límites que impone la realidad.
Bailar esta obra con mi hija, junto a cinco intérpretes excepcionales y en el espacio que siento como mi casa, es para mí un acto de continuidad, de resistencia y de celebración.
*Ringtone se presenta todos los sábados de septiembre a las 20 hs. en Aérea Teatro (Bartolomé Mitre 4272, barrio de Almagro, C.A.B.A.).
[Fotos: Mauro Dann/gentileza Daniel Franco)
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