
Esta semana que pasó, en la presentación del inescapable libro Borges enamorado (Galerna, 2025), su autor, Patricio Zunini, dijo en un momento que El Aleph era uno de los cuentos más eróticos de Borges (no solo una historia de amor sino un cuento erótico) y que el “decúbito dorsal” (insistió Zunini) invitaba a Borges a leer las cartas eróticas de Beatriz Viterbo a su primo acostado, en la oscuridad de ese sótano que también hubiera podido ser un ataúd. Vio en el aleph la letra de Beatriz y le hizo temblar, las cartas obscenas le hicieron temblar.
Y ahora no puedo dejar de leer El Aleph en esa clave. Y encuentro frases que antes significaban algo y ahora algo nuevo. Y solo puedo pensar que la justificación de la existencia del Aleph para el Borges del cuento es la inmensidad del espacio eterno que ocupa Beatriz. Claro eso lo sabíamos, pero Zunini me hace recalar en el “temblar” con más corporalidad con la que yo me imaginaba el lamento del Borges del cuento por Beatriz. Ya se lo adelanta Daneri, que sabe que Borges corre a ver el Aleph en búsqueda de Beatriz: “Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz”.

¿Qué diálogo? Se los dejo a ustedes. ¿Lo sabía yo de antes? Por supuesto ¿Lo leí por primera vez hoy?, también. Porque como para Borges (el del cuento) “Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando…”, nosotros los lectores leemos un Aleph cada vez que entramos en este cuento y falseamos la lectura y “perdiendo, bajo la trágica erosión de los años” no ya a Beatriz, como el propio Borges (el del cuento) sino al El Aleph.
Una historia tan simple como un sótano que contiene al mundo en un punto en el espacio. La visión es sublime, ridícula, aterradora y, en manos de Jorge Luis Borges, profundamente humana. Y es la historia de un corazón partido. Un personaje indigno, supuestamente letrado, culto, tirado en el piso húmedo a merced de roedores durante cinco minutos (no sabemos cuántos minutos). Me resultan pocos antes de la interrupción de un Daneri que le da el dulce para que lea las cartas obscenas y así le roba una vez más a Beatriz, como un niño despechado.

En esta contienda Borges presenta a los amantes despechados, a los abandonados o no correspondidos. Dos escritores tirados en un sótano mirando el universo en un espacio de dos centímetros, solo para buscar a una mujer. El universo en un sótano, lo trascendental debajo del piso de un comedor.
Y el torrente de imágenes que cita el narrador se divide en lo que ve y en lo que preferirìa no ver —lo obsceno y lo trivial— y lo que más anhela —Beatriz— disuelto en la marea. El peligro no está en ver todo sino en el sinsentido de conocer todo. Borges ahonda en la idea de la descripción total, de la base de datos, de la necesidad de catalogar, tan intrínseca al ser humano. Satiriza los premios, las instituciones que destacan la vanidad de los escritores y la capacidad de grandilocuencia, esa sensación de cobertura, de totalidad que dan ciertos textos que incluyen todo y no dicen nada.

Pero la sátira no perdona al narrador. Tras su visión, el Borges del cuento se niega a discutir con Daneri que el Aleph exista: un pequeño acto de mezquindad motivado por la rivalidad y el despecho. En una posdata, incluso insinúa que el Aleph del sótano era falso, citando fuentes eruditas que registran otros Aleph en otros lugares. Ese escepticismo es también un escudo. Al socavar la autenticidad del Aleph, preserva un espacio para la intimidad... Y para el dolor. Y deja afuera de ese duelo a Daneri.
Porque este cuento es también una elegía. Las visitas a la casa de Beatriz Viterbo son ritos conmemorativos; su desdén por Daneri proviene en parte de la forma grotesca en que este último incluye a Beatriz en su álbum cósmico. Y quizás el momento más humano de la historia es el más mezquino: la decisión del narrador de negarse a discutir el Aleph con Daneri. En cambio le insta a derribar la casa e irse al campo. Lo trata como a un loco o un desquiciado que necesita salir de la ciudad para volver a encontrar la cordura. Al negarle a Daneri una charla sobre el Aleph, le niega el triunfo de las cartas de Beatriz y a compartir su Beatriz con la que el propio Daneri ve cuando mira al Aleph. Hay una Beatriz para cada uno, y es singular.
Al negar la discusión, el Borges del cuento plantea una idea: hay un Aleph para cada escritor y cada uno construye la literatura a partir de la recopilación que puede hacer de ese mundo.
Porque “¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado?”
[Imágenes: Juan Manuel Lara/El Aleph 2]
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