
Es una alegría poder hablar aquí de Esther Cross, de sus libros y de su imaginación.
Sabemos que la experiencia que inspira una ficción carece de importancia efectiva, y sin embargo siempre nos da curiosidad saber cómo un argumento se abrió paso en la mente de quien lo escribió. Borges sostenía que debía el cuento “El Aleph” a la lectura de “El huevo de cristal”, de Herbert Wells, mientras que Estela Canto proponía un origen más íntimo: el regalo de un caleidoscopio.
Esther Cross debe el nacimiento de su preciosa novela Radiana al instante en que descubrió en una librería de Boston una foto de un tal profesor Pojie. Este supuesto experto en cibernética controlaba, a través de una serie de válvulas y cables, a una muñeca de aspecto algo siniestro, Radia-na. La foto había sido tomada en 1927. Vamos a revelar que Pojie no era un inventor de verdad, sino una especie de mago, pero su truco más célebre se convirtió con el correr de los años en una novela central de nuestra tradición fantástica. En la literatura norteamericana hay una separación rigurosa entre lo fantástico y la ciencia ficción, pero no en la nuestra, quizás porque las máquinas de nuestro imaginario no miran tanto hacia el futuro como hacia lo que ya pasó. Su combustible es la nostalgia. Radiana es una fantasía y a la vez una obra de ciencia ficción, dentro de ese subgénero que se ha dado en llamar steampunk y que consiste en ubicar una técnica prodigiosa en el pasado.

Para cuando apareció Radiana, en 2007, Esther Cross ya había escrito una obra variada y sofisticada: libros de cuentos como La divina proporción o Kavanagh, y novelas como La inundación o El banquete de la araña. El primer libro en donde apareció su nombre fue un volumen de conversaciones con Adolfo Bioy Casares, que Esther editó junto a Felix Della Paolera y que apareció en 1988. El libro recogía las tres visitas que Bioy hizo al taller literario de Della Paolera. Esther recuerda la obsesión de Bioy: que la palabra impresa no perdiera la frescura del diálogo. Si no me falla la cronología, fue el primer libro que recogió la conversación de Bioy Casares. Los autores dedicaron luego otro volumen a los diálogos que mantuvieron con Borges, también en el marco del taller.
Pero hay otro libro inaugural en la vida literaria de Esther Cross: Crónica de alados y aprendices. Aunque ya había escrito cuentos, y ganado premios con sus relatos, su primera publicación en el campo de la ficción fue esta novela ambientada en la Florencia del Renacimiento, y que tiene a Leonardo Da Vinci como uno de sus personajes. Esther Cross entra a la literatura entusiasmada por crear una trama compleja y poblarla de venganzas, ardides ingeniosos y amores secretos. La biblioteca de uno de sus abuelos, donde abundaban los libros de arte, condujo a Esther a ambientar su trama en el mundo de la pintura. Volvería al arte, pero en un tono más cercano a la sátira, en El banquete de la araña.
La abundancia de historias que habitan las páginas de Crónicas de alados y aprendices anticipa el gusto de la autora por combinar rasgos del cuento y de la novela en una misma obra. En Tres hermanos y en Kavanagh hay relatos autónomos pero también hay un universo común: en un caso el campo, con sus historias escondidas detrás de la calma y la soledad, y en el otro caso el célebre edificio, tan cercano como misterioso. La prosa más generosa de su primera novela, se convirtió, con el paso de las páginas, en un estilo conciso que se acerca en Tres hermanos al despojamiento, y que en otros cuentos y novelas está atravesado por una delicada ironía.

Quizá los libros más reconocidos de su obra, dentro y fuera de nuestras fronteras, sean Kavanagh, Radiana y La mujer que escribió Frankenstein. Me gusta pensar que fue Radiana la que abrió la puerta a esta biografía tan personal de Mary Shelley, pero eso nunca lo sabremos. La cronología de los libros publicados no siempre se corresponde con los calendarios de la imaginación. Mary Shelley aparece en estas páginas con su pasión, sus duelos, su terrible juventud, pero también nos asomamos a la ciencia de la época, al ambiente de la Villa Diodati donde nació el monstruo de Frankenstein y al negocio de los ladrones de cadáveres. Mary Shelley escribía atenta a sus visiones pero también a las noticias macabras de los periódicos. Esther Cross convierte la vida de Mary Shelley en otro relato gótico, no menos extraño que la historia del doctor Frankenstein.
Así como La mujer que escribió Frankenstein se ocupó de la literatura fantástica de principios del siglo XIX, otro ensayo se encargaría de retratar la segunda mitad de ese siglo: La aventura sobrenatural, escrito a cuatro manos con Betina González. En sus páginas, las dos autoras se ocuparon de los vínculos entre la fantasía victoriana y la creencia en los fenómenos sobrenaturales. Por sus páginas desfilan quirománticos, buscadores de fantasmas y adivinos de toda especie, pero también nombres conocidos como Oscar Wilde, Sigmund Freud, Robert Louis Stevenson, Henry James y Arthur Conan Doyle. Tal como ocurre en Las variedades de la experiencia religiosa de William James, lo que hacen las autoras es escamotear, detrás del ensayo, una especie de Mil y una noches del ocultismo y de la historia literaria.
“Dicen que la vida es una cuestión de lugares, más que de acontecimientos. Me animo a agregar que a veces es una cuestión de lugares a los que ni siquiera entramos” escribe Esther Cross en un epílogo que agregó a la edición española de Kavanagh. Tan elegante como imaginativa, la obra de ficción de Esther Cross ha recorrido muchos lugares: la Florencia del Renacimiento en su primera novela; el campo en Tres hermanos; el famoso edificio de Plaza San Martín y el barrio de Recoleta, donde transcurrieron la infancia y la adolescencia de la autora. Esther recordó en alguna entrevista que vivía cerca de Bioy Casares y de Silvina Ocampo, a los que veía de vez en cuando por la calle. En cierto sentido una buena parte de su obra es también vecina de ellos, en ese otro barrio, tan argentino, que es la literatura fantástica.
[Fotos: gentileza Academia Argentina de Letras]
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