
Cuando Daniel Balmaceda escribió San Martín y la gran aventura de la libertad sabía muy bien lo que quería: “Lo que espero que les pase hoy a los chicos: que sientan que ese hombre del que tanto se habla está más cerca de ellos de lo que imaginaban”. El libro, que acaba de editar Sudamericana con ilustraciones de Fernando Baldó, es una forma de volver a mirar a nuestro gran prócer nacional con ojos nuevos.

San Martín y la gran aventura de la libertad
eBook
$5,99 USD
Balmaceda es periodista por la Universidad Católica Argentina y ha sido editor en revistas como Noticias, El Gráfico y Newsweek. Es profesor de la Diplomatura de Historia y Cultura Argentina del CUDES, miembro de la Academia Argentina de la Historia y fue distinguido como Personalidad destacada de la Cultura en Buenos Aires.
Además, condujo el programa de televisión Historias ricas, galardonado con el premio Martín Fierro. Algunos de los tantos libros que publicó como historiador son Historias inesperadas de la historia argentina, Historias de corceles y de acero, Romances de escritores argentinos, Oro y espadas, Espadas y corazones, El apasionante origen de las palabras, Grandes historias de la cocina argentina, Historias de la Belle Époque argentina. Incursionó en la novela policial histórica con Los Caballeros de la Noche, que se convirtió en best seller, y su último libro es El crimen de Año Nuevo.
Pero hay uno más, que acaba de salir de imprenta. Se titula San Martín y la gran aventura de la libertad, y relata cómo Tomás, un joven lector, y sus sobrinos descubren juntos la vida y el legado de San Martín a través de historias compartidas en una librería, explorando el sueño de una patria libre, justa y unida. Con sensibilidad y profundo conocimiento histórico, Balmaceda ofrece una lección de coraje y fraternidad, mostrando que las hazañas más grandes surgen de la imaginación y el valor para perseguir lo imposible. Sobre el gran prócer argentino conversó con Infobae Cultura.

—Para qué contar la historia de San Martín a los chicos hoy? ¿Qué características querés mostrar?
—San Martín sigue siendo un modelo necesario. No por haber sido un prócer, sino por los valores humanos que encarnó: la templanza, la disciplina, la capacidad de seguir adelante a pesar de los obstáculos. Quise mostrar a un hombre que soñó en grande y que no sólo soñó, sino que trabajó con constancia para hacer realidad aquello en lo que creía. Contar su historia a los chicos es sembrar en ellos la idea de que lo admirable no es lo perfecto, sino el esfuerzo genuino por mejorar. La infancia es una etapa en la que la curiosidad está más despierta y la admiración puede marcar el rumbo. Conocer figuras ejemplares no solo forma, sino que inspira. En el libro elegí destacar su tenacidad, su disciplina, y su sentido del deber hacia los demás. Si un niño se enorgullece de alguien, va a querer parecerse a ese alguien. Por eso me interesa que los valores estén presentes, no como una lección, sino como una consecuencia natural de conocer a San Martín en su dimensión humana. No busqué mostrar un superhéroe, sino un ser humano que logró cosas enormes. Y eso lo vuelve cercano, posible y, sobre todo, inspirador.
—¿Cambió el San Martín de tu escuela respecto del que ves hoy?
—Sí, cambió mucho. El San Martín que conocí en la escuela era una figura solemne, asociada a tres o cuatro hechos puntuales —todos fundamentales— pero contados como episodios aislados, como si fueran cuentos breves. Faltaba la historia completa, con sus matices, su profundidad, su humanidad. A medida que fui estudiándolo más en serio, las puertas se fueron abriendo. Y detrás de esos hechos emblemáticos aparecieron decisiones, gestos, estrategias, relaciones… Todo eso lo hizo aún más admirable. Por ejemplo, su entrenamiento con los granaderos fue extraordinario. Tenía la capacidad de formar profesionales a partir de hombres con buena voluntad. Y su estrategia para cruzar los Andes, para movilizar a miles de personas con orden, planificación y visión, me hizo pensar que San Martín fue muchísimo más que un prócer. Pero el verdadero quiebre fue conocer su vida íntima: su infancia, su juventud, sus amistades, su gusto por la música, la pintura, su generosidad. Así, dejó de ser una estatua y se volvió una persona a la que me hubiera gustado conocer, escuchar, abrazar y darle las gracias. Y eso es lo que espero que les pase hoy a los chicos: que sientan que ese hombre del que tanto se habla está más cerca de ellos de lo que imaginaban.

—¿Hay lugar en el mundo globalizado para una idea nacional que no caiga en posiciones extremas?
—Absolutamente. En un mundo globalizado, lo nacional no es un límite: es raíz. Es sostén. Es aquello que nos conecta con quienes somos y desde dónde miramos el mundo. Cuando un argentino escucha el Himno, algo se moviliza que no se puede explicar fácilmente. Es una emoción profunda, compartida, fundacional. Algo habremos hecho mal como sociedad para que lo nacional termine muchas veces asociado a extremos ideológicos. Pero, ¿de qué extremos hablamos si al final todos somos argentinos? No hay “ellos” y “nosotros”. Somos “ellos y nosotros”. Y si vamos a salir de las crisis, será juntos, no una mitad sí y la otra no. En ese sentido, San Martín es una figura que puede unir. No necesita partido, ni bandera partidaria. Es un símbolo que trasciende, que representa valores que siguen vigentes: el esfuerzo, la entrega, la disciplina, el amor por la libertad. La Patria es nuestra casa, nuestra familia extendida. Es ese lugar simbólico que nos une, incluso cuando estamos en desacuerdo. La pasión argentina es reconocida en todo el mundo, y eso no se impone: se vive. Tenemos una identidad nacional que, a veces, es más sólida que nuestras propias instituciones. Y eso también habla de algo muy poderoso. A los chicos hay que enseñarles a discernir. A no comerse cualquier discurso. A detectar cuándo lo nacional se usa para manipular, y cuándo es una invitación sincera a sentirse parte de algo colectivo. Esa conciencia es la que nos va a permitir construir una idea de Nación sin caer en fanatismos.
—¿Qué tiene de diferente escribir para adultos y para chicos? ¿Sentís libertad o cierta “responsabilidad” de enseñar lo correcto?
—Cuando escribo para chicos, la consigna es no subestimarlos. Hay una responsabilidad, claro, pero no se trata de enseñar “lo correcto” como quien dicta una norma. La responsabilidad está en esforzarme por ser claro, concreto, accesible, y ofrecerles un texto que los respete como lectores. Que no los haga sentir afuera, sino protagonistas. Más que nunca, no doy nada por sobreentendido. No quiero que se topen con algo que no comprenden y pasen de largo resignados. Quiero que la lectura sea una experiencia que los atrape, los divierta y, si se puede, los encienda. Que aprendan porque tienen ganas de saber, no porque están obligados. Obviamente, hay temas que deliberadamente quedan afuera. Primero porque el público infantil requiere ciertos cuidados, y segundo porque en cualquier obra hay que priorizar algunos ejes. Lo mismo pasa en la vida: no hablamos igual con un adulto que con un niño, y eso no es censura, es sentido común y empatía. En este caso particular, la libertad creativa fue una herramienta clave, sobre todo porque me apoyé en una idea que me entusiasmaba: contar la historia de San Martín a través de Tomás, un librero apasionado, y sus tres sobrinos curiosos. Esa estructura me permitió jugar con los diálogos, con las interrupciones espontáneas de los chicos, con el tono general del relato. Así fue como logré construir un puente más dinámico entre el lector y la historia. Una historia que no baja línea, sino que invita a preguntar, imaginar y participar.

—¿Te animarías a mostrar aspectos malos de un prócer? ¿Cuáles, en el caso de San Martín?
—Mostrar contradicciones o zonas oscuras de una figura histórica no me asusta en absoluto. Pero también creo que cada libro tiene su objetivo, y este en particular —dirigido a chicos— busca rescatar valores. No se trata de ocultar, sino de priorizar. Y en este caso, priorizo aquello que puede inspirarlos. Con San Martín no sentí necesidad de señalar aspectos negativos. No porque no existan —toda persona tiene sus claroscuros—, sino porque hay momentos y edades para todo. Los chicos no necesitan confundirse con interpretaciones complejas o con mensajes que pueden ser mal comprendidos fuera de contexto. Si a nosotros como adultos a veces nos cuesta procesar las contradicciones de las personas que admiramos, más aún les ocurriría a ellos. Eso no significa idealizar. No busco que lo vean como un ídolo intocable, sino como un ejemplo. Alguien humano, que hizo cosas extraordinarias. Y desde ahí, sembrar admiración con raíces firmes y reales.
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