Runa Simi, el documental peruano que narra los esfuerzos de dos actores de doblaje de Cusco por traducir el clásico de Disney El rey león al quechua, busca reivindicar la lengua indígena más hablada de América como “un acto de resistencia” de sus creadores para reclamar más presencia de este idioma hablado en varios países de Suramérica.
La cinta, dirigida por Augusto Zegarra y protagonizada por Fernando Valencia y su hijo Dylan, se estrena este domingo en Perú en el Festival de Cine de Lima, después de haber logrado distinciones en otros festivales internacionales fuera del país como el de Tribeca (Nueva York). En Lima contará con dos proyecciones los días 10 y 15 de agosto.
“Cuando empezamos el proyecto conocimos a distintos artistas que hacían cosas en quechua. Pienso que hacer rap en quechua es un acto de resistencia y lo que hemos hecho con la película también es un acto de resistencia”, mantiene Zegarra.
El filme es para Zegarra una inspiradora respuesta a la comunidad indígena frente a las promesas que “a veces no pasan”, una forma de “tomar las cosas por sus propias manos”.

“Yo conocí a Fernando a través de su trabajo. Una amiga documentalista me mostró un video en Youtube, lo puso en pantalla completa, le metió ‘play’ y era la canción de Hakuna Matata, pero en quechua, Hakuchu Munayta“.
Así, Augusto descubrió la ilusión de los ‘Quechua Clips’ de Fernando, pequeños doblajes caseros de clásicos que desde un estudio improvisado trataban de acercar el entretenimiento a la comunidad quechuahablante y, lejos de cuentos para niños, contaban una historia de justicia social y sentimiento genuino.
Runa Simi, el idioma de la gente
“Una acción genuina que salga de un sentimiento profundo va a transgredir de forma transversal todos los conceptos humanos”, explica Valencia.
Lo que nació de “una idea muy pequeñita por dar una alegría a los niños”, responde ahora a la voz de más de 10 millones hablantes del ‘runa sumi’, que significa “el idioma de la gente”, en quechua, y que gracias a ellos pueden reconocerse en este filme, aunque las cifras no responden a la realidad de la lengua.

“Hay una brecha enorme entre hablar y no hablarlo. Las personas de mi edad todavía lo hablan o al menos lo saben”, pero las siguientes, dice Valencia, parecen haberlo olvidado, un problema no de lengua, sino clase.
“Al quechua no se le discrimina por ser un idioma, se discrimina a sus hablantes, porque si vivieran aquí sería un idioma posicionado”, comenta subiendo la mano hacia las torres de viviendas y oficinas de Lima.
Apoyado por el constante asentir de Augusto y la mirada seria de su hijo, Fernando señala al estatus como el espacio insalvable entre el valor real del idioma y su reconocimiento.
“Estamos viviendo un mundo donde el individualismo crece a un nivel alarmante”, precisa preocupado, “pero el quechua te enseña lo opuesto: desde un saludo, no existe el ‘hola’, se dice 'Allinllachu‘, que quiere decir ‘¿está todo bien?’“.
Para Valencia la lección aprendida reside en la muestra de fe del proyecto, y Zegarra lo ve como un acto de resistencia frente a quienes anticipan un final para su lengua.
Un punto de inicio para la conversación

Runa Simi se llevó el premio Albert Maysles del Festival de Tribeca y premio del Jurado Joven del Sheffield Doc Fest, además de la selección a mejor documental iberoamericano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (México), traspasando la barrera del idioma, la cultura y la geografía en una demostración de que el mensaje va más allá de la lengua.
“Hemos mostrado la película en Inglaterra“, cuenta el director. “La vio un irlandés y me comentó conmovido lo que significaba para él ver una película que hable de la lengua porque también le pasa a él en Irlanda con el idioma de sus abuelos", explica Zegarra.
También recuerda a quien le admitió avergonzado no haber pensado nunca en la posibilidad de un mundo “en el que no entendiera nada”.
Runa Simi responde a la idea del sueño andino de filmar en quechua, en los orígenes de Augusto y 'Fercho‘, y resuena en Dylan que, con las mangas en las manos, dice temer perderse a sí mismo entre la dualidad del progreso y la identidad de su cultura.
Él agradece al quechua por su cultura, a la película por volver a conectarle con la vida lejos de la ciudad, y a la casualidad porque, pese a haber niños quechuahablantes que daban el perfil para el doblaje, a todos les dio vergüenza y él, sin entender del todo el idioma, tuvo que ser quien ayudase a su padre.
Fuente: EFE
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