
“Creo en la evolución de las especies y en que toda la vida vino del océano. En el vientre materno estuvimos como flotando en el mar y la misma Tierra, vista desde la estratósfera, se ve azul porque el mar es el que le da color al planeta”. La frase pertenece a Francisco Coloane, el escritor chileno que hizo del mar su literatura. Pero podría haber sido escrita por Catalina Velasco Charpentier, bióloga marina, divulgadora científica y exploradora de National Geographic, autora de Vida sumergida: por qué necesitamos el océano (Editorial La Pollera). Un ensayo breve, directo, y sobre todo necesario.
El libro viene a cuento en estos días, cuando miles de personas siguen desde sus dispositivos las transmisiones en vivo de Talud Continental IV, una inédita expedición científica que se desarrolló en julio en el fondo del mar argentino. A bordo del buque Falkor (too), un grupo de investigadores del Conicet y otras instituciones descendió más de 3.000 metros con un robot submarino para mostrar por primera vez imágenes del Cañón Submarino de Mar del Plata. Las redes sociales se inundaron de criaturas nunca vistas, y la curiosidad por el fondo del océano volvió a ganar terreno.
Velasco lo sabe: “Tenemos una ceguera oceánica”, dice. Y ese es, justamente, el punto de partida de su libro. Vida sumergida no es un tratado técnico. No es un paper ni una enciclopedia. Es un ensayo de divulgación escrito con un tono cálido y accesible, pensado para cualquiera que quiera entender por qué el océano es mucho más que una masa de agua.
Un océano que respiramos
A lo largo de ocho capítulos, la autora chilena —que también lidera la Fundación Mar y Ciencia— explica en qué medida el océano determina nuestra vida cotidiana: produce al menos la mitad del oxígeno que respiramos, regula la temperatura global, almacena carbono y es fuente de alimentos, medicinas y cultura. “Tenemos un pulmón verde, que es el Amazonas, pero también un pulmón azul, que es el océano”, dice.
No es solo una metáfora. Buena parte del dióxido de carbono que emitimos termina absorbido por el mar. En los primeros cien metros de profundidad, donde aún llega la luz solar, millones de microalgas realizan fotosíntesis. Al morir, sus restos caen al fondo marino y almacenan carbono por siglos. Las ballenas, con su enorme masa corporal, también actúan como depósitos móviles. “Una ballena azul puede almacenar unas 33 toneladas de carbono a lo largo de su vida”, explica Velasco.

Pero ese rol como regulador climático tiene un costo. El océano se calienta, se acidifica, pierde oxígeno. Y ese deterioro impacta en toda la cadena de vida, incluida la humana.
Explorar para conocer
Uno de los datos que repite la autora es que apenas el 20 % del océano ha sido explorado de forma directa. El resto es un territorio casi desconocido. “El fondo marino es muy difícil de acceder. Requiere tecnología y dinero. Y no solo en lo científico: tampoco está presente en nuestras conversaciones cotidianas”, dice Velasco.
El libro está construido como una conversación informal, como si se hablara con una hermana o una madre. “No quiero que aprendan nombres de especies, sino que se maravillen. Que el libro sea una puerta de entrada”, señala.
Y esa estrategia parece funcionar. “Antes de publicarlo tuve una crisis terrible. Pensaba que nadie lo iba a leer. Pero después llegaron mensajes de personas que me decían que habían descubierto el océano gracias al libro. Eso fue muy emocionante”, recuerda.
Contaminación invisible
Además del cambio climático, el libro dedica páginas a otras amenazas que enfrentan los océanos: la contaminación plástica, la sobrepesca, la salmonicultura intensiva en los fiordos del sur de Chile. Y un problema menos conocido pero igual de grave: el ruido submarino.
En declaraciones a la prensa, la bióloga dijo que el tráfico marítimo “mete muchísimo ruido en el océano. Y el sonido allí se propaga muy rápido. He estado buceando y se escucha como si estuvieras al lado de un motor”, explica Velasco. Esa contaminación acústica altera la vida de cetáceos y otros organismos que dependen del sonido para comunicarse o desplazarse.

La autora es crítica del modelo extractivista que privilegia la explotación sin regulación. “Nos vendieron la salmonicultura como una solución a la sobrepesca, pero no es cierto. Es una industria que genera eutrofización, antibióticos en el agua, y choques con comunidades locales”, denuncia.
La vida empezó en el mar
Velasco cree que el libro puede ser útil en escuelas, donde la enseñanza sobre océanos es casi inexistente. Su enfoque conecta datos duros con sensibilidad, y evita la jerga técnica. No le interesa, dice, que el lector aprenda definiciones, sino que entienda por qué su salud depende del océano.
Buena parte de lo que cuenta en Vida sumergida lo fue descubriendo ella misma mientras lo escribía. “Salí de la universidad con la sensación de no saber nada. Tuve que investigar cómo se formó el océano primitivo, cómo cambió la atmósfera. Fue un proceso de aprendizaje personal muy profundo”, cuenta.
Catalina Velasco tiene poco más de 30 años, pero habla con la madurez de quien bucea entre corrientes y organismos invisibles para la mayoría. “Del océano se habla muy poco, pero, afortunadamente cada vez más. El océano también se está poniendo de moda”. Su mensaje es claro: hay que mirar hacia el azul.
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