
Me permito escribir y titular esta nota sin la debida confianza con el protagonista, que tal vez no haga falta en verdad. Además, sabiendo cómo él se toma estas cosas, aquí va.
Conocí a Martín Caparrós hace muchos años, más de 30, cuando yo recién había llegado a Buenos Aires y me pidieron realizar un trabajo de investigación periodística que iba a nutrir el primer tomo del monumental libro La Voluntad que coescribió con Eduardo Anguita. Recuerdo haber cruzado Las Heras para dirigirme a su departamento y allí tener una amable charla sobre el proyecto y lo que pretendían de mi trabajo. Sin embargo, buena parte de la conversación se la llevó la pasión boquense que los tres presentes profesabamos. La verdad, no tenía idea cuán relevante era Boca para Martín: me contó con lujo de detalles y su florido lenguaje algunas historias míticas que solo un buen conocedor apasionado puede conocer. “Respeto” pensé, “este es de Boca de verdad”.

De eso me acordé el otro día cuando vi las fotos suyas en la Bombonera. Se lo nota feliz de estar en el césped sagrado del gran escenario futbolero de nuestras vidas (la de él, la mía y la de unos cuantos millones de argentinos y argentinas). Eso disparó el motivo de esta nota.
Unas semanas antes de que él viniese a Buenos Aires nos comunicamos para una entrevista sobre el libro La verdadera vida de José Hernández (contada por Martín Fierro) realizado con otro buen amigo (boquense), Rep. También hablamos de su salud, del apagón en España, de la IA, de la porteñidad y... De Boca, por supuesto. Era la previa al Mundial de Clubes, así que fue inevitable tocar el tema. Hay que recordar que Martín escribió un lindo libro -a su estilo- sobre la historia de Boca, titulado cariñosamente Boquita y publicado en ocasión del centenario del club, hace ya 20 años (allí brinda su testimonio un buen amigo mío de la cancha, Martín, así que le prestamos doble atención en aquel momento y por supuesto ocupa un lugar de privilegio en nuestras bibliotecas).
En fin: la visita de Martín Caparrós a Buenos Aires tuvo varios de estos momentos emotivos-simbólicos como el de La Bombonera. El doctorado honoris causa que le concedieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; la lectura coral de su autobiografía Antes que nada en el Teatro Alvear, todos cubiertos aquí en Infobae Cultura.
El cuadro se completa luego de haber escuchado (más que mirado, ventajas del streaming en boga), las dos muy buenas entrevistas que le realizaron Pedro Rosemblat y Eugenia Zicavo -vaya casualidad, otros dos hinchas de Boca- en donde Caparrós habló de su libro y de su vida, que es más o menos lo mismo en este tiempo. Hay una cuenta regresiva en marcha y resulta inevitable asociarla con cada uno de sus actos y declaraciones públicas.

Este miércoles por la noche, mientras manejaba bajo la lluvia por Villa Crespo escuchando la entrevista de Eugenia, se me ocurrió escribir para decir que esta visita de Martín Caparrós a Buenos Aires y todos esos momentos vividos, son una buena despedida (inmejorable diría) de cosas que han sido importantes en su vida en Buenos Aires.
Él desde su extremo racionalismo, lo hace saber: se va a morir, así le han dicho los médicos y ahora que parece sumido en una frenética actividad literaria -que no es desesperada actividad, no confundir, al menos esa es mi percepción porque él así lo cuenta todo el tiempo-, ha tenido tiempo para venir a Buenos Aires y pasarla bien.
Dudo que haya tenido una wishlist antes de llegar a su ciudad, pero así se fueron dando las cosas: primero Puán, después la calle Corrientes y luego, por supuesto, Brandsen 805. El cariño de sus amigos, colegas, familia y lectores lo acompañó en cada uno de estos rituales. Si no lo pensó así, le salió redondo. Ya se puede ir tranquilo.
[Fotos: Marín Quintana/EFE; prensa Filosofía y Letras UBA; prensa Boca Juniors]
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