
Lo primero fue un sticker: una mano que lo saludaba desde un chat de WhatsApp. Incrédulo, Vicente Battista se acomodó los anteojos y se acercó el teléfono a la cara. Estaba con su familia, de sobremesa. Era sábado, casi dos de la tarde. Afuera, una niebla enigmática abrazaba Buenos Aires. Adentro, la mano del sticker lo seguía saludando. Al remitente lo tenía agendado: Rafael Cuevas Molina, escritor guatemalteco, jurado del Premio Rómulo Gallegos. Su novela El simulacro de los espejos había sido postulada para el galardón; días atrás leyó que estaba entre los nueve finalistas. Enseguida llegó el mensaje, la confirmación: “Ganaste. Abrazos”.
A días de cumplir 85 años, Battista pone su nombre en el listado de un premio que supo reconocer a Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Roberto Bolaño, y se coloca como el quinto argentino en obtenerlo, después de Abel Posse, Mempo Giardinelli, Ricardo Piglia y Perla Suez. Entre los nueve finalistas, había dos coterráneos: Selva Almada y Sergio Bizzio. El simulacro de los espejos, publicada por el sello Hugo Benjamín, se impuso entre la cifra récord de 474 obras de 32 países porque, según los jurados Perla Suez, Juan Antonio Calzadilla, Fermín Goñi, Abel Prieto y el mencionado Cuevas Molina, es “una de las grandes novelas contemporáneas”.
“Estoy contento por este premio. Es una alegría haberlo ganado”, dice ahora, desde su departamento en Capital, “en lo que antes se llamaba Barrio Norte y ahora le dicen Recoleta”, donde vive desde el año 1985. Antes pasó una larga estadía en Barcelona, en los años de la dictadura militar. “A España nos fuimos dos: Gloria, mi mujer, y yo. Y volvimos siendo cuatro, con Carla y Jimena. Ya no son chicas, cada cual tiene su profesión, su casa. Y yo ahora tengo también nietos. El tiempo pasa. Pero tengo a mi familia: Eso de estar solo, sufriendo y con lágrimas en los ojos... no es mi caso. “Lo celebré con mi familia, pero me quedé callado hasta que oficialmente lo anunciaron”.

Battista, que viajará a Caracas el dos de agosto para recibir el premio que otorga el Estado de Venezuela, dotado de 80 mil euros, un diploma y una medalla de oro, asegura que “la escritura estuvo siempre”: “Escribo desde mi más tierna infancia”, dice y recuerda una de las consignas que brillaba como mantra en la redacción de El escarabajo de oro, la revista literaria de fines de los sesenta y principios de los setenta que formó junto a Abelardo Castillo, Liliana Hecker, Arnoldo Liberman, Ricardo Piglia, Miguel Briante y tantos otros: “Uno no escribe para comerciar o para vivir, sino porque no le queda otra”. Como una condena, pero también como una misión.
En el portal de TeleSur, el medio público venezolano, titularon la noticia de este modo: “Jubilado argentino Vicente Battista gana Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2025”. El autor se ríe. “Voy a tener que ir a reclamar Anses”. Efectivamente, es jubilado, con la mínima, como periodista, y cobra mensualmente una retribución por ganar el Premio Municipal de Literatura en 1990. “Si no fuera por ese premio me moriría de hambre”, asegura. Battista es uno de los tantos jubilados argentinos que se la rebusca para vivir. Tiene un método de evasión, una arma crítica: la literatura. Siroco, El libro de todos los engaños y Cuaderno del ausente son algunos de sus tantos libros.
Este año se cumplen tres décadas de su Premio Planeta, en 1995, por Sucesos Argentinos. “Me lo recordaron mis hijas el otro día. Y treinta años después me dan el Premio Rómulo Gallegos. Así que más o menos de treinta a treinta no habrá nada, pero como estoy por cumplir 85 no puedo prometer nada para dentro treinta años, pero espero que se me recuerde con cariño”, dice entre risas. Battista defiende las instituciones que defienden la cultura. En su concepción el Estado es el gran engranaje que hace que los autores no tengan que venderle el alma al mercado. “Cadra, Argentores, Sadaic... ¡Joder!, ¡estamos trabajando!“, exclama.
“Si una editorial de gente joven me pide un cuento, se lo doy, pero si me lo pide Alfaguara o Planeta, también, pero cobro tanto. Le cobro al que está en condiciones de pagar. Al otro no: se hace por amor al arte. Lo hice cuando era joven y fuerte, y lo sigo haciendo ahora”, y continúa: “Digamos que este año se van a editar seis novelas. A la editorial le llegan sesenta. Entonces elige. ¿Este tipo o esta señora no está en redes? Entonces no me interesa. ¿No tuvo un escándalo, no mató a nadie, no es provocador? Más allá de la calidad, esa novela tiene más posibilidades que la de un escritor que escribe humildemente y hace textos de calidad pero de poca venta. ¿Te das cuenta?”
Una anécdota para graficar mejor el punto: “Hace muchos años me tocó ser jurado del Premio Municipal. Éramos cinco los autores, que no recuerdo ni quiero recordarlos, porque puedo perder la memoria pero no el optimismo, pero al que sí recuerdo es a Juan Carlos Martelli, que murió hace unos años. A Martelli y a mí nos había gustado mucho una novela de una escritora que vivía en el sur: un texto muy bueno, muy revolucionario. Pero los otros tres jurados se habían encariñado con una novela romántica del siglo XIX, que estaba bien, correctamente escrita, pero no venía a traer nada. Empezó la discusión y uno de los jurados dijo: ‘Pero además esta novela no se entiende nada’“.

La respuesta de Battista fue esta: “Cuando Joyce público Ulises había mucha gente como vos que decía que no se entendía nada. Eso no impidió que Ulises se convierta en la novela fundadora de la nueva literatura". La historia sigue así: “Ellos insistieron con esa novela romántica, entonces ahí dijimos con Martelli: ‘que figure que nosotros dos no adherimos al premio y listo’”. Battista trata de mantener una conducta, una ética, una fidelidad. “Me ha pasado que me digan: ‘Mirá, tenés que levantar esto y esto’. Bueno, no lo publiques. Y punto. Yo no voy a hacer concesiones porque no te cae bien a vos o al editor le parece violento. Yo de por sí no soy un autor de palabras soeces”, dice.
Así aparece, sobre el final de esta conversación telefónica, el lenguaje que utiliza Javier Milei para aludir a la oposición, al periodismo crítico, a los economistas heterodoxos, a quienes ponen en duda el paraíso al que dice llevarnos el gobierno luego de tanto sacrificio social: “La mejor respuesta a eso es la ironía, el sarcasmo. Esta gente que usa ese lenguaje soez, del presidente para abajo, no logra entender qué es una ironía, qué es un sarcasmo, porque están lejos de saberlo. Es la respuesta que podría dar Borges o incluso Bioy Casares, burlándose con toda claridad".
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