
“Fracasamos la Argentina y yo, en ese orden; nunca nos separamos la Argentina y yo”, expresó Martín Caparrós durante la ceremonia en la que recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires (UBA). El escritor y periodista, visiblemente conmovido, utilizó su discurso para reflexionar sobre el vínculo entre su vida y el destino del país, y para trazar un paralelismo entre su propio recorrido y el devenir argentino. En el acto, celebrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Caparrós fue ovacionado por colegas, familiares y amigos, en un homenaje que lo reconoció como una de las voces literarias más influyentes de la actualidad.
El evento, presidido por el rector Ricardo Gelpi, el decano Ricardo Manetti y la vicedecana Graciela Morgade, contó con la presencia de figuras del ámbito literario y periodístico, como Daniel Guebel, encargado de la laudatio, y los escritores Cristian Alarcón, Josefina Delgado, Martín Sivak y Paula Pérez Alonso. También asistieron la madre de Caparrós, Martha Rosenberg, su pareja Marta Nebot, el jurista Roberto Gargarella el editor Ignacio Iraola y el dibujante Rep.

Durante su intervención, Daniel Guebel definió a Caparrós como “nuestro Balzac”, y subrayó: “Nadie, nadie como él ha hecho tanto, tantas cosas ni ha llegado tan lejos”. Guebel evocó la influencia de Caparrós en su propia carrera literaria y celebró la “gloria” del homenajeado, aludiendo al subtítulo de la novela Ansay o los infortunios de la gloria. Comparó pasajes de Antes que nada con el cuento “El Aleph” de Borges, y destacó la sensibilidad de su prosa: “Son páginas tremendas, tremendamente sensibles, no sentimentales; las mejores de nuestra literatura”.
Guebel también mencionó otros títulos emblemáticos de Caparrós, como La Historia, Dios Mío y La verdadera vida de José Hernández (contada por Martín Fierro), ilustrado por Rep. Al referirse a la voz literaria de Caparrós, afirmó: “En todos sus libros y en toda su obra, […] se escucha siempre un murmullo, el murmullo de una voz que se abre y se escucha y sabe cómo seguir hablando, que se enamora de sí misma y lucha contra esa fascinación; como Ulises, sirena de sí mismo”.

El propio Caparrós, que ingresó al aula en silla de ruedas, agradeció la distinción con un discurso de tono melancólico. Recordó que en otras ocasiones había respondido a premios con “poemas, canciones y otras panderetas”, pero esta vez optó por la introspección. “Soy un cobarde; hui de mi fracaso, de nuestro fracaso; llevo más de doce años sin vivir en mi supuesto país, la Argentina, y en mi innegable ciudad, Buenos Aires”, confesó. Evocó su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires a finales de los años 60, donde aprendió que “intentar era mejor que no intentar; pensar, mejor que no pensar; querer, mejor que no querer y coger, mejor que no coger”.
En 1974, inició sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que debió interrumpir por el exilio forzoso en 1976, y que retomó en la Universidad de París, donde se licenció en Historia. De regreso en la década de 1980, comenzó a publicar novelas y a dar clases en la UBA, en la cátedra de Nicolás Casullo. Sobre su renuncia, relató: “Renuncié una tarde en que entendí que mi salario de ese mes ya no llegaba a los cuatro dólares y no quería ser cómplice de esa ficción menemista según la cual el Estado argentino pagaba la educación de sus jóvenes; ni siquiera me compraba una camisa”.

Caparrós subrayó su vínculo con la universidad: “Mi hijo Juan estudió Ciencia Política en la UBA y la universidad sigue siendo mi casa”.
También abordó la situación actual del país: “En el mundo hay lugares donde las personas en la calle se sonríen, se tratan como si fuesen educadas. En el medio de todo eso o en el pináculo de todo esto, hay un señor que parece que entendió este clima social y decidió aprovecharlo. Decidió que el odio y el rencor y el desprecio y el maltrato eran las herramientas que le ganarían el apoyo de millones y millones de personas; por desgracia, no se equivocó”.

El escritor ofreció una serie de comparaciones entre la Argentina de hace cincuenta años y la actual: “Hace cincuenta solo uno de cada diez chicos iba a la escuela privada; ahora, tres de cada diez; hace cincuenta años un 10% de inflación era un peligro; ahora sería un logro extraordinario”. Reflexionó sobre la transformación del país: “Si lo privado siempre fue una característica de las sociedades latinoamericanas, la Argentina era el país de lo público; ya no”. Una asistente, al escucharlo, exclamó: “Qué bárbaro”.
Caparrós describió a la Argentina contemporánea como “un país reaccionario”, donde “cada gobierno hace tantos desastres que el siguiente asume para reaccionar contra ellos”. Definió este ciclo como el de “un país sin proyectos, hecho a manotazos, deshecho a manotazos, un país calesita”.
En el cierre de su intervención, elogió el papel de la UBA: “Sigue siendo un recordatorio de lo que tratamos de ser y, quizás, alguna vez seremos”.
[Fotos: prensa FILO-UBA]
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