
A los once años, después de ganar un concurso de redacción en la escuela primaria, escribí mi primer cuento: una guerra entre hormigas y cucarachas que surgió de ver, en el patio del colegio, cómo se llevaban al hormiguero los restos de una cucaracha muerta.
Ese -por lo menos es lo que recuerdo- fue mi primer contacto personal con la escritura de ficción y, mientras escribo esto, pienso que sigo haciendo lo mismo: sobre una imagen en la calle, o una anécdota que me cuentan, voy hilvanando las historias que componen éste, mi primer libro.
Desde esas primeras páginas, por suerte desaparecidas, y hasta hoy, pasaron cincuenta y siete años. Escribía, dejaba. Volvía a probar. A veces pensaba que no podía hacerlo en Buenos Aires porque me atosigaban las responsabilidades laborales -soy contador público y trabajo de eso-; a veces era al revés, no podía en ningún otro lado. Ahora, con sesenta y ocho ya cumplidos “salí del armario” de los números y las declaraciones juradas de impuestos y me animé, superando la vergüenza, a publicar mis relatos. Y puedo escribir en cualquier lado. Y a cualquier hora. En mi casa, en mi oficina, en el exterior. Dónde y cuándo se me ocurra.
Pasé tres etapas para llegar a este momento: una primera donde solo yo me permitía leer mi creación; una segunda etapa, en la cual la vieron personas de mi máxima confianza. La tercera es esta, la que estoy transitando, la de publicar y que todos los que quieran se acerquen a lo que produzco.

Cada uno de los cuentos de este libro tiene su propia génesis. Muchos tienen sus años y los reescribí. Las versiones actuales tienen que ver con mi posibilidad de reflexionar sobre sentimientos y pensamientos que se fueron formando y delineando en mi cabeza -y en mi alma- a través de los años.
Hay algunos relatos nuevos. En todos los casos, la escritura o la reescritura son momentos de plácida alegría, en los cuales me sustraigo de mi actividad habitual y me dedico a esto que tendría que haber hecho desde hace años.
La premisa básica que tuve para escribirlos fue simple: pensaba en un lector sentado cómodamente en un sillón leyendo, sin sobresaltarse en ningún momento; sin distraerse con comentarios o desarrollos que le hagan perder el hilo. Solo me concedo que se sorprenda en algunos finales.
El título del libro, Un contador es un juego de palabras. Ser contador público y de cuentos me resume. Soy ambos.
Los textos que incluye este libro transcurren en casi todos los casos en Buenos Aires. Son urbanos y hablan del amor, de la muerte, del deseo y sus contradicciones. Trato de cuestionar la mirada obvia para permitirme una segunda lectura. Mis personajes discurren entre la pasión y los mandatos; entre las costumbres y las estrategias. Quisiera que ellos sean comprendidos sin ser juzgados.
Me permito esto. Que un profesional en ciencias económicas, que hace cuarenta y tres años trabaja en una oficina, haciendo balances y presentaciones tributarias, escriba y publique relatos que nada tienen que ver con su trabajo. Y disfrutar de esta alegría. La de ver mi obra corporizada en 208 páginas que puedan caer en manos de quien quiera.
La verdad, estoy en un cumple. Solo que para cumplir años se necesita, únicamente, haber sobrevivido. Pero para editar “Un Contador” necesité horas de concentración y reflexión. Placenteras, pero trabajosas. Así que sí, es un cumple. Un cumple sueños.
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