
Tras una larga tradición de obras solemnes que centraron sus relatos en grandes sucesos históricos, como la Revolución Mexicana o la Guerra Cristera, la literatura mexicana encontró un nuevo respiro durante la segunda mitad del siglo XX con la llegada de una nueva generación de escritores jóvenes.
A mediados de los años 60, Gustavo Sainz, José Agustín y Parménides García Saldaña irrumpieron en el panorama literario de México con temas hasta entonces no abordados por los escritores precedentes. Sexo, drogas, adolescentes y rock fueron el centro del torbellino que causó repudio dentro de algunos sectores de la academia mexicana.
Las novelas y los cuentos de estos autores no solo exploraron aspectos de la vida en México que no se habían tratado, sino que también le dieron un vuelco a la forma de narrar esas historias, mediante el uso coloquial del idioma propio de los adolescentes de la época y utilizando estructuras experimentales que llevaron al límite los recursos mismos del lenguaje. Además, estos escritores se olvidaron, a propósito, de contar las anécdotas a través de la linealidad temporal y de la presencia de un solo tipo de narrador.
Las obras de Sainz, Agustín y Saldaña, lejos de pasar desapercibidas en el marco literario de México, terminaron por encasillar a sus autores bajo la generación de La Onda, término que la escritora mexicana Margo Glantz empleó para distinguirlos de sus contemporáneos.
Una de las novelas más importantes de esta singular generación de escritores mexicanos es Gazapo de Gustavo Sainz, la cual se publicó por primera vez en 1965, hace 60 años, en la ya extinta editorial Joaquín Mortiz.

Gazapo, una novela sobre los caos en la adolescencia
Como es común en las obras de los autores de La Onda, Gazapo cuenta la historia de un adolescente oriundo de la Ciudad de México que en realidad está perdido.
Menelao, Mentolado o Melasobas es el protagonista de esta novela en la que trata de encontrar su lugar en el mundo, cuya búsqueda la lleva a cabo bajo los embrujos propios de su edad: amor, sexo, amistades, fiestas, abandono. La historia de Menelao probablemente es la historia de casi cualquier adolescente mexicano de los años 60, aunque también pisa los terrenos universales de esa etapa, si es que existen.
Abandonado por sus padres y presa de un país que lo supera, Menelao reconstruye su experiencia tratando de conquistar a Gisela, con quien descubre el amor y los ardores de la inquietud sexual. En algún momento, Menelao trata de convencer a Gisela para que hagan el amor.
“—Nuestros besos —comencé en tono doctoral—, son más agradables ahora que dentro de cinco años. Piensa, reflexiona.
“—Pero/
“—Son apasionados —no quería dejarla hablar—; después serán fríos, automáticos. Nuestra piel no será tan suave ni tan hermosa nuestra entrega ni el sabor de nuestra saliva ni el olor de nuestro sudor. Comprendo que es algo insólita nuestra relación/“.
A lo largo de la historia, Menelao se sacude de los principios de inocencia y puerilidad adjudicados a la etapa que está abandonando: la infancia. Y aunque está desprendido del cariño de sus padres, encuentra en su Vulvo, Mauricio, Fidel y Balmori el sentido de la familia y la fraternidad.
De hecho, la particularidad de la novela radica en que el lector, realmente, tiene un acceso muy limitado a los sucesos que ocurrieron, pues la gran mayoría de la historia está contada a partir de grabaciones de voz, notas escritas a mano y remembranzas del pasado dichas por Menelao o algunos de sus amigos, registros deudores de la equívoca memoria.
Gustavo Sainz juega en todo momento con los narradores, pues emplea al Dios omnipresente que lo sabe todo, herencia de las novelas europeas del siglo XIX, pero también se aproxima a la vida de Menelao — en realidad solo cuenta un periodo muy breve de su etapa adolescente— en código de primera persona a través del recuerdo que todo lo revierte, lo esfuma, lo exagera o lo inventa. El primer párrafo de Gazapo se arriesga con esta técnica.
“Vulvo me cuenta que estuvieron en Sanborns de Lafragua hasta las tres de la mañana. Llegaron a las diez de la noche y en todo ese tiempo Fidel no se quitó los lentes oscuros; Balmori no terminó de tomarse el jugo de frutas que pidió al llegar y Jacobo, por su parte, no cesó de mirar un vaso vacío [...]
—Sí; a esa hora yo estaba dormido— explico."
La novela avanza como un rompecabezas en que numerosos episodios de un mismo suceso van sumándose hasta convertirse en algo semejante a un todo, donde quedan espacios vacíos, rincones para la intriga y la introspección, pues el autor mexicano también penetra libremente en la conciencia de Menelao, atizando su condición de joven perdido en el laberinto de su vida.

De hecho, uno de los momentos más memorables de la obra es cuando Menelao construye un rebuscado episodio en su cabeza cuando entra a su casa, a la cual sus amigos pretenden “asaltar” durante gran parte de la historia.
“—No sé por qué —dice más tarde, cuando van rumbo a Chapultepec—, se me impuso en ese momento una imagen de teatro: varias bailarinas esperando el final de un número de fonomímica. Una viendo hacia las diablas, su cuello mórbido, su portabustos sin ocultar nada".
Asimismo, Gazapo refleja la condición social de México durante los años 60, exponiendo la moral de una época empeñada en satanizar el deseo sexual y la vida adolescente. Durante un episodio en el que el protagonista pretende tener relaciones sexuales con Gisela, la voz de los principios morales le susurra a Menelao en los oídos:
“Para que haya pecado es necesario que concurran en él tres circunstancias, a saber: advertencia, consentimiento y libertad. [...] Finalmente es necesario que el alma tenga libre ejercicio de sus facultades para que una acción pueda ser imputada pecado”.
Gazapo engrandece los minúsculos sucesos de una vida hasta convertirlos en destinos de una nación, pero su lectura también se queda como el gesto de una época ya terminada, importante pero petrificada en el tiempo.
A 15 años de la muerte de Gustavo Sainz
Esta semana se conmemora el 10° aniversario luctuoso de Gustavo Sainz, quien nació el 13 de julio de 1940 en la Ciudad de México y murió el 26 de junio de 2015 en Estados Unidos.
Su legado en la literatura mexicana es importante, pues si bien Gazapo marcó a generaciones posteriores de escritores y lectores, también el resto de su obra cobró relevancia nacional. Algunos de sus libros más destacados son Obsesivos días circulares (1969), Fantasmas Aztecas (1982) y Princesa del Palacio de Hierro(1974), laureada con el Premio Javier Villaurrutia.
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