
La propuesta de Alexander Douglas en su libro reciente, Against Identity (Contra la identidad), desafía la idea de que la identidad personal sea un bien propio y estable, sugiriendo que la única salida realista a los conflictos sociales actuales es abandonar la noción de identidad.
Douglas sostiene que la raíz de la polarización y el enfrentamiento en la sociedad contemporánea se encuentra en la obsesión por la identidad, tanto en la derecha como en la izquierda política.
El autor examina cómo las redes sociales han reforzado la percepción de que las identidades pueden ser adoptadas o descartadas a voluntad, como si fueran máscaras digitales. Esta visión, según Douglas, lleva a que las personas consideren la identidad como una propiedad privada, sobre la que tienen derechos de elección y control.

Este fenómeno se ha intensificado en el discurso político moderno, donde la identidad se ha convertido en un elemento central, reflejando una internalización inconsciente de la perspectiva neoliberal que ve a los individuos como consumidores aislados que expresan sus preferencias a través de sus elecciones identitarias.
El libro de Douglas analiza cómo la relevancia de la identidad del hablante ha pasado a ser un criterio para evaluar argumentos, una práctica que antes era criticada por la derecha bajo el término “política de identidad”, ahora englobada en el concepto de “wokeness”.
Paradójicamente, esta tendencia es una consecuencia lógica de las políticas económicas de figuras como Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Por otro lado, el medio recoge la crítica de que quienes suelen rechazar la política de identidad, en su mayoría hombres blancos privilegiados, no se ven obligados a preocuparse por su identidad, ya que la suya es la que predomina en las estructuras de poder, mientras que para las minorías la identidad puede ser determinante en la manera en que son tratadas.

En su diagnóstico, Douglas describe la situación actual como una “esclavitud universal a la identidad”, ya que argumenta que tanto los agitadores de la alt-right que rechazan la política de identidad como los activistas de izquierda están igualmente aferrados a sus propias identidades. Esta dinámica, según Douglas, explica la ferocidad y polarización de los debates actuales, donde las personas interpretan las críticas a sus opiniones como ataques personales a su identidad. El resultado es una reacción emocional e instintiva, lo que explica por qué “la verificación de hechos no funciona con las teorías conspirativas”. Douglas sostiene que este problema trasciende las redes sociales y tiene raíces más profundas en la estructura social.
“Si te defines por tu etnia o tu gusto musical, entonces, ipso facto, te demarcas frente a otros que no comparten esa identidad. Aquí está la base para la división y el conflicto intergrupal”, escribe. El autor sugiere que la identidad, lejos de ser una esencia propia, es una construcción social negociada, tanto reclamada como otorgada. Nadie puede ser francés si esa nación no existe, ni médico si no se le concede el título correspondiente. Así, la identidad se revela como un conjunto de atributos prestados, más que como una realidad intrínseca.
Para fundamentar su propuesta, Douglas recurre a tres pensadores de épocas y culturas distintas: el sabio chino Zhuangzi, el filósofo holandés del siglo XVII Benedict Spinoza y el crítico francés del siglo XX René Girard: los tres coinciden en la idea de que la iluminación consiste en abandonar el apego a la identidad y fundirse con el flujo indiferenciado de todas las cosas.

Douglas afirma que, al mirar hacia adentro, solo se encuentra confusión y una mezcla de cualidades, una idea que también expresó el filósofo escocés David Hume, quien describió el yo como “nada más que un haz o colección de diferentes percepciones, que se suceden unas a otras con una rapidez inconcebible y están en perpetuo flujo y movimiento”.
El concepto de “deseo mimético”, desarrollado por Girard, sostiene que las personas eligen modelos a imitar y, a través de esa imitación, aprenden a desear lo que otros desean. Douglas concluye que “el individualismo es en realidad conformismo a un modelo”, y lo que se percibe como una identidad propia es solo un disfraz tomado de otros.¨Para Douglas, la alternativa consiste en fusionarse psíquicamente con la naturaleza “superdeterminada” del Dios de Spinoza, que existe en todas partes y en todas las cosas. El autor se pregunta si algún ser humano ha logrado tal hazaña y sugiere que, tal vez, Jesús lo haya conseguido. Otro ejemplo es Hundun, un emperador sin rostro de una antigua fábula china, cuya historia ilustra los peligros de intentar imponer una identidad definida.
El libro Against Identity combina estas reflexiones filosóficas con referencias a figuras como Evelyn Waugh y Jean-Paul Sartre, y se caracteriza por un estilo aforístico. Douglas escribe: “La ‘voz interior’ no es más que el ruido de los demás resonando en tu propio vacío”. Frente a la idea romántica de que uno puede ser lo que quiera, Douglas plantea el desafío contrario: “No seas tú mismo”.
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