
Cuando miro hacia atrás, todavía me cuesta creerlo. ¡Qué largo ha sido el sendero, cuánta agua ha corrido bajo el puente para finalmente haber podido llegar hasta aquí! Cuánto tuve que investigar, traducir, analizar, descifrar, interpretar… Fueron horas y horas sumergida en aquel mundo, adentrándome en la oscuridad más profunda del nazismo, buscando algo de luz, tratando de hallar desesperadamente a mi familia perdida.
Y el esfuerzo dio sus frutos. Hoy miro hacia atrás con orgullo, con satisfacción, con una sensación de “misión cumplida” difícil de explicar. Hoy puedo decir: “lo logramos”. Y lo digo en plural. Porque fue una búsqueda que compartí con mi querido padre, Natalio Lerman. Juntos emprendimos esta investigación histórica sobre nuestras raíces familiares, que luego se transformó en dos libros: El dolor de estar vivo y El chico que sobrevivió a Auschwitz.
Aunque mi padre falleció a fines de 2023, se fue con el alma llena: había logrado conocer, finalmente, la historia de su familia. Y a mí me dejó marcado el camino para continuar su legado.
Pero para entender todo esto, tengo que empezar desde el principio. O, mejor dicho, desde muy atrás: desde mi infancia. Ahí aparece él, mi abuelo. “Mi querido Zeide”, así lo llamaba, sin más. Era un abuelo presente y cariñoso. Yo lo quería y respetaba profundamente. Era una figura muy importante en mi vida y, a la vez, alguien misterioso, con un acento polaco que nunca pudo borrar.

En vida, mi Zeide (Shlomo Lerman) nunca habló de su pasado. Su hermano, Chil Majer —mi tío abuelo—, y Levi —mi “tío” querido, el único de los cuatro hijos de Chil Majer que logró sobrevivir al Holocausto—, tampoco dijeron nunca una palabra. Había un manto de silencio que lo cubría todo…
Recuerdo cómo me perturbaba ver sus brazos marcados con un número: el recuerdo indeleble del campo de exterminio de Auschwitz. Pero no se hablaba del tema. No se podía preguntar. No era “tema de conversación”. Era, simplemente… imposible. Es difícil de explicar. El porqué de ese “imposible”; creo que solo lo entienden quienes han crecido con un sobreviviente.
Y, sin embargo, aunque en vida no pudieron hablar ni narrar lo ocurrido, tanto mi abuelo como su hermano y su sobrino se encargaron de dejar valiosísimos documentos, cartas, credenciales, testimonios y fotografías. Gracias a ellos logré, con gran determinación y esfuerzo, reconstruir sus vidas.
Todo comenzó en 2020, cuando las tareas escolares de mis hijas, en la secundaria ORT, les pedían investigar sobre sus abuelos y bisabuelos: cómo habían llegado a la Argentina, qué sabían de su vida en Europa. Esa consigna fue la chispa que encendió en mí un deseo inconmensurable por desentrañar un pasado que hasta entonces desconocía por completo.

Quería saber qué había pasado con nuestra familia durante el Holocausto: quiénes eran, cómo vivían en Europa, de qué se ocupaban, qué pasó con ellos, cómo y dónde fueron asesinados. Y esa chispa, una vez encendida, ya no se pudo apagar.
Le pedí a mi papá, en plena pandemia, que me enviara por WhatsApp las fotos de los documentos que había encontrado tras la muerte de mi abuelo: más de 120, escritos en hebreo, ídish, francés y polaco. Así, juntos, iniciamos una investigación desenfrenada sobre nuestras raíces.
Dos años más tarde nació El dolor de estar vivo, que rescata del olvido la historia de juventud de mi abuelo, un comerciante judío de shtetl (pueblo judío), que logró escapar antes del estallido de la guerra, transformándose en un refugiado. Él tuvo que enfrentar obstáculos y barreras impensables por el solo hecho de ser judío.
Este libro intercala los documentos originales de mi abuelo con la narración, dándole un valor testimonial enorme.

Tengo que aclarar que, hasta entonces, nunca había imaginado que escribiría un libro. Soy farmacéutica, profesora de hebreo y fui ayudante de cátedra en la universidad. Escribir un libro no era parte de mis objetivos hasta ese momento. Fue la investigación la que me empujó a hacerlo, convirtiéndome en escritora y abriéndome un mundo que me apasiona: el de transmitir y enseñar, a través de charlas con alumnos, jóvenes y adultos, lo ocurrido en aquella oscura época del nazismo, desde un lugar íntimo y personal.
Sin embargo, yo sabía que aún faltaba contar una parte muy importante: más dura, más difícil y trágica… pero, a su vez, esperanzadora. La historia de Chil Majer —el hermano de mi abuelo— y su hijo Levi. Tenía que descubrir qué había pasado con la familia que quedó atrapada en Polonia y que fue víctima de las garras del nazismo.
Para reconstruirla, me valí no solo de documentos familiares, sino también de los Yizkor Books de Ostrowiec, los libros conmemorativos escritos por sobrevivientes del Holocausto en 1949 y 1971, en idioma ídish. También conté con la ayuda de mis primas, Mari y Susi, hijas de Levi, que aportaron fotografías y documentos de un valor incalculable. Al igual que en mi primer libro, intercalo las fotografías y documentos con la narración, dándole un valor adicional al documentar todo lo ocurrido.
Escribir mi segundo libro fue una tarea muy difícil y dolorosa. Hubo momentos en que tuve que detenerme porque no soportaba la angustia. Me hacía una sola pregunta, una y otra vez: ¿por qué?

Sin embargo, también tengo que admitir que sentí una gran emoción al descubrir a mi familia. No solo supe sus nombres: también escuché sus voces y sus pensamientos, gracias a las cartas que dejaron y a las fotos con dedicatorias. Pude entenderlos. Incluso empecé a sentir que los había conocido desde siempre. Había logrado lo que me propuse: sacarlos del olvido.
Mi primer libro, El dolor de estar vivo, está narrado en primera persona por mi abuelo. Y en este segundo libro, El chico que sobrevivió a Auschwitz, es Levi quien toma la palabra.
Me meto de lleno en su piel, en sus 14 años al comienzo de la guerra, y narro a través de sus ojos cómo vivió la invasión nazi, desde la inocencia de un chico que ve cómo su mundo entero se va desmoronando, como una pila de cubos que no deja de caer: el encierro en el gueto de Ostrowiec, los trabajos forzados, los traslados a incontables campos de concentración —incluyendo el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau—, la humillación, el hambre, la pérdida.
El Holocausto le arrancó la adolescencia, la familia, la vida que amaba... Pero Levi, con una fe inquebrantable, y gracias a su determinación y al amor por su padre, logró lo imposible. Encontró dentro suyo una fortaleza que ni él sabía que tenía, y que lo ayudó a enfrentar la opresión. Esa fuerza lo llevó, contra todo pronóstico, a sobrevivir junto a su padre.

Se trata de la historia de un vínculo indestructible: el lazo entre un padre y su hijo, que resultó ser más fuerte que el odio y la muerte.
En lo personal, siento una profunda admiración por el coraje y la osadía de Levi, capaz de arriesgarlo todo por proteger a su padre.
Espero, desde el fondo de mi corazón, que la voz de Levi —que emerge de estas páginas— sirva como símbolo de tantas voces que sucumbieron en la barbarie del Holocausto y no pudieron vivir para contarlo. Que esta voz sirva para crear conciencia, que nos comprometa. Que nos mueva. Porque ya vimos una vez cómo el mundo eligió mirar para otro lado, y hasta dónde puede llegar el odio y la crueldad cuando nadie se interpone para detenerlo.
Con El chico que sobrevivió a Auschwitz, rindo homenaje a Levi Lerman, a su padre Chil Majer, a mi abuelo Shlomo y a toda mi familia perdida. Hoy los traigo de regreso desde las sombras para decirles: aquí están. No serán olvidados.

Y hoy, por fin, al evocar el pasado, puedo entender aquellas miradas tristes, acuosas, melancólicas. Hoy comprendo por qué llevaban tanta pena y añoranza.
Pero al cerrar los ojos, me los imagino a todos ellos, en algún lugar del cielo, con el alma llena. Viendo que finalmente los he encontrado. Que su historia, por fin, es contada. Que volvieron a tener voz.
Ahora sí, siento que pueden descansar en paz.
Últimas Noticias
La Bruja Malvada de “El Mago de Oz”, protagonista de una singular subasta
La próxima puja por uno de los objetos más icónicos del cine estadounidense invita a reflexionar sobre el valor simbólico y la vigencia de los mitos fundacionales en la cultura popular contemporánea

Brian Eno sorprende con una colección de arte tan impredecible como su música
El legendario productor musical presenta más de 400 piezas únicas de madera intervenidas con aerosol en Londres, fusionando azar, color y creatividad

Nostalgia y misterio se encuentran en las muestras de Daniel Basso y Víctor Florido en el Museo Moderno
Con “Terciopelo Club” e “Interiores”, el espacio de San Telmo invita a redescubrir la relación entre el arte, los recuerdos y la vida cotidiana

“Homo Argentum” cierra el festival de cine de Miami
La exitosa producción de Gastón Duprat y Mariano Cohn clausura el 7º Ibero American Film Festival Miami

Revelan una posible entrada secreta en una de las pirámides de Giza
Un equipo internacional de científicos ha detectado dos misteriosos huecos bajo la fachada oriental de la pirámide de Menkaura, reavivando el misterio sobre los secretos que aún guarda esta joya del antiguo Egipto

