
El pasado martes 27 de mayo a las 7 de la mañana, y bajo una lluvia torrencial, un grupo de docentes nos encontramos en la estación de trenes de City Bell con 37 adolescentes del último año de secundaria. Es un viaje a Buenos Aires que realizamos cada año hace ya 18 años. Reservamos las visitas con anticipación en todos los lugares para poder acceder sin complicaciones. Y es muy fácil hacerlo, solo hay que visitar las páginas de todos los edificios públicos de la ciudad y reservar el día.
Antes de subirnos al tren, tenemos una charla en la que dirigimos la atención a lo que para nosotros es uno de los objetivos de la salida: que miren atentamente la cantidad de oficios y profesiones que existen; que presten atención a todas las personas que van a conocer y vean la complejidad del mundo del trabajo. Este año egresan. Les pedimos que desde que suban al tren piensen en que alguien diseñó esos asientos, o la cartelería, o el sistema de puertas o la conducción del tren. Y sobre todo charlamos acerca de los cientos de oficios y profesiones que existen, que pueden ser lugares para su propio desarrollo personal y profesional. Porque para saber qué quieren ser es muy importante que les acerquemos y que conozcan la enorme variedad de trabajos, vocaciones, oficios y profesiones posibles.

Nos subimos al tren, bajamos en Constitución, tomamos el subte hasta la plaza del Congreso donde comienza nuestra visita que durará hasta altas horas de la noche. En primer lugar, visitamos la Biblioteca del Congreso y dos guías amorosas, comprometidas con el lugar y apasionadas nos pasean por todo el lugar. La Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina alberga alrededor de 3.5 millones de piezas bibliográficas disponibles para consulta. Con una importante colección de material parlamentario y jurídico nacional e internacional, libros de diversas disciplinas científicas y literarias, y documentos históricos, la biblioteca cuenta también con una Hemeroteca con más de un millón de ejemplares de periódicos nacionales, internacionales y de colectividades. Además, la biblioteca ofrece talleres, presenciales y online sobre literatura, historia, filosofía, arte, etc. Basta entrar a la página para perderse en un mar de actividades y eventos de acceso gratuito.
Sigue lloviendo cuando salimos de la Biblioteca. Caminamos hasta el Palacio del Congreso donde una guía nos muestra con un conocimiento exquisito todo el edificio que comenzó a construirse en 1895 luego de un concurso internacional. El ganador del proyecto fue Víctor Meano, quien participaba también de la construcción del Teatro Colón y que inspiró su propuesta en tres grandes bases: el academicismo, el eclecticismo y el clasicismo. Todo esto lo ven los chicos reflejado en los detalles de las cúpulas, los diferentes salones, el mobiliario, las paredes, los materiales.
Tenemos tanta suerte que mientras recorremos los pasillos nos encontramos con un grupo de restauradores que realizan el mantenimiento del edificio que es monumento histórico y artístico nacional. La cúpula, las esculturas de Lola Mora, el salón de las provincias, las cámaras de diputados y senadores pero también la explicación detallada de cómo es el funcionamiento, cómo se votan las leyes, qué significa dar quórum, cómo funciona, en definitiva, la democracia. El rol de los taquígrafos, los lugares asignados y su significado. El Salón Eva Perón, con todos tonos rosados, en el que se juntaban las primeras seis senadoras argentinas que ingresaron al Congreso en 1952. Su presencia incomodaba a los hombres por lo que les hicieron una sala aparte, rosa.

Y por último, la biblioteca, una versión de Harry Potter única y atrapante.
A estas alturas, todavía con lluvia, y con la frustración de los chicos, tuvimos que cancelar la visita programada al Cementerio de la Recoleta, que haremos otro día.
Nos detenemos a almorzar y a reflexionar sobre las últimas 4 horas en las que caminamos la biblioteca y el palacio del Congreso. Las frases son “yo no sabía que esto era así”, “ahora entiendo lo que pasa cuando vemos los debates del congreso”, “nunca pensé que podía usar una biblioteca para venir a leer o a estudiar”, y el clásico “yo no pensaba que nosotros podíamos tener esto”. Esta reflexión, el impacto positivo, la incredulidad con la que escuchan a las guías, nos conmueve cada vez porque nos hace pensar en dónde ponemos el foco, cómo creamos la idea de pertenencia, de logros propios, de la belleza que sabemos construir y que ellos pueden continuar si no es con una mirada de reflexión sobre el fracaso pero también de admiración por los logros.
Nuestra siguiente parada es el Museo Nacional de Bellas Artes. Aquí podes pedir guía del museo o llevar la propia. Como tengo de amigo a Gabriel Levinas, abuso de nuestra amistad para que acompañe a los chicos. Este año, como eran casi 40 chicos, los dividimos en dos grupos. Uno se fue con Gabriel, y el otro con la profesora de Arte del colegio, la artista plástica Laura Bereciartúa. La consigna era que debían salir del museo habiendo elegido una obra preferida y que nos tenían que contar por qué la habían escogido. Siempre pasa lo mismo en el Museo. Al principio arrastran los pies, ya están cansados de caminar y escuchar, hacen muecas, charlan entre ellos, se dispersan. Luego de un rato, ya está. Absortos en la explicación de una historia detrás de un cuadro, se cruzan por los pasillos y se recomiendan tal o cuál obra. Sacan fotos al cuadro y a los datos del artista. Salen exultantes.

De allí, vamos a tomar algo calentito. Paró de llover pero hace frío y nos preparamos para el final de la salida. Vamos a ir al teatro a ver la versión de Gabriel Chamé Buendía de Medida por medida (la culpa es tuya). Ya les comentamos a los chicos que esta es una comedia oscura, que es compleja porque es muy política y picaresca, trágica y cómica. Que cuánto dura, que 130 minutos es un montón, que me quedo dormida, que estoy cansado. Para muchos es la primera vez que van a ver teatro para adultos. Nada mejor que esta obra para enamorarlos para siempre. La puesta clown, la adaptación contemporánea del texto, lo políticamente incorrecto y profundamente humano de la historia funciona a la perfección. Al comienzo de la obra conversan, nos cuesta que hagan silencio, no conocen los códigos del espectador. Pasan 10 minutos y no vuela una mosca, sólo las carcajadas a tiempo, la comprensión absoluta del argumento, el aplauso cerrado, el “¡bravo, bravo!” al final.
Fin de fiesta: salimos y quieren esperar a los actores, discuten en el hall del teatro qué actuación les gustó mas. Segundo se acerca y me dice “tenías razón, el momento de la violación es insoportable y ya después no es tan fácil reírse”. Cata comenta “yo no me voy hasta conocer a los actores”, que cómo hacen con tan poca escenografía, que el manejo del cuerpo, fascinados. Y todos, pero absolutamente todos, quieren volver, o traer a sus padres, o ir a ver otra obra.
Pasaron ya varios días de la salida y nos siguen llegando mensajes de agradecimiento, y pedidos de repetir la salida, de conocer otros lugares. Los padres comentan que no paran de contar lo que vieron.

Excepto el transporte público y la entrada al teatro (que hace precios diferenciales para escuelas) toda la salida fue producto de políticas de Estado que crean acceso a todos los espacios que visitamos. Este grupo de alumnos volvió conmovido, enriquecido, orgulloso de su país y seguramente con muchas ganas de formar parte de ese aparato que incluye, que genera acceso. Las bibliotecas públicas, los museos nacionales, los teatros locales, etc. no son meras instituciones, sino escenarios en los que se forja la imaginación pública y colectiva. Sobre todo plural.
Si el discurso cultural se unifica bajo una misma línea, si los espacios que visitamos no mantienen su idiosincrasia, su línea de pensamiento diversa, su independencia del estado, esa hegemonía cultural que presenta una única versión de la historia, el lenguaje o la identidad nacional, corre el riesgo de suprimir el pluralismo que es esencial para la vida democrática y en eso la educación es fundamental: depositar conocimientos en receptores pasivos no despierta la conciencia crítica. Un ecosistema cultural vibrante debe provocar preguntas y generar espacios en los que se cuestione, se discuta y también se disfrute lo diferente, aquello que en principio no comprendo, eso que me dijeron que no es para mí, o ese espacio que no me convoca, con el que disiento.
En la antigua polis griega, la cultura no era periférica, sino central. El teatro, la filosofía, la poesía y la música eran actos cívicos, no aficiones privadas. La cultura es lo que queda cuando se desvanece el ruido de la política cotidiana. Es el archivo de las luchas y los sueños de un pueblo, la brújula de sus aspiraciones. En tiempos de crisis, no son solo los mercados o los ejércitos los que mantienen unidas a las sociedades, sino las historias que cuentan, las canciones que cantan, los símbolos que comparten y es el Estado el que debe velar por esto: una de sus funciones más nobles es precisamente la de proveer los espacios, generar políticas públicas y el incentivo para las iniciativas privadas. Es la producción cultural de un país la que define su identidad y hay que sostener y crear los espacios para que esa producción cultural se de en libertad. No es un tema menor, es el más importante de los temas.
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