Literatura post Feria del Libro: 3 novelas secretas e imperdibles

Lejos de las multitudes de La Rural, Javier Cababié, Thomas Rifé y Christian Broemmel proponen otro pulso literario: historias suspicaces que no esquivan la angustia de la época, la crítica aguda ni la incertidumbre general

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Christian Broemmel, Thomas Rifé y
Christian Broemmel, Thomas Rifé y Javier Cababié

Pasó el tsunami de la Feria del Libro. La escena literaria fue bañada, una vez más, con sus presentaciones multitudinarias, sus variadas novedades editoriales, sus influencers intercambiables, sus diatribas políticas, sus reivindicaciones culturales, sus ansias optimistas y sus números críticos. Las ampulosas olas de la Feria del Libro arrasaron la costa y, al retirarse, al bajar la marea, queda el resto del año, la realidad. Pero la literatura no es eso; no es solo eso. Hay vida después del show, de las luces, del bullicio. Una vida menos espectacular, pero no por eso peor. Literatura post Feria del Libro.

Ahora, en este momento, en un monoambiente de un noveno piso, en el fondo de un pueblo rodeado de barro, en la casa de fin de semana de papá, se están escribiendo mil libros. Algunos quedarán en el camino, otros derribarán los obstáculos —distractivos, logísticos, editoriales, económicos— y llegarán, quizás, a la Feria del Libro, pero eso no importa, porque la potencia narrativa argentina no está en la celebración —“pasar por bueno lo que en circunstancias normales sería un problema”, escribe Javier Cababié—, sino en la suspicacia, incluso en la apatía, sobre todo en la irreverencia.

“Los sonámbulos” (Bucarest) de Thomas
“Los sonámbulos” (Bucarest) de Thomas Rifé

Apático, abúlico, Theo llega al canal con los anteojos de sol puestos. El protagonista de Los sonámbulos de Thomás Rifé, como indica el título de la novela editada por Bucarest, no puede dormir. Su trabajo es elegir, todos los días, palabras de la A a la Z para que los participantes del programa las adivinen (cada capítulo es una letra y al final de cada uno hay una definición a resolver). Imposible no pensar en Pasapalabra. Al aburrimiento de esa rutina austera se le agrega una capa: Theo no puede dormir. Pasa un día, pasan dos días, pasan tres días. Decide hacer algo.

Mientras el personaje busca soluciones a su nuevo problema, la aburrida realidad se va modificando lentamente. No solo porque gana lugar la noche de Buenos Aires, donde puede aparecer, de pronto, una paloma prendida fuego, sino porque todo adquiere otro color al hacerle un tajo a la rutina. “Dicen que los esquimales reconocen más de cien variedades del blanco en la nieve y que para cada una de ellas tienen un nombre. El insomne, al revés, puede reconocer tantos tipos de negro como noches sin dormir”, se lee. Para dormir prueba con la actividad física, con la actividad química, y nada.

Thomas Rifé
Thomas Rifé

Un amigo le dice que ”dormir era un resabio evolutivo muy molesto“, ”una función cognitiva que no servía de nada en el mundo globalizado del poscapitalismo acelerado". El mejor consejo se lo da su hermano, optimista, práctico, utilitario: “Leete un libro. Mirate unos videos de YouTube y volvete bueno, muy bueno. Convertite en un jugador de póker profesional si querés. Se te abrieron las puertas para una doble vida”. “Es el síntoma de algo más profundo”, le dice su analista. “El insomnio es una falta, una ausencia. ¿Qué te falta? ¿Qué perdiste?” Tarde o temprano tendrá que enfrentarlo.

Una novela de búsqueda: la falencia permite trastocar el mundo (de estigma a superpoder) y mirarlo con ojos nuevos. Así, Theo corre el velo de una ciudad desconocida y congelada; sobre todo, otra ciudad (es decir: otro mundo). Una curiosidad ancestral donde todo es tan precioso como peligroso. Una oscuridad baudeleariana, una hermandad de vampiros. Vivir sin dormir (es decir: sin la necesidad del descanso para seguir produciendo) hace del tiempo un elástico alumbrando otra imaginación, aunque la incertidumbre no se calle y la angustia no pare de titilar.

“Cadena nacional” (Plep) de Javier
“Cadena nacional” (Plep) de Javier Cababié

El personaje de Cadena nacional de Javier Cababié, publicada por Plep, se llama X y eso es un rasgo de personalidad. Pero lo que verdaderamente convierte a X en un habitante de este mundo es el contexto que lo abriga y lo estruja. Un animal de consumo. A lo largo de los capítulos, el autor pasea a su protagonista por los locales de las marcas que hicieron a este país un shopping vital: Farmacity, Megatlón, Coto, Frávega, Freddo, Café Martínez, Mercado Libre. X camina entre productos y servicios con una fascinación digitada y el aura rota. Lugares a los que asiste con la motivación de “ir por ir”.

El primer supermercado el país se inauguró en 1951 (llegó para “resolver un problema que nadie tenía”); en simultáneo, las mujeres votaron por primera vez. El desarrollo del capitalismo argentino sucede en simultáneo con la democracia. Juntos, formaron un matrimonio perfecto, pero algo pasó —¿o ya estaba en el origen de esa relación asimétrica?— que el capitalismo se volvió predominante, mandón, autoritario. X creció vinculado sentimental y materialmente a cada marca, y en 2023 entra a trabajar en Mercado Libre, la empresa que “divulgó las ventajas de vivir en la incertidumbre”.

Javier Cababié
Javier Cababié

Cada capítulo es menos el escalón de una historia que avanza lenta que un ensayo escurridizo. Cada capítulo es la historia de una empresa que nació, irradió éxito, sepultó secretos, aniquiló subjetividades, explotó, fugó, acaudaló y pronto, si es que ya no está ocurriendo, morirá. Y tal es la penetración que el preludio de cada capítulo es una cita literaria que nombra a cada una de estas marcas. Cadena nacional es una buena forma de mirar el mundo de hoy: la tensión resignada entre las pequeñas vidas cotidianas y las compañías que cotizan en bolsa, entre el consumo alienante y la producción millonaria.

“Primavera cero” (Larría) de Christian
“Primavera cero” (Larría) de Christian Broemmel

A diferencia de las dos novelas anteriores, de escritura más bien seca, parca, como de a latigazos, Primavera cero de Christian Broemmel, publicada por Ediciones Larría, tiene una prosa frondosa, de oraciones largas, subordinadas, con más comas que puntos y más descripciones que silencios. Configura un paisaje que no solo se limita a lo que está pasando alrededor de los personajes, también lo que ocurre adentro de los personajes. Empieza con Raquel cocinando arroz y una salsa de porotos negros mientras en la televisión hablan de la primavera y de las alergias. Ella conversa con los conductores.

“Es la tos de un hombre, ¿quién?, ¿cómo entró? Raquel, con una mano aún en su boca, se asoma para ver: hay un hombre de unos sesenta años, de espaldas, en calzoncillos, junto a su cama". Raquel huye, le pide ayuda al vecino. “Hay un hombre desnudo en mi habitación le va a decir; tranquila, debe ser tu marido, le contesta Enrique; pero, ¿qué marido si no estoy casada?” Efectivamente, es Ignacio, su marido, taxista, creyente, que ahora, después de tres años, le habla a su hijastra, Carolina, que trabaja de maquilladora en un programa del estilo Bailando por un sueño para hablar.

Christian Broemmel
Christian Broemmel

Ignacio le explica a Carolina que su madre está senil, que tiene que internarla en un asilo, que deje de lado el enojo acumulado, que necesita amor y plata. Mientras discuten, al lado, la alergia de la primavera hace estragos: “El estornudo fue tan violento que la nariz y la parte superior de las mejillas se abrieron destrozados. Una mucosidad negruzca fue a depositarse sobre la mesa y siguió chorreando por la cara desgarrada, abierta en dos, den enfermo, que quedó sentado inconsciente con la cabeza inclinada sobre su pecho”. La gente saca el celular y empieza a fotografiar la atrocidad.

Pero el hombre no está muerto, no. Convertido en una especie de zombi, ataca a Carolina, a Ignacio, a todo el mundo, y no es el único, y de pronto la historia gira hacia un terror familiar y a la vez trepidante, una novela de aventuras, de acción, de horror, donde la belleza que Carolina se encargaba de resaltar como maquilladora (“convertir la hermosura natural en una hermosura de cartel y catálogo”) se subvierte en, ya no solo fealdad, sino asco, putrefacción, peligro. En ese sentido, Primavera cero funciona como la contracara de la perfección simulada: el caos es formativo y la supervivencia innegociable. Como nuestra literatura.