
Días atrás, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, se presentó El Papa Francisco, Borges y la literatura, una obra que busca tender puentes entre generaciones, geografías y tradiciones literarias. Participaron el director del Instituto Cervantes, organismo que encabeza su publicación, Luis García Montero, la presidenta de la Fundación Borges, María Victoria Kodama, y Lucas Adur.
El libro reúne textos del Papa Francisco sobre la literatura como herramienta formativa, el célebre prólogo que Jorge Luis Borges escribió en 1965 para un grupo de jóvenes escritores, y una selección de cuentos contemporáneos de estudiantes premiados en concursos organizados por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.
Para este proyecto colaboraron el Instituto Cervantes, la Fundación Borges y la Embajada de España. A continuación, el prólogo del libro, escrito por Luis García Montero, donde narra el vínculo entre ambas personalidades argentinas.

En una intervención en la ONU, el 25 de septiembre de 2015, el papa Francisco recordó unos versos del Martín Fierro, el libro de José Hernández que Borges había estudiado con originalidad en un ensayo sobre «La poesía gauchesca», un ensayo de mucho interés para entender las relaciones entre la identidad humana y la literatura que fue recogido en el libro Discusión (1932). Sus documentadas meditaciones sostienen algunos de los ejes más destacados del pensamiento literario del escritor argentino. La vida secular de las tradiciones a lo largo de una renovación infinita, las mentiras del falso costumbrismo frente a la universalidad y el valor de los destinos individuales en los que se encarna la inmensidad de la existencia pueden comprobarse en la historia cantada y contada en el Martín Fierro. El Papa, por su parte, se identificó con estos versos muchos años después:
Los hermanos sean unidos
porque esa es la ley primera;
tengan unión verdadera
en cualquier tiempo que sea,
porque si entre ellos pelean
los devoran los de afuera.
Los asuntos de su discurso, la paz, la pobreza, la exclusión, la periferia, las migraciones, el peligro de las armas nucleares, los riesgos de un poder tecnológico mal utilizado y los privilegios de algunos países en las instituciones internacionales justificaban una reivindicación de la fraternidad, una toma de conciencia de la necesaria unidad humana ante amenazas planetarias como el cambio climático, la violación de los derechos humanos o la destrucción bélica del planeta. En los tiempos que vivimos, merece la pena recordar aquel discurso. Se trataba de inaugurar con un compromiso decisivo la Cumbre de Desarrollo Sostenible. Y la cita literaria resultaba lógica en una persona como Jorge Mario Bergoglio, que había sido profesor de literatura en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe en Argentina. Ya entonces, en la Revista del Colegio, en una nota redactada «Al publicar las clases», había comprometido la literatura con la búsqueda de la verdad contra el drama de los habladores sometidos al servicio del error. Las palabras huecas hacen mucho ruido. «Como vasos vacíos —escribió—, hacen más ruido cuando más vacíos están». Bergoglio fue a los 28 años profesor de literatura y subdirector de la Academia de Literatura y Declamación en el colegio. Comprendió entonces que sentir la juventud era también sentir el futuro del ser humano. Las tradiciones se heredan para formar el presente y necesitan renovarse para permanecer. Pensar en el ser humano supone comprender que las palabras están llenas, palabras que son historia y que componen historias.
En algunas de sus intervenciones, desde su perspectiva religiosa, el Papa ha identificado la lectura y la creación literaria con ejercicios espirituales que dignifican la conciencia humana. En una «Carta a los poetas», leída el 27 de mayo de 2023 en la Sala Clementina del Palazzo Apostólico, recuerda su experiencia de profesor y confiesa que la palabra de escritores como Dante y Dostoievski le ayudaron a comprenderse a sí mismo, pero también a comprender el mundo, profundizando en el corazón humano: «La palabra literaria es como una espina en el corazón, mueve a la contemplación y nos pone en marcha. La poesía es abierta, te lleva a otra parte». La mirada del creador invita al sueño, la imaginación que sabe reconocer, a la comprensión de la realidad marcada por el trabajo, el amor y la muerte. Apoya sus argumentos en unas palabras de Miguel Ángel Asturias, quien afirmó que tenemos dos ojos, uno de carne para mirar el mundo, y otro de vidrio para mirar los sueños. La literatura no sólo invita a escuchar, sirve también para ponerle voz a las inquietudes humanas. La labor de los poetas es dar voz, darse en la voz, levantar la palabra ante las injusticias sociales y las tensiones humanas. La imaginación nos ayuda a superar «los confines del yo» y nos abre «toda la realidad entera en la pluralidad de sus facetas».
Poco después, en una «Carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación», dada el 17 de julio de 2024, vuelve a mostrar su complicidad con la literatura y con los buenos libros, capaces de abrirse como refugio en situaciones difíciles y de devolvernos la quietud del alma, incluso cuando la oración no lo consigue. La vida activa del lector lo aparta del estancamiento de quien se identifica con la condición de simple espectador. La necesaria inquietud de los lectores vuelve a hacerle recordar su experiencia como profesor:
Entre el 1964 y 1965, con 28 años, fui profesor de literatura en Santa Fe, en un colegio jesuita. Enseñaba los dos últimos años de bachillerato y tenía que asegurarme de que mis alumnos estudiaran El Cid en casa, y durante las clases trataría de los autores que más les gustaban a los chicos. Por supuesto, ellos querían leer obras literarias contemporáneas.
El 19 de septiembre de 2024, poco después de que el Papa escribiera estas palabras, tuve la oportunidad de ser recibido por él junto a Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes en Roma. Mientras hablábamos de sus recuerdos de profesor y comentábamos el valor de este libro que el Instituto Cervantes quería publicar, sonrió al contarme que a sus alumnos le gustaban mucho los «poemas picantes» como el «Romance de la casada infiel» de García Lorca. En cualquier caso, se trataba de utilizar las posibilidades pedagógicas para conseguir que los alumnos aprendieran a escuchar la voz de alguien. A través del tiempo, en las dinámicas de la diacronía y la sincronía, la literatura nos devuelve la capacidad emotiva, la capacidad de amor, y nos ayuda a entender al otro y a respetarnos y reconocernos a nosotros mismos.
El escritor Javier Cercas acaba de publicar El loco de Dios en el fin del mundo (2025), un libro en el que se define la personalidad humana de Jorge Mario Bergoglio, el modo natural en el que los valores espirituales se encarnan en la vida humana, vinculando asuntos como la religión, la política y la literatura. El homenaje que le hizo Bergoglio a Francisco de Asís a la hora de elegir su nombre como papa indica ya una mirada ética que vincula la fe con la solidaridad humana. En el libro de Cercas hay numerosos testimonios que nos recuerdan el interés profundo del religioso argentino por la literatura. Antonio Spadaro, un jesuita considerado como unos de los intelectuales de cabecera del Papa, señala la necesidad de unir razones, sentimientos y experiencias a la hora de entender a ser humano: «Y por eso le gustan tanto al Papa las historias, es decir: la literatura, porque, en las historias, el discernimiento opera con acciones, no con razones ni con reflexiones abstractas». Y el cardenal portugués José Tolentino, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, además de reconocido poeta, destaca la curiosidad, una curiosidad humana, no morbosa, como una de las características de la personalidad del papa que mantienen vivo su interés por la literatura. Al pensar en los vínculos y las diferencias entre una ética religiosa y una ética laica, una ética cristiana y una ética atea, Javier Cercas señala los matices que hay entre la promesa de un paraíso hecho y el deseo de buscar un sentido a la vida humana que necesita crear y crearse. Más que la promesa, actúa la necesidad de interpretar y conocer la realidad en su presente cotidiano. Por eso recuerda un versículo de San Mateo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios». Y otro versículo de Borges: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ven a Dios».
Borges siempre estuvo ahí, en la curiosidad, en el poder de la imaginación, en la necesidad de sentir la compañía de la existencia humana, el diálogo entre el uno mismo y el otro, y también lo otro en uno mismo. La definición de la literatura que hace el Papa, escuchar la voz de alguien, supone un recuerdo de Borges. El autor de El Aleph (1944) aconsejaba a los alumnos que se atrevieran a leer, más allá de las ideas abstractas, para acostumbrarse a escuchar la voz de alguien. La sordera espiritual impide los vínculos entre las experiencias individuales y las dimensiones universales e infinitas de la existencia. Son dinámicas que permiten poner en relación la perpetua vida de las tradiciones literarias, la indagación transcendente de la poesía en el yo y en el sentido de los sentimientos religiosos.
Borges estaba ahí, junto a Jorge Mario Bergoglio, como lector, profesor, sacerdote, arzobispo y Papa. En la Amoris Laetitia (2016), el Papa había recordado un verso de Borges, perteneciente a «La calle desconocida», de Fervor de Buenos Aires (1923). Mientras señalaba que las casas pueden fundarse en una roca o en la arena según el comportamiento de las familias, recordó este verso: «toda casa es un candelabro». Y el recuerdo no es casual, porque apareció junto a los testimonios de la cultura hebrea y el aviso de los salmos desde Sion y Jerusalén. El poema de Borges empieza así: «Penumbra de paloma / llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde». En otra ocasión, en el Encuentro Internacional del Sentido, en mayo de 2024, mientras se debatía sobre las crisis que afectan al mundo contemporáneo, el Papa le recitó al comediante Luquitas Rodríguez el inicio de «Everness», un soneto de El otro, el mismo (1964):
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
Según el recuerdo de alguno de sus alumnos en el Colegio de la Inmaculada, este soneto fue leído e interpretado una y otra vez en sus clases. La amistad literaria de Jorge Mario Bergoglio se convirtió en amistad humana cuando el escritor aceptó participar en un taller literario en el Colegio Inmaculada Concepción de Santa Fe, gracias a la mediación de María Esther Vázquez, la escritora amiga de Borges que había sido invitada antes por el colegio para hablar de él, Mallea y Mújica Laínez. El llamamiento del joven profesor de literatura fue aceptado de manera generosa y sorprendente por alguien que ya gozaba de un alto reconocimiento y que, además, empezaba a convivir con las limitaciones sombrías de sus ojos. En una anotación del 25 de agosto de 1965, podemos leer lo siguiente en el Borges (2006) de Adolfo Bioy Casares:
Mañana, un poco asustado, viaja a Santa Fe. Cinco horas de soledad en el tren; cambio de trenes en el Rosario, con la improbable ayuda de la gente de la Cultural Inglesa; tres horas más de viaje y, en Santa Fe, soledad en el hotel. Después de dos días allá, el trayecto inverso. La madre, que iba a acompañarlo, por enfermedad se ve impedida. Borges tiene que resolver infinidad de dificultades: manejo de boletos, cédula de identidad, dinero, vestirse, arreglar la valija. Dice: Yo veo cada día menos. Antes podía cruzar la calle si no era una avenida. Ahora no veo casi nada. Estoy seguro de que dentro de un año estaré completamente ciego.
Faltaba poco para que Dios, como nos dijo en el «Poema de los Dones», le concediese a Borges con magnífica ironía los libros y la oscuridad de la noche.
Pero en agosto de 1965 aún pudo viajar a Santa Fe. Y nos estuvo sólo ni desatendido. El joven profesor Bergoglio lo acompañó, llegando incluso a afeitarlo en su habitación de hotel. Lo cuenta Roberto Alifano en el artículo «Borges y Bergoglio, crónica de una entrañable amistad», infobae (23 de febrero de 2023), aunque también nos cuenta que el escritor no viajó sólo ya que fue acompañado por su amiga María Esther Vázquez, amiga que el año anterior ya lo había acompañado en un viaje por Alemania, Francia y el Reino Unido. Destalles de este viaje, iniciado para asistir al Congreso por la Libertad de la Cultura en Berlín Occidental, podemos leerlos en el libro Borges. Esplendor y derrota (1996) de María Esther Vázquez. Borges llamó a María Esther Vázquez de manera apresurada cuando su madre no pudo viajar con él.
La visita se convirtió en un acontecimiento en la ciudad. Aunque el motivo central del viaje fue su participación en el seminario que Bergoglio dirigía en el Colegio de la Inmaculada para alumnos de 4.o y 5.o curso, y aunque los jesuitas defendieron su protagonismo en el acontecimiento literario, las puertas tuvieron que abrirse a los académicos de la Universidad Católica y a algunos miembros del arzobispado. Unos de los alumnos, Jorge Milia, autor de dos libros de recuerdos titulados De la edad feliz (2006) y El Maestrillo (2014), nos cuenta que «Borges era un viejo zorro, sumamente seductor». Esa capacidad de seducción fue una gran aliada de Jorge Mario Bergoglio, un experto en química que había sido encargado de enseñar la literatura al llegar al colegio. Había decidido consagrarse como sacerdote en 1957, pero eso no ocurriría hasta el 13 de junio de 1969. Entre medias fue profesor en Santa Fe y luego en Buenos Aires, en el Colegio del Salvador. Aunque no se hubiese preparado como profesor de literatura, su amor por los libros, su afición a las horas de biblioteca y la admiración por algunos escritores como Dante, Manzoni, Dostoievski, De Amicis llenaban los recuerdos de su infancia y su juventud. Los alumnos lo recuerdan como un profesor exigente, pero volcado en despertar el amor por la literatura. En Francisco. El Papa de la gente (2013), Evangelina Himitian recoge testimonios en este sentido. José María Candioti tiene presente, además de la exigencia, el esfuerzo por despertar en cada uno de los alumnos su propia vocación. Y Jorge Milia recuerda que era capaz de atraer incluso a los alumnos que no se sentían atraídos por las letras. El padre Gabriel Marroneti, párroco de la Iglesia San José de Flores, le confirma a Evangelina Himitian que era «un experto en Borges. Pero, además, se sabía el Martín Fierro de memoria».
Como ha señalado el escritor Santiago de Luca, de aquel encuentro entre Borges, el profesor Bergoglio y sus alumnos quedó un testimonio inesperado y feliz: «Borges en Santa Fe: un prólogo con libro» (La Nación, 22 de agosto de 2024). Un prólogo con libro, no un libro con prólogo… El prestigio de Borges otorga más interés al prólogo que al libro, aunque la significación alcanzada después por el profesor da también una importancia doble a aquel encuentro y a los alumnos afortunados. El profesor encargaba la escritura de cuentos, Borges pidió que le leyeran algunas de las narraciones seleccionadas por el profesor, se interesó por ellas, aconsejó que se publicaran y se ofreció a escribir un prólogo. Así surgió el libro Cuentos originales (Editorial Castellví, Santa Fe, 1965).
Muchos años después, en 2006, el Departamento de Letras de la Inmaculada Concepción publicó una segunda edición, con una presentación de Jorge Milia.
Que a cuarenta y un años de aquella edición se suceda la presente no marca un éxito editorial, pero sí la conclusión de un capítulo singular, tanto para el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe; para nuestro profesor de literatura de entonces, Jorge Mario Bergoglio S.J., hoy Cardenal Primado de la República Argentina y Arzobispo de Buenos Aires, o para nosotros, los autores. […] Los Cuentos originales fueron el resultado de un trabajo creativo realizado en la premisa de que todo es posible si median determinación y compromiso constante con la labor a realizar. Nunca pensamos que los Cuentos originales pudieran editarse, nunca pensamos que ese puñado de historias pudieran congregarse bajo un nombre común, fue afán de Borges imaginarlo como un libro y determinación del Colegio de la Inmaculada Concepción hacerlo realidad.
Los cuentos eran ejercicios notables de muchachos que querían sumergirse en la literatura bajo la guía de un profesor. Fueron invitados a pensar en la sorpresa, imaginar lo que puede aparecer al final de un viaje, indagar en los laberintos de la memoria, pensar lo que se esconde en una lágrima o en una escena cotidiana, y siempre en las tensiones del alma o en el diálogo inevitable entre la vida y la muerte.
Contamos también con el recuerdo del Papa. Al prologar De la edad feliz (2006), uno de los libros de Jorge Milia, escribió sobre sus alumnos y Borges:
A todos ellos los conocí a los 16 o 17 años. Fueron mis alumnos de literatura y psicología en 4.o y 5.o año de bachillerato. Muchachos vivaces y creativos. Como ejercicio literario les pedía que escribieran cuentos; me impresionó su capacidad narrativa. De los cuentos seleccioné algunos y los escuchó Borges. Él también quedó impactado y alentó la publicación; además quiso prologarla.
Cuando Jorge Mario Bergoglio se instaló en Buenos Aires, primero como profesor, luego como vicario zonal de Flores y por fin como arzobispo, mantuvo su interés por los libros y su amistad con Borges, al que visitaba y con el que se citaba para almorzar y hablar de literatura. Esa amistad fue mantenida después de la muerte del escritor por María Kodama. En el año 2014 le llevó al Papa, en una visita en el Vaticano, una edición de las Obras completas de su admirado escritor argentino. Y en 2015, a los 50 años de la visita recordada, ofreció una conferencia en Santa Fe sobre «Borges y el misterio». Desde perspectivas distintas, la visión literaria de Borges y el sentimiento religioso de Jorge Mario Bergoglio confluían en una manera de entender el tiempo y la comprensión de los seres humanos y del Universo.
Vuelvo a uno de los libros citados de Jorge Milia, El Maestrillo, para aclarar algunos datos interesantes que nos ayudan a comprender la gestación de los Cuentos originales. Esta manera de llamar al profesor, maestrillo, no significaba ningún desprecio, sino el modo de denominar a «un estudiante jesuita que cumple etapa de magisterio, que podríamos definir como el periodo en que los jesuitas aprenden a enseñar». La pasión de aquel profesor que enseñaba era propia de quien estaba aprendiendo a enseñar. A Bergoglio, los alumnos le llamaban también Carucha, por tener una cara de niño. Se dio una complicidad fértil entre el profesor y sus alumnos. Aprender a enseñar es inseparable de aprender a pensar. Supone tomar conciencia de los matices que andan en juego en cada interpretación, en cada realidad. La espiritualidad jesuítica le da un valor especial al concepto de discernimiento.
Además de citar el cine de Bergman, la música de los Beatles, las ideas poco ortodoxas de Teilhard de Chardin, el pensamiento de Camus y la insistencia en los poemas de Borges, Jorge Milia recuerda la visita del escritor y dos detalles interesantes que afectan al título del libro, Cuentos originales, y al texto final, «Dos palabras», firmado por Luis J. Totera, prefecto general de Estudios del Colegio.
Después de la visita, para responder al interés del escritor, Bergoglio le envió a Borges una selección de los cuentos escritos por los alumnos. Hicieron varias copias: «En aquella época las fotocopiadoras todavía pertenecían al futuro; por lo tanto, si se necesitaban más ejemplares de un escrito, había que ponerse a tipear e ir agregando carbónicos y nuevas hojas de papel». Las copias se guardaron en carpetas. Como había diferencias notables de calidad en la reproducción de los textos, a Borges le mandaron la primera copia, y por eso se escribió en la carpeta destinada al envío Cuentos originales, anotación que acabó convirtiéndose en título.
Otro dato. Cuando el libro se puso en marcha, uno de los autores seleccionados, Sereno Óscar Grassi, tuvo la idea de que alguna autoridad del colegio escribiese una nota explicativa: «Bergoglio, que estaba a cargo del tema, pidió al Prefecto de Estudios, Luis Totera, un breve texto con ese fin. Totera le dijo al alumno, que ese día oficiaba de correo interno: Dile al Bergoglio que lo escriba él». El profesor lo escribió, pero el texto acabó firmado por el Prefecto. Así que las «Dos palabras» finales fueron escritas por el responsable directo de los Cuentos originales, el profesor Jorge Mario Bergoglio. Bueno es saberlo.
Toda esta historia merece la pena ser recordada por la importancia del escritor y del profesor. Borges, el papa Francisco y la enseñanza de la literatura. Como ya he recordado, el pasado mes de septiembre tuve el honor de ser recibido en audiencia por el Papa. Con otros compañeros del Instituto Cervantes, hablamos sobre su época de profesor y acordamos la publicación de sus textos sobre literatura. El español es una lengua muy importante, hay que defenderla, nos dijo. Y en cuanto surgió el recuerdo del gran escritor argentino, lo resumió todo así: «Borges, un tipazo».
La Fundación Internacional Jorge Luis Borges fue creada en 1988 por María Kodama para difundir el conocimiento de la obra del escritor, apoyar el trabajo de los investigadores y asegurar la permanencia de su legado cultural y literario. Parte de ese legado es la toma de conciencia del valor condensado en el diálogo entre la nueva creatividad y las tradiciones, la atención que merece la juventud y la conveniencia de invitarla a participar en el río de los vínculos generacionales. Como ha explicado Lucas Adur, la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, comenzó a organizar concursos de cuentos y poemas para estudiantes de la escuela primaria y secundaria. Se trata de una tradición borgiana que se convierte en hospitalidad cultural para la juventud y para el futuro de nuestras palabras. Recoger aquí una muestra de esa ilusión es un homenaje verdadero, consentido y con sentido, a la amistad literaria y humana entre Jorge Luis Borges y Jorge Mario Bergoglio.
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