
En un rincón de una casa de Turdera, un artista creó por casi medio siglo, a contra luz del bullicio mundanal, una obra que nunca mostró y que, en parte, se presenta en Alfredo Carracedo, en la sombra de la abstracción, en la nueva sede de San Telmo de la galería Towpyha, que este año cumple dos décadas.
Alfredo Carracedo (Buenos Aires 1927 - 2000) fue artista, profesor, diseñador gráfico y también de joyas y hasta de alfombras, miembro de la primera camada del Grupo Joven, pero quizá por ser más díscolo que el resto de sus compañeros, se retiró a un autoexilio del mundillo, trabajando sobre todo en la enseñanza y en el comercio joyero familiar en Constitución.
“La obra y la trayectoria de Carracedo, junto con la de sus compañeros del Grupo Joven, ofrecen una perspectiva única sobre la narrativa del arte moderno en Argentina, marcada por la lucha contra las estructuras académicas y la búsqueda de nuevas formas de expresión”, dijo la curadora Marcela Astudillo, quien también estuvo al frente de la muestra sobre el grupo que se presentó en el CC Recoleta.

Hacia 1946, Víctor Magariños D. abandonó sus estudios formales en la Escuela “Prilidiano Pueyrredón” para, junto a compañeros, fundar el Grupo Joven bajo el lema “No estamos a favor ni en contra de los hombres. Luchamos por el arte”.
El colectivo, que rechazaba las prácticas tradicionales y los paisajes académicos, tuvo entre sus integrantes fundacionales a Domingo Di Stefano, Osvaldo Lucentini y Héctor Álvarez, y al poco tiempo se sumaron Carracedo, Diana Chalukian, Miguel Angel Vidal, Eduardo Mac Entyre, Rodolfo Bardi, José Arcuri, y Leopoldo Torre Nilsson, entre otros.
El grupo no solo buscaba “crear desde una perspectiva, con un enfoque y un fin distinto”, sino también “rebelarse contra la crítica de arte, contra la academia, contra el ministro de Educación, contra el Gobierno, contra los artistas, contra los salones”, dijo la curadora. Y agregó: “Su objetivo era crear un arte que reflejara la modernidad y la posguerra, un arte que se alejara de lo convencional y que abrazara la abstracción y la experimentación”.
El Grupo Joven no solo se rebeló contra las normas académicas, sino también contra el sistema artístico. En 1946, tras ser rechazados en el Salón de Otoño, los integrantes del grupo realizaron una protesta simbólica que marcó su postura frente a la crítica y los jurados colocando afiches en las paredes de la institución con mensajes como “Los viejos a dormir” y “Basta de acomodos”, denunciando el favoritismo y la falta de espacio para propuestas innovadoras.
De allí, la histórica respuesta del ministro de educación de Juan D. Perón, Oscar Ivanissevich, quien llegó a calificar a los artistas abstractos como “anormales estimulados por la cocaína, la marihuana, el alcohol y el esnobismo”. Esta postura oficial no solo los desacreditó, sino que también los excluyó de salones y becas, dejándolos sin apoyo financiero y marginados del circuito artístico. Frente a este panorama, el Grupo se posicionó como un colectivo que defendía el valor intrínseco de las artes plásticas y rechazaba su degradación por parte de las instituciones.
Esta actitud contestataria también se reflejó en la producción artística de los miembros, quienes se reunían en un pequeño taller en Barracas para desarrollar ejercicios creativos como colocar puntos al azar en un papel y unirlos para crear formas abstractas, un método que fomentaba la espontaneidad y la libertad creativa, algo que puede verse en las obras de los ‘50 de Carracedo, con una serie de dibujos nodales, que se irán complejizando con el tiempo.
“A diferencia de los otros miembros, que tenían una especie de ansiedad social, él no quería pertenecer. De hecho, se declaró autoexiliado del arte. Ya a principios de los 50 no quiso exponer, no quiso conocer artistas, no quería ir a las muestras. No le gustaba la crítica. Odiaba el esnobismo y eso lo hizo correrse y crear fuera de los márgenes de ese mundillo que se estaba armando, al que incluso los del Grupo pertenecían y pertenecieron, porque varios sí expusieron y su obra se encuentra en museos”, sostuvo Astudillo.

“Quizás una de las razones sería su aversión a las altas esferas de la institucionalidad de las artes, al mercado interfiriendo en la fluidez natural de los tiempos creativos, o a las exigencias sociales propias del ambiente”, sumó. Más allá de tomar distancia, Carracedo siguió produciendo, sin taller alguno, con los materiales que tenía a mano, y de allí que el grueso de su legado sea en papel y en pequeño formato.
Por más de 40 años, se dedicó a la enseñanza en varias instituciones, siendo la más destacada el colegio La Salle, “desarrollando un enfoque pedagógico que reflejaba los principios del Grupo Joven” con el que “enseñaba a sus alumnos a crear a partir de su imaginación, evitando la copia y promoviendo la experimentación”.
Luego de su trabajo formal, explica la curadora dando vos a los relatos de su familia, “trabajaba desde la noche hasta la madrugada” y fue ese esfuerzo por controlar las líneas en las horas de los fantasmas que lo llevaron a una pérdida de la visión. “En sus últimos años, además de lentes, utilizaba dos lupas, una frente a otra, para tener más aumento” con el fin de conseguir el dominio y la prolijidad de la línea que nunca perdió. En ese sentido, los ejercicios de Carracedo son de una minuciosidad exacerbada.

En la muestra, que recupera obra desde los 50′ a los ‘90, con una ausencia de obras de los ‘60, se puede observar los cambios y las experimentaciones, con algunos dibujos que remiten al cubismo analítico y que luego fue virando hacia una abstracción que exploraba la perspectiva, el volumen y las sombras, con el uso de témpera, tinta y grafito.
En la sombra de la abstracción presenta un recorrido cronológico, aunque también se presentan sus experimentaciones segmentadas, marcando así un desarrollo que revela que la búsqueda del artista respondía a intereses muy personales, muy propios, sin seguir un patrón estético determinado más allá de ese dominio de la línea.
“Sus trabajos no están terminados porque no eran pensadas como obras de arte. Entonces, no firma o tiene una firma silenciosa, y tampoco están fechadas. Entonces, para fecharlas, ahí entra la historia del arte, investigar mucho y entender por unas obras son de los 50 y otras, de los 80. Eso fue un año de investigación, un año de entender al artista, sus métodos en cada época, los materiales que usó, qué estaba leyendo en ese momento para crear, que estaba estudiando”, dijo la curadora consultada por Infobae Cultura.

La propuesta curatorial, además, presenta un mostrador vidriera con documentación, en el que se observan, por un lado, fotografías del artista con integrantes del grupo, así como también otras relacionadas con la joyería familiar, apuntes, bocetos de diseño gráfico y mobilario, y una sección relacionada con su método como profesor de arte.
Sobre su enfoque pedagógico, además, se pueden observar en una pieza colgante vidriada ambas caras de sus tarjetas temáticas que incluían objetivos, contenidos y actividades. En estas se observa cómo abarcaba temas relacionados con el diseño gráfico, la simetría y el collage.
Por otro lado, en el primer piso, donde se encuentran las obras de mayor tamaño, se observan nueve diseños geométricos que había realizado para un emprendimiento de alfombras do it yourself, que fue un fiasco de ventas.

“Alfredo diseñó joyas, muebles y también alfombras. Tenía un amigo en la provincia que estaba haciendo un negocio de alfombras y él realizó un muestrario en el que se elegía un diseño y le daban todo el material para que el cliente la hiciera en su casa. Pero nadie los compraba, porque a nadie le gustaban. Los clientes querían montañas, estrellas, unicornios, no formas geométricas, porque a los niños no les gustan, le dijo su amigo. Alfredo se sintió muy decepcionado de este laburo”, relató Astudillo.
En la muestra no se presentan ni muebles ni joyas porque, como con las alfombras, las historias “tuvieron un final fatídico”: “También inventó un mueble de acrílico que nunca patentó, se lo copiaron y lo patentaron. No hay mucho archivo de eso y lo mismo le pasó con un acuario. En el caso de las joyas, que estaban en la joyería Carracedo en Constitución. Un día a Alfredo lo siguieron y esperaron hasta que saliera de la joyería y sin que él se diera cuenta le robaron la llave y esa noche asaltaron toda la joyería y el negocio quebró. Solo quedan algunos diseños”.
Alfredo Carracedo creó para ser olvidado durante décadas, almacenó en carpetas sus trabajos y todo terminó en una bodega en Turdera. El trabajo de investigación de la galería porteña, que se especializa en los miembros del grupo, permite que salgan a la luz por primera vez. Su legado, aunque marcado por la adversidad, es un testimonio de la creatividad y la resistencia de un artista que eligió seguir su propio camino.
*Alfredo Carracedo, en la sombra de la abstracción, en galería Towpyha, Piedras 986, San Telmo. Lunes a viernes, de 11 a 18 hs. Entrada gratuita
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