
Habla tranquila Silvina Frydlewsky; hay que decirlo: habla contenta. Sonríe. Y no es para menos: junto con un equipo con el que trabaja en el diario The Wall Street Journal, acaba de ser finalista del Premio Pulitzer, quizás el premio de periodismo más importante del mundo de la investigación sobre la red de espionaje de Vladímir Putin y el descubrimiento de los dos espías rusos en Eslovenia con documentación de la Argentina. Dice que se siente rara dando entrevistas: ella es la que las hace habitualmente. Dice que hizo una investigación artesanal, muestra su cuadernito, su lapicera. Dice que el periodismo tiene futuro, porque sin periodismo... uff.
Frydlewsky -que participó particularmente en el artículo Los espías rusos de al lado- colabora para el diario estadounidense pero lo hace desde la Argentina. Vive acá, trabaja acá, le cuenta al mundo lo que pasa en estas pampas. Incluso esta historia de novela. Literalmente, de novela.
“Fue uno de los desafíos más grandes que alguien puede tener como periodista”, dice. Pero no, no puede contar mucho de cómo lo hizo. Un poco sí, pero con cuidado. Porque “tenía muchos cuestiones sensibles”.

Para contarlo brevemente: en diciembre de 2023, las autoridades de Eslovenia detuvieron a una pareja que se hacía pasar por ciudadanos argentinos y vivía en Ljubljana desde 2017 junto a sus dos hijos. Tras casi tres meses de investigación, el gobierno esloveno confirmó que Maria Rosa Mayer Muños y Ludwig Gisch -en realidad, Anna Valerevna Dultseva y Artem Viktorovich Dultsev- no eran argentinos, sino agentes del servicio de inteligencia exterior ruso (SVR), que operaban con identidades falsas y documentos argentinos obtenidos ilegalmente.
Sin embargo, habían llegado a la Argentina en 2012, habían vivido realmente como argentinos, habían tenido vecinos argentinos, sus hijos habían ido a la escuela en la Argentina, se habían atendido en hospitales argentinos, ella dirigía una galería de arte en línea y él una empresa de software. De todos esos hilos tiró la periodista. Suavemente. Siempre podía toparse con “cuestiones sensibles”.
Lo cuenta así: “Fui y toqué timbres en el barrio Belgrano. Hablé con los vecinos y logré conseguir información que tenía que ver con ellos... documentos”. Todo sumaba. “Chequemos y recontrachequeamos”, aclara. “Y así fue como pude desenmascarar lo que hacían en la Argentina”.

Todo había empezado, en realidad, con la detención, en Rusia, del periodista estadounidense Evan Gershkovich, acusado de espionaje. “Evan fue detenido en marzo de 2023 y yo empiezo a trabajar en marzo, abril de 2024. El artículo se publica en junio de 2024″.
Para ese entonces, cuando arrancó Silvina, los espías rusos ya estaban presos en Eslovenia. Los niños tardaron en enterarse de que no eran argentinos. En agosto de 2024, los espías fueron parte de un canje de prisioneros que también involucró a Evan Gershkovich. Putin los condecoró.
-Hay algo interesante, y raro, que es que unos espías puedan pasar años en un país sólo para construir lo que vos llamás “la leyenda”, es decir, la fachada. Para hacerse una identidad creíble para usar en otra misión.
-Exactamente. No se entiende muy bien. Ellos ya estaban casados en Rusia, pero después arman toda una vida acá. Se ocuparon muy, muy bien de pasar desapercibidos. Eso fue un poco lo que yo investigué, hablando con las pocas personas que tuvieron vínculo con ellos. No tenían amigos.
-Pero los chicos iban a una escuela. Algún vínculo habrán hecho.
-Yo encontré cuál era la escuela, pero me negaron todo. Entonces no puedo decir nada. Me lo negaron, aunque vi que les cambió la cara cuando me recibieron y les pregunté por esos niños. Y tenemos el documento del Registro Civil donde ellos se casaron y había obligatoriamente dos testigos. Entonces pudimos encontrar a los testigos.
-Entendí que estaban casados en Rusia.
-Yo sé que acá se casaron por civil. Necesitaban tener documentación porque tuvieron dos hijos acá. O necesitaban tener más papeles para tener pasaporte argentino. Los dos consiguieron tener pasaporte argentino a una velocidad que no cualquier extranjero logra. Y había mucha documentación que después se supo que no era real. Ella pone una partida de nacimiento en Grecia, él pone una partida de nacimiento en Namibia, pero que con una mamá que había nacido en Viedma. Y, a partir de eso, Renaper hace tic tac y son argentinos.

-¿Y eso lo atribuís a contactos políticos?
-No tengo pruebas de esto, mi investigación se centrò en cuándo, cómo y qué hiceron en la Argentina.
-¿Y el paso por Argentina es solo una fachada o tenían algo para espiar acá?
-No puedo dar demasiados detalles de esta pregunta, ya que forma parte de la investigación del equipo de periodistas.
-Hay muchos rusos en el país.
-¿Te acordás cuando llegaron las embarazadas rusas? Ahí hicimos un reportaje, que también fue muy duro. En ese momento investigué qué estaba pasando, hablé con un montón de familias. Argentina era un país bastante fácil para instalarse sobre todo cuando tenés un hijo. Si tenés tu dinero, la calidad de vida puede ser buena. Eso quizás ayudó también. Pero lo de este matrimonio era otra cosa, otro tipo de llegada.
-Un matrimonio ruso más, entre muchos, pasó inadvertido..
-Cuando yo hablaba con los vecinos ellos me decían que estos rusos no eran como las otras familias, eran distintos porque el resto de los rusos se querían integrar.

-Yo tengo que pensar que no son los primeros ni los últimos, que ahora debe haber alguna pareja de rusos que andan dando vueltas por la Argentina. Porque ustedes hablan, en el artículo, de un sistema de espionaje que se restableció.
-Es verdad lo que decís, compartimos las sospechas, es un tema muy interesante, que seguiremos investigando en el futuro. Como decimos en el artículo, el espía puede ser tu vecino de al lado, ¿o no?.
-Vos te dedicaste a la vida de ellos acá. ¿Hubo algo que llamara la atención?
-Vivieron como una familia normal, como vos, como yo, fueron a un hospital, yo accedí a hablar con su obstetra. Y era gente muy normal, muy sencilla, muy cariñosa. Lo que sí le había llamado la atención al obstetra era que nadie los iba a visitar al hospital. Y él se acuerda de eso. En Argentina una mujer da a luz y viene el tío, el primo, todos. Lo segundo que le había llamado la atención fue que ella tenía mucha tolerancia al dolor. La tuvo por los dos partos que él presenció.
-¿Cómo fueron esos partos?
-Ella llegó diez minutos antes de parir, por ejemplo. No le pusieron peridural y el médico no la escuchó gritar. Muy interesante eso, ¿no? La investigación te lleva a intentar reconstruir la forma de vida de otros o qué es lo que estaba pasando. Escribimos mucho en la computadora pero cuando salís a la calle y hablás con la gente, y los ves.. es otra cosa.

-El viejo periodismo.
-El viejo periodismo, tal cual. Donde hace la diferencia lo que yo puedo ver en el lugar. Tengo una facilidad también para generar conversación, ya sea en la Casa Rosada o en La Matanza, con gente más humilde y ese contacto es el que te puede ayudar a llegar más al corazón de la historia. Salgo bastante a la calle, por ejemplo cuando falleció Francisco agarré un taxi, me fui a la basílica y hablé con la gente. Mirá, acá tengo el cuadernito, tomo notas. Lo que yo hago es contar historias de Argentina.
-¿Tuviste miedo con esta nota?
-Intento no pensarlo. Esta investigación fue un desafío muy grande para mí como profesional y me di cuenta de que podía lograrlo cuando iban pasando los días y las hojas. Llegás y abrís una puerta y no sabés con qué te vas a encontrar. Y fueron tan, digamos, celosos de contarme lo justo y lo necesario...
-¿Los llegaste a conocer?
-Siento que llegué a saber quiénes son, quiénes eran. Soy mamá, me dan pena los niños. Cuando vi que aterrizaban en Moscú y la mamá les dijo “hola, vos sos ruso”. Pensaba en todos estos años en que estos niños vivieron en Argentina y hablaban castellano. Se fueron a Rusia, supuestamente al Mundial, y era todo un verso del matrimonio. Pero los nenes estaban recontentos con la camiseta. Se sentían argentinos. ¿Cómo sobrellevarán esa vida estos dos niños no?
-Contás historias de Argentina para el exterior. ¿Qué cosas creés que hay que contar?
-Tengo como un defecto profesional que estoy todo el día, todo el día mirando las noticias, porque sé que si hay algo que está pasando. A veces pienso que algo no es justo y entonces lo quiero contar.
-Pero ¿qué interesa?
-Desde que asumió Milei, interesa Milei. No todos los días, pero mucho. Porque empezó siendo el disruptivo... y después asumió Trump. Y hay poquitos países que están alineados, entonces hay un interés. Cuando Trump se reunió con él estábamos atentos a eso. O sea, obviamente el vínculo que tiene que ver con Norteamérica y este presidente tiene un vínculo, un interés especial, en Estados Unidos llama la atención. También hay intereses de economía, temas como Vaca Muerta.
-¿Qué se siente haber llegada a finalista de un premio tan importante a nivel mundial?
-Yo estoy sorprendida. O por lo menos, no estoy acostumbrada a que me hagan una entrevista a mí. Estar dentro de los finalistas del Premio Pulitzer, aún no habiendo ganado, es un orgullo que creo que nunca imaginé. Siento que se ha podido valorar lo que fue el trabajo, el esfuerzo. Tantas horas de investigación y el estrés que implicaba poder e informar sobre un tema tan sensible. Recibir el premio es como una bocanada de aire fresco y decir “che, tantas veces uno se frustra o uno siente que no está llegando”. Es como que te toquen el timbre, te den un ramo de flores y te digan “bueno, mirá todo lo que hiciste”. Tiene algo de cariño, ¿no? Como un mimo, un mimo al alma. Pero bueno, en nuestro trabajo, como se decía en una época, tu portada de hoy mañana sirve para envolver huevos.
-¿Hay futuro para el periodismo?
-Yo creo que sí. Porque hoy el periodismo es imprescindible. Es imprescindible tener medios confiables. Ahora estamos rodeados de información y desinformación a través de redes sociales que son fáciles de consumir.
A pulmón
¿Cómo llegó Silvina al Wall Street Journal. Un poco por casualidad y un poco por empuje, como suele ser.
A los 20 años se fue de vacaciones a España. Había empezado la carrera de Comunicación Social, no la habia terminado. Las vacaciones se fueron alargando: se quedó diez años. Pero el bichito del periodismo picaba fuerte. Ella hacía fotos y puso una especie de agencia con este método casero: “ Lo que hacía era escuchar las noticias, salir rápido, hacer las fotos y después ir a venderlas”. Le fue bien, con el tiempo de los medios la llamaban para ver si había cubierto tal o cual evento. Llegó a tener varios fotógrafos a cargo.
El vínculo con medios internacionales empezó ahí: “Hice colaboraciones con el Washington Post, con Associated Press, con medios españoles, obviamente, con el Financial Times. Cuando volví a la Argentina -¡en 2001!- seguí trabajando con el Post. Uno de los corresponsales, Juan Forero, hoy es jefe del buró de Latinoamérica del Wall Street Journal. Él me convocó, hace más de diez años".
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