
Benjamin Lacombe y Sébastien Perez están de regreso en Buenos Aires, presentar en la Feria del Libro dos obras. Por una parte, juntos produjeron Historias de mujeres samuráis, una pieza única y original; y por otra parte, Lacombe ilustra El retrato de Dorian Gray, el clásico de Oscar Wilde en su versión completa –incluso con los pasajes censurados en su época por sus connotaciones homoeróticas–.
Juntos, Lacombe y Pérez han realizado más de diez publicaciones (Frida, El herbario de las hadas, Retratos gatunos, Los superhéroes odian las alcachofas y Ruiseñor, entre otros) y conforman una talentosa dupla creativa. Aquí, su diálogo con Infobae Cultura.
—¿Cómo surgió la producción de El retrato de Dorian Gray? ¿Fue ida propio o encargo?
—Benjamin Lacombe: Los pedidos no me funcionan mucho como método de trabajo (risas). Tiene más que ver siempre con una motivación propia, con lo que a mí me pasa con ese texto. Y aparte este libro forma parte de una colección que yo dirijo también, así que con más razón.

—¿Esto incluye las decisiones sobre el texto, con aquello que había estado “ocultos” antes?
—B. L.: Sí, fue un acto voluntario y también un enorme trabajo. En realidad, lo que quise publicar fue el texto como Oscar Wilde hubiese querido que se publique desde la primera vez. Este texto sufrió dos censuras, la primera censura cuando se publicó en formato de revista. Ya, de hecho ahí, generó un gran escándalo, y tuvo una segunda censura cuando se publicó como libro. Y Wilde, en esta segunda ocasión, frente a un texto amputado, le agregó seis capítulos más. Pero hasta esta versión nunca había habido una publicación del libro manuscrito original, más esos seis capítulos. Y eso pudo también hacerse junto con Xavier Giudicelli y a Merlin Holland, que es el nieto de Oscar Wilde, que trabajaron en conjunto conmigo.
—¿Cómo debe interpretarse esta edición en una época en que están vigentes las teorías de cancelación?
—B. L.: Es un acto político importante publicar un libro censurado en su época. Con la persecución de un artista con ideas homosexuales o incluso él mismo homosexual, situación que existe aún hoy y que no podemos negar. Vivimos una época en la que se censura. Hay palabras prohibidas, hay libros prohibidos. O sea que no es algo que no conozcamos.

—¿Y cómo pensaron en hace una historia de mujeres samurais?
—B. L.: Hay un texto de un autor que se llama Ryū Tōgō, que habla de cuatro mujeres samuráis, pero lo hizo de una manera machista, patriarcal y, en definitiva, la idea termina siendo “hubiesen hecho mejor si se quedaban en su casa”. Tal vez lo sorprendente de todo esto es que este tipo de situaciones terminan generando una autocensura. Uno mismo se empieza a preguntar si puede, si no puede, cómo lo hace o no. Esto limita el pensamiento y limita la apertura. Y la idea es que todos estos libros en realidad están hechos para todo lo contrario: abrir puertas a autoras japonesas que se lancen, que escriban, que piensen, que produzcan.
—¿Ese es el objetivo?
—Sébastien Perez: Sí, darles la voz o reivindicar a ciertas mujeres es la idea sencilla. A todos los que lo necesitan. La idea siempre es poder transmitir buenos mensajes, porque también hay un mensaje en la literatura para los niños. Puede ser un mensaje de tolerancia. Puede ser interesante presentar heroínas mujeres, porque no siempre los niños las reciben tan bien; puede haber cierta resistencia. Y terminar mostrando que finalmente todos, todas, todes, podemos todo. Por eso es tan importante hablar de mujeres fuertes, hoy.
—B. L.: Desde hace diez años lo que observo es un retroceso impresionante de los derechos de las mujeres. Empezando por la posibilidad de disponer de su propio cuerpo, con un aborto legal seguro, como sucede en muchos estados de los Estados Unidos. Ya empezar por atacar esa libre disposición de tu cuerpo, hace que se comience a encerrar a las mujeres. Es una especie de marca de época. Entonces, hablar de estas mujeres combatientes en Japón es interesante porque la historia en materia de derechos de las mujeres no ha sido lineal ni ascendente. Siempre ha habido idas y vueltas, avances y retrocesos. Ha sido una historia bastante desigual en la lucha por la conquista de los derechos. Entonces, en momentos como este, en el que hay tanta crisis política, económica, en los que se cuestionan tanto los derechos de las minorías, vale la pena un libro así.

—Paradójicamente, aun habiendo pequeñas conquistas, sigue siendo insuficiente, ¿no?
—B. L.: Estos libros son libros escritos para la humanidad. Tengo toda la sensación de que hace veinte años atrás las mujeres podían viajar vestidas como querían; los homosexuales podían viajar también como querían, y hoy eso no está pasando. Hay un retorno de unas religiones que de hecho niegan la igualdad de las mujeres. Y un poco lo que habría en común en todos estos personajes, o sea, en las mujeres samuráis, en Dorian y en otros tantos libros que hemos creado es que son personajes que luchan por su libertad, que tienen algo para reivindicar.
—Retomando El retrato de Dorian Gray, Benjamin, ¿cómo construiste la identidad, desde tu lugar, desde tu visión, del personaje de Dorian?
—B. L.: No siempre pasa por uno mismo. En el fondo, uno siempre se mira, se observa. Ve qué hay de uno en ese personaje. Puntualmente para poder construir este Dorian, pensé mucho en Muerte en Venecia, en el protagonista, en el Tadeo de Muerte en Venecia, para poder hacer “mi” Dorian. Leyendo al propio Oscar Wilde en De profundis, cuando él conoce a su amante, Alfred Douglas, hay algo que le pasa cuando lo ve que es una atracción absoluta. Él dice que es la encarnación de su propia criatura. Con todos estos elementos, tenía pistas para poder armar al personaje. Estaba, por una parte, esta cosa de que todos los que lo veían quedaban subyugados. Hombres, mujeres, la sociedad en general. Y algo del Tadeo, un poco angelical, de Muerte en Venecia. [Acá Benjamin muestra unas imágenes en su ipad de Alfred Douglas solo y con Oscar Wilde.] Alfred Douglas era muy bello. Muy bello, pero un horrible personaje.

—Estuvo con Oscar mientras le sirvió. Por algo atestiguó en contra.
—B. L.: Como no lo podía ver a Douglas, Wilde le escribe desde la cárcel [De profundis]. Y no era una cárcel que vos puedas imaginarte como las de hoy, ni siquiera, tampoco, como las de la época. La celda donde estaba confinado no tenía ventanas ni baño. Lo dejaban salir una vez por semana a algún patio. Cuando salió de la cárcel, no era ni la sombra de Wilde.

—Ahora, sí, volviendo a Historias de mujeres samuráis, porque no existían textos escritos por mujeres. ¿Cómo fue, entonces, la construcción, la producción, la creación?
—S. P.: En realidad, ha sido una tarea conjunto. El trabajo tuvo que ver con la elección de estas mujeres que vamos a tratar. Benjamin fue un gran orientador en este sentido. Y una vez que las identificamos sí hubo un trabajo más personal mío. Una investigación mucho más profunda que partió, como vos decías, ya que textos no hay, de las estampas. Partió de la identificación de los períodos. Y en estas estampas también estaban los nombres. Entonces, con estos elementos, más el contexto histórico, la historia de Japón que podíamos llegar a conocer, terminaron de darle cuerpo, forma y alma a estas mujeres samuráis. El texto en el que nos inspiramos es una suerte de cantar de gesta, que se llama el Cantar del Heike. Un cantar épico, o un heike monogatari, así es como se lo conoce.

—Para cerrar, porque es casi una pregunta obligada en el mundo actual, y que no tiene nada que ver con estos libros que presentan, pero sí con su trabajo, con el oficio. Y es el tema de la inteligencia artificial.
—[Risas]
—¿Resulta complicado para ustedes?
—B.L.: Es un problema. La inteligencia artificial trae varias cosas. Una de las primeras cosas que quiero mencionar es la falta de regulación. Hoy la inteligencia artificial es una ladrona: roba inteligencia, no crea ningún tipo de inteligencia. Todo lo que hace es usar el fruto de nuestro trabajo, puede ser de tu imagen, de tu texto, las traducciones. Es una vergüenza lo que sucedió con Miyazaki, con Ghibli. Otro tema muy importante, también, es si vos vas a dar, como artista, o como lo que seas, autorización o no para alimentar la matrix, ese monstruo gigantesco que no sabemos dónde está.
El segundo problema tiene que ver con la creación artística. Estuvimos hablando de las investigaciones que hicimos para estos libros, y vos fijate, si usas un motor de búsqueda, el que vos quieras, lo que te vuelven son páginas y páginas de respuestas. ¿Son todas buenas? No, hay pavadas, pero tenés una oferta y en esa oferta vos elegís. ¿La inteligencia artificial qué hace? Te da una respuesta única. No genera otra cosa.
Y en esa respuesta única, aparte de que es en sí misma reducida, no te deja ni siquiera tener la chance de encontrar aquello que no estabas buscando, pero que por azar te llegó. Entonces, lo que se puede observar con la inteligencia artificial es que hay una normalización del pensamiento que redunda en una disminución del pensamiento humano. También hay que ver quién está detrás de la inteligencia artificial. Elon Musk, imagínate.
Entonces, los desafíos actuales son ver cómo se regula, cómo aprendemos a trabajar (porque es un hecho), y también hay que aprender a gestionarla. Y, finalmente, hacer de la inteligencia artificial, si querés, un objeto más. Cómo usamos o aprendimos a usar una cuchara o un celular. Que pase a ser este tipo de recursos-objetos que nos rodean en la vida cotidiana.
*Benjamin Lacombe y Sébastien Perez firmarán ejemplares este jueves 1 de mayo en la Feria del Libro, de 17 a 20 hs. en el stand Edelvives Nº 1617, Pabellón Amarillo.
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