Como es una cronista, sobre todo una cronista, Leila Guerriero agradece el premio que le están dando -el Premio de la Crítica, que otorga la Feria del Libro de Buenos Aires - contando una historia. Que es, porque así tiene que ser, la historia de Silvia Labayru, la protagonista de La llamada, que es libro por el que la premiaron. Un libro que ya tiene muchas ediciones, en la Argentina y en España.
“Siento que este premio le pertenece al libro, y lo recibo en su nombre, pero sobre todo en el de la protagonista, que se llama Silvia Labayru”, dijo Guerriero. Y se puso a contar: “Fue una persona que fue secuestrada durante la dictadura militar, embarazada de cinco meses; era militante de Montoneros y fue detenida y estuvo secuestrada y desaparecida en la Escuela de Mecánica de la Armada desde diciembre de 1976 hasta junio de 1978, dio a luz a su hija Vera allí, dentro del centro clandestino. Y después, cuando fue liberada, siguió una vida que tuvo muchos sinsabores, pero tuvo también muchas luces”.
En su página web, la editorial Anagrama, que publicó el libro, agrega que Labayru fue obligada a realizar trabajos forzados, que sufrió abusos repetidos por parte de un oficial y que fue forzada a interpretar el papel de hermana de Alfredo Astiz, un miembro de la Armada que se infiltró en la organización Madres de Plaza de Mayo. Y que esto resultó en la desaparición de tres Madres y dos monjas francesas. Por eso Labayru fue repudiada por muchos.
Entonces Leila -todo el mundo le dice así, por el nombre- habla de cómo llegó a Labayru: “Me encontré con su historia gracias a Dani Yako, que es la persona que fue el primer motor inmóvil, digamos. Él es un gran fotógrafo y fue durante muchísimos años editor de fotos de Clarín. Es decir, tiene una mirada de editor también y fue él el que me preguntó si me interesaba ponerme en contacto con su gran amiga Silvia. Dani es mi amigo, lo quiero muchísimo y lo respeto muchísimo también como fotógrafo. Pero Dani es amigo intimísimo de Silvia desde hace 40 años, desde que los dos estudiaban el Colegio Nacional. Con ese gesto se estaba jugando algo muy grande, porque ya sabemos lo que pasa con nosotros: la gente puede no sentirse reconocida o respetada, o puede, no sé, incomodarse. Y Daniel podía perder no una, sino dos amigas a la vez”.
Pero no pasó: se encontraron, se conocieron, Leila supo que “a la historia dura de Silvia siguió una vida muy, muy potente, muy llena de amigos, muy llena de cosas buenas con otro hijo más, David, al que tuvo como ella quería tenerlo, en una clínica, no en un campo de concentración.”
Hablaron, mucho, unas setenta entrevistas de las noventa y siete que requirió el libro. Y Dani Yako, el fotógrafo, no perdió ninguna amiga: “Yo estoy muy contenta de que al libro le vaya bien, por supuesto. Ha sido algo bastante inesperado. Pero pero para mí la verdadera contabilidad es el llamado que tuvimos con Silvia Labayru después de que se publicó el libro. Hablamos dos horas por teléfono y esa llamada para mí fue la paga principal. Silvia me dijo que se había sentido muy respetada e incluso por momentos se había reído mucho. ‘Me has pillado’”, me dijo.!
Las llamadas
El libro de Leila se llama así por una llamada que le salvó la vida a Labayru. Estaba embarazada, ya secuestrada y la llevaron para hablar por teléfono con el padre. Uno de los más temibles represores, Jorge “Tigre” Acosta, fue quien se comunicó:“Señor Labayru, le quiero hablar de su hija”, dijo. El padre creía que a la hija la habían matado por culpa de los Montoneros. Entonces, al teléfono, estalló: “¡Ustedes, montoneros hijos de puta, son los responsables morales de la muerte de mi hija! ¡Vengan que los voy a cagar a tiros, montoneros de mierda! ¡Soy anticomunista, antiperonista y antimontonero, hijos de puta, hijos de puta!”. Listo. Se decidió que iba a nacer ese bebé y que se lo llevarían al padre, que había dado la respuesta “correcta”.
Pero ahora, en la Feria del Libro, el día de la entrega del premio, se habla de otra llamada. La que hizo Ezequiel Martínez, director de la Feria del Libro, cuando el jurado determinó que ese era su libro del año. Mensaje. ¿te puedo llamar? Nada. Otro mensaje: nada. Llamada directa: rechazada. “Estaba entrevistando”, se ríe Leila. “Y cuando yo entrevisto se puede caer el mundo, puedo estar muriéndome, no sé, de dolor, de sed, de lo que sea, y no me distraigo”.
Martínez, que también es un periodista de trayectoria, habló de su alegría por la elección del jurado: “Es un librazo, la manera en que trabaja Leila para hacer estas crónicas, estas historias, la minuciosidad con que escarba debajo de la alfombra para encontrar hasta la última persona a la que hay que entrevistar... ”
Al lado, Leila se toca los rulos, sonríe un poco incómoda. Contenta, pero incómoda. Y Martínez sigue: “Es una de las grandes maestras que tiene el periodismo en el país, puso la crónica en un pedestal”.
En nombre de la editorial recibe también un premio. Cuenta que a las dos semanas de publicado el libro en España -enero de 2024- tuvieron que encargar una reimpresión. Que ya lleva como quince. Y que ahora se está haciendo otra, de veinte mil ejemplares.
“Gracias, gracias, gracias”, dice Leila. “Estos premios a los que no se postulan son más, no sé, gozables”. Me sorprende que haya atravesado un año en la memoria lectora del jurado. especialmente siendo un libro de no ficción, que es la Cenicienta de la literatura".
El público asiente, sonríe, pregunta. Callado, solo, hacia la mitad de la sala, se sienta Aníbal Ibarra, ex jefe de gobierno porteño y que también estudió -unos años- en el Colegio Nacional de Buenos Aires. ¿Por qué vino? Ibarra le sonríe a Infobae.. “Me interesó...”
Al final, Leila habla de su conexión con su protagonista. “Compartimos un tiempo muy potente, a mí toda la vida me va a importar la vida de ella”.
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