Mulatu Astatke luchó durante décadas antes de que su nombre se asociara mundialmente con un género musical y finalmente fuera reconocido como el padre del Ethio-jazz. Ahora, a pesar de ese largo recorrido y sus 81 años de edad, la leyenda de la música etíope ni siquiera puede “pensar en retirarse”.
Un hombre orquesta, igual de cómodo con el vibráfono que con la conga, un tambor cubano, creó una mezcla musical única en los años 60: una combinación de música tradicional etíope, instrumentos de viento de funk, Afrobeat y jazz latino.
“El Ethio-jazz es un género musical que une al mundo entero y lo hace uno solo”, dice el octogenario músico, con un bigote sal y pimienta.

El masenqo, un instrumento tradicional etíope con una sola cuerda que se toca con un arco, aparece junto a la guitarra y la trompeta en sus presentaciones. “Esto es lo que quiero hacer, unir al mundo alrededor de la música”, afirma el compositor y percusionista en un tono bajo, dentro de su club de jazz African Jazz Village, donde todavía actúa cerca de la famosa Plaza Meskel de Addis Abeba.
Su música está destinada a rendir homenaje a quienes él llama los “pueblos del monte”, las poblaciones rurales de Etiopía cuya danza y música han tenido una influencia considerable en su obra y quienes, según él, “no son reconocidos lo suficiente”.
“Las personas que inventaron el masenqo, aquellos que inventaron el krar (un instrumento de cuerdas etíope similar a la lira), son quienes inventaron a Mulatu”, expresa.

“Tezeta” —“nostalgia” en amárico, el idioma nacional de Etiopía— es una de las canciones más conocidas del compositor: una balada sensual y pegajosa en la que el saxofón y el piano se reflejan mutuamente. Pero en la vida de Mulatu, no hay lugar para la nostalgia.
A través del desierto
Mulatu Astatke nació en 1943 en Jimma, a unos 350 kilómetros al suroeste de la capital, Addis Abeba. Siendo adolescente, sus padres lo enviaron a estudiar al Reino Unido. “En la escuela secundaria, lo único que quería ser era ingeniero o piloto”, comenta sonriendo.
Pero las clases de teatro y música que recibió lo llevaron a cambiar su rumbo. A finales de la década de 1950, se inscribió en el Trinity College of Music de Londres para estudiar clarinete y composición. Luego se dirigió a Nueva York y Boston, donde se convirtió en el primer estudiante africano en asistir a la Berklee College of Music.

Mulatu, que inmediatamente aclara no querer “hablar de política” durante esta entrevista, regresó a Etiopía para participar en la vibrante escena musical de Addis Abeba en los años 1960 y 1970. Se convertiría en una de las figuras clave del “swinging Addis”.
Sin embargo, el derrocamiento del emperador Haile Selassie y la llegada al poder del régimen militar-marxista Derg en 1974 cambiaron la situación. La música y la cultura occidentales fueron censuradas.
Fue un viaje a través del desierto para Mulatu, quien asegura haber “luchado” durante este período como maestro de música.
El reconocimiento y el éxito llegaron en 1998 con el lanzamiento de la colección Ethiopiques, que reeditó las joyas musicales del Swinging Addis. El álbum número cuatro está dedicado a Mulatu.

Su carrera dio un salto espectacular en 2005 gracias a la película Broken Flowers del director estadounidense Jim Jarmusch, que incluyó cuatro de sus composiciones en la banda sonora.
Con este tardío reconocimiento internacional, Mulatu no tiene planes de “retirarse”, a diferencia de Mahmoud Ahmed, otra leyenda del Ethio-jazz, quien dio su último concierto en enero. Mulatu regresa de una gira por Estados Unidos y actuará en septiembre en la Salle Pleyel de París.
“Tengo un álbum que será lanzado este año. Se llama Mulatu plays Mulatu, dice con una gran sonrisa. “Pero he estado luchando durante 40, 50 años. Me tomó 40 años alcanzar el reconocimiento mundial, no voy a detenerme ahora”.
Fuente: AFP
[Fotos: Amanuel Sileshi/AFP]
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