“Lo conocíamos como Llosita”: las historias que se perdió Mario Vargas Llosa según su compañero de banco

A días de cumplir noventa años, Carl Brockmann Hinojosa, que compartió con el Nobel peruano los años enel La Salle de Cochabamba, recuerda los días en el colegio, los acercamientos fallidos y sus libros favoritos

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Mario Vargas Llosa falleció el
Mario Vargas Llosa falleció el 13 de abril últimamente, en su casa de Lima, Perú, a los 89 años

“El 7 de mayo cumplo noventa”, dice Carl Brockmann Hinojosa desde Cochabamba. En el recuadro de la pantalla, su rostro se extiende en una gran sonrisa. Hijo de padre alemán y madre boliviana, este doctor en Ciencias Geológicas graduado en la Universidad de La Plata, es uno de los investigadores que en la década del setenta descubrió el litio en Bolivia, navega en los laberintos del pasado y recuerda los días en el Colegio La Salle, donde tenía de compañero, no solo de aula, sino de banco, a Mario Vargas Llosa. “Lo conocíamos como Llosita. Se vestía a lo marinero infantil y tenía sus dientes como conejo, hacia afuera: su característica”.

Su historia, como toda historia, empieza antes de nacer. “Mi padre llegó a Bolivia en 1908 o 1909, luego se volvió a Alemania y, al ver que no se podía vivir allí por la inflación terriblemente grande, decidió venirse como inmigrante en 1924, y en 1926 se casó con mi madre. Esa es la historia de la familia”, cuenta. Brockmann iba al Colegio Alemán, pero cuando Bolivia decide unirse a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, lo cerraron y se llevaron presos a los profesores. Ya había dejado de ser Carl Eduard; era Carlos Eduardo. Entonces sus padres decidieron mandarlo al La Salle.

“Cuando caí al La Salle, Marito, que se llamaba Mario Llosa, no era Vargas, se sentaba en el mismo pupitre que yo, a mano izquierda”, cuenta. Vargas, el apellido del padre, le había sido suprimido. Ernesto Vargas Maldonado se separó de Dora Llosa Ureta meses antes de que naciera. Fue de mutuo acuerdo, pero cuando se supo que él estaba en pareja con otra mujer, alemana ella, y que así había sido durante el matrimonio —fruto de esa relación nacieron dos medios hermanos de Vargas Llosa— su madre decidió criar a su hijo con la figura del padre muerto.

Mario Vargas Llosa, por entonces
Mario Vargas Llosa, por entonces solo Llosa, en la foto de curso de La Salle, junto a Brockmann

Vargas Llosa vivió en Arequipa, Perú, un año, luego su familia se trasladó a Cochabamba porque su abuelo, Pedro Llosa Bustamante, empezó a administrar una hacienda algodonera. Y ahí estuvo, hasta los diez años, cuando su abuelo, el sostén de la familia, en 1945, consiguió un cargo en Perú bajo el naciente gobierno de José Luis Bustamante y Rivero, que era su primo. Al año siguiente, Vargas Llosa se encuentra con su padre, se devela el misterio de su muerte, que no era muerte, sino un largo distanciamiento, y la relación se recompone retornando al apellido doble.

“Él lo explica bien en su libro El pez en el agua: cómo se encuentra con su padre, cómo trabajó con él", dice Brockmann, lector silencioso de su excompañero. “En el año 1950 hicimos un viaje de Cochabamba por tierra hasta Lima, y tuve la oportunidad de conocer los mismos lugares que Marito hizo cuando se fugó con la tía Julia”, agrega sobre otro libro, La tía Julia y el escribidor, publicado en 1977, donde Vargas Llosa cuenta cómo se enfrentó a su familia para casarse con Julia Urquidi, que era una mujer divorciada catorce años mayor que él, pero sobre todo era su tía política.

“Cuando yo volvía de Estados Unidos, me encontré en el aeropuerto de Lima a sus parientes, y estaba su hermana Ana María indignada porque había salido La tía Julia y el escribidor. Entonces ellos dijeron: esto no puede quedar así. Y de ahí nació la idea de hacer Lo que Varguitas no dijo“. Esa autobiografía de Urquidi fue también una respuesta a la forma en que terminaron: en 1964, tras nueve años de matrimonio, Vargas Llosa le mandó una carta confesándole que amaba a Patricia Llosa Urquidi, su prima, sobrina de Julia, con quien se casó en 1965 y de quien se divorció en 2015, aunque desde hace algunos años se habían acercado.

Carl Brockmann Hinojosa
Carl Brockmann Hinojosa

Su favorito es El sueño del celta: “El que más me impresionó y que yo viví en cierta forma. Es un libro que describe la explotación que se hacía en el Perú de la goma por parte de empresas privadas. Igual que aquí, en Bolivia. Ese libro lo he sentido como en carne propia, porque lo he vivido. Me llegó al alma” cuenta. Ahora, una breve nostalgia lo invade. La reciente muerte del Nobel peruano caló profundo en el pecho de Borckmann. “Me cayó muy mal porque coincidió con la muerte de varios compañeros de curso de la misma edad”, confiesa.

En el año 2003, cuando se cumplían cincuenta años de la graduación del cuesto de La Salle, los excompañeros invitaron a Vargas Llosa. “Queríamos que viniera aquí, a Bolivia, que participara en la reunión del curso. Él se disculpó porque dijo que tenía que entregar un libro en esos días en Santiago. Yo pienso que de que él se perdió la oportunidad de conocer la vida de sus amigos, de sus compañeros de curso, que le hubiera servido a él para escribir, no un libro, sino un montón de libros. En base a las experiencias que hemos tenido nosotros en ese así. Pero se disculpó”.

En febrero de 2023, cuando Vargas Llosa ingresó a la Academia Francesa, otro excompañero de La Salle estuvo presente. Carlos Carrasco, escritor y diplomático boliviano que vive en París, se acercó, charlaron y le mostró una foto. Era del colegio, estaban todos. Se la había dado Brockmann. “Mario se quedó admirado porque no se acordaba y de pronto se acordó, cuando vio la foto. Me dijo que se quedó muy impresionado. Quedaron en verse después, pero ya no tuvieron más oportunidad”, cuenta.

Vargas Llosa recibiendo de manos
Vargas Llosa recibiendo de manos de Carlos Carrasco la foto del curso que le envió Brockmann

Un día de 1986, cuando Brockmann trabajaba en Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, en La Paz, supo que su excompañero estaría unos días en la ciudad. Se alojaba en Hotel Plaza. “Había mucha gente y no pude verlo. Pero a la salida, a las seis de la tarde, en la galería que tiene de salida el hotel, me ve y me dice: ‘Tú eres Brockmann’. Y yo le iba a decir ‘Tú eres Llosa’, pero no pude porque se vinieron los periodistas y lo rodearon y ya no pude hablar. Le hice una seña, me acerqué, subí las gradas, hablé con Patricia y le digo: ‘Oye, Patricia, ¿y cómo es esto?’ Ella me dice: ‘Todo es así. Él no tiene tiempo para mí. Me deja sola’“.

Cuando él le cuenta quién es, de dónde conoce a su marido, ella enseguida le responde que sí, que ”se acuerda de los compañeros de curso”, que “se acuerda y me los nombra mucho”. Brockmann intenta por último vez llamar la atención de su excompañero con una mirada, una sonrisa, una mano levantada. Es inútil: está rodeado de periodistas, de lectores, de fans. Esa fue la última vez que lo vio.