Soy sonámbulo desde chico, a veces me río; otras, el despertar es con pavor

Siempre le dijeron que tenía que escribir sobre lo que le pasaba y en un momento de crisis resultó un alivio hacerlo. Aquí, cuenta cómo se hizo “La parte del sonambulismo”, un libro entre la experiencia y la ficción

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Nicolás Hochman, vida como escritor
Nicolás Hochman, vida como escritor y como sonámbulo.

En 2003 empecé a escribir un diario, que se parece en estructura y forma a cualquier otro. Ahí fui contando qué hice, qué quiero hacer, con quién me vi, a dónde fui, qué leí, qué escribí, qué pensé, qué dije, qué me dijeron, qué soñé, qué pasó a la noche mientras dormía o creía que dormía. En 2018 el diario se desdobló. Uno incluye todo lo primero; el otro, la parte del sonambulismo.

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La parte del sonambulismo

Por Nicolás Hochman

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Soy sonámbulo desde chico. Diría “desde que tengo memoria”, pero va todavía más hacia atrás, porque antes de mis recuerdos están las anécdotas familiares, en las que mis papás me fueron encontrando en situaciones a veces muy divertidas. Es algo con lo que crecí y que por lo general no me generó demasiados conflictos, y sí historias de color y cierto halo de rareza, para los que me veían a la noche, o escuchaban los relatos después. Pero el sonambulismo fue creciendo, se desarrolló, se volvió más complejo, más intenso, y muchas veces se transformó en alucinaciones nocturnas, en las que me despierto, en las que creo ser consciente de estar despierto, y voy y hago cosas, hasta que me despierto de verdad. Entonces descubro que durante un tiempo, que pueden haber sido pocos segundos o un rato largo, anduve por ahí, comportándome de un modo que no es precisamente lógico. Ese sonambulismo es extraño, porque no estoy ni despierto ni dormido, sino en un entre, una especie de multiverso en el que puedo actuar de un modo completamente diferente a como lo haría durante el día. Hay veces en las me descubro sonámbulo y me río, y luego se lo cuento a mis hijos, mi compañera o mis amigos, y nos reímos mucho; otras, el despertar es con pavor, con una angustia feroz, y unas pocas me doy cuenta de que eso que estuve haciendo es preocupante (como andar desnudo por la calle) o directamente peligroso (como querer abrir la puerta de un micro de larga distancia en movimiento).

Sobre esto fui escribiendo en mi diario. A veces eran entradas de un renglón, donde anotaba simplemente cosas como “Sonámbulo otra vez”. En otras ocasiones recordaba o me recordaban la historia, y lo anotaba como tal. A veces eso devenía en reflexiones, en charlas, en sesiones con mi analista, y sobre eso fui escribiendo también.

Con los años fueron muchas las personas que me dijeron que alguna vez tenía que hacer algo con todo eso. Y cuando decían “algo” se referían a publicarlo. Pero me costaba mucho pensar en transformar lo que tenía en un material que pudiera ser interesante para alguien más. No quería que el texto fuera un anecdotario, sino algo más. ¿Pero qué?

El escritor Nicolás Hochman
El escritor Nicolás Hochman

Los últimos años fueron particularmente difíciles para mí. A la situación política, ideológica, social y económica del país y el mundo le sumé una separación, una mudanza precipitada, la caída de varios proyectos y trabajos, varias operaciones de mi papá, la muerte de mi mamá y algo que aparentemente fue un infarto. En ese contexto, escribir fue, más que nunca, un refugio para mí. Y, por primera vez, pude transitar el proceso de escritura como algo placentero, sin toda la neurosis y los malestares que me acompañan desde que decidí, a los once años, que me quería dedicar a esto.

Entonces agarré la parte del sonambulismo y la empecé a trabajar, ya no como un diario, sino como algo más. Algo que no sabía bien qué era, ni qué formato tenía, ni hacia dónde estaba yendo. Empecé a escribir, y sobre la marcha me fui convenciendo de que era un ensayo que prescindía de cualquier tipo de formalidad académica (esa en la que me crie), y donde la experiencia estaba puesta en función de lo narrativo. Me entusiasmé, y escribí rápido, y avancé.

La voz del inconsciente

Por lo general escribo a la mañana, muy temprano, cuando todavía no salió el sol. Es el horario en el que estoy más lúcido, cuando no hay ruidos y todos duermen. Me preparo el mate, abro la computadora, a veces pongo música y arranco, siempre de a ratitos, porque me impongo la política de no escribir más de una página por vez, para que las ganas sigan ahí cuando retome.

En esas semanas se repitió una escena varias veces: Ana se despertaba, yo le llevaba el desayuno a la cama, ella me contaba qué había soñado (admiro mucho a los que recuerdan sus sueños, cosa que a mí no me ocurre casi nunca) y me preguntaba qué había estado haciendo yo. Y mi respuesta, varias veces, fue la misma: “Estuve escribiendo la nove…”, y me frenaba en seco, porque claro: no era una novela, sino un ensayo.

En esos meses también decidí mandar el texto a un concurso. Es una dinámica que conozco bien, porque organicé muchos, es parte de mi trabajo. El concurso tenía una categoría de novela y otra de ensayo, y desde luego opté por esta, con tres argumentos de peso. El primero, que los premios de novela suelen recibir muchas más obras que los de ensayo. El segundo, que por lo general las novelas que se presentan a los premios suelen tener mejor calidad que los ensayos. El tercero, que aunque hubiera tenido todos esos fallidos a la hora del desayuno, lo mío era un ensayo. Así que lo inscribí como tal, y le mandé a Ana la captura de pantalla con el comprobante, contento, entusiasmado. Ella se rio y me dijo que qué bueno que al final lo hubiera presentado como novela. Le expliqué que no, y se rio más, y me dijo que mirara bien lo que le había mandado. Por supuesto, lo inscribí como una ficción.

El inconsciente habla.

Para esa época le mandé el manuscrito a Gastón Levín, el director de Fondo de Cultura Económica, que lo leyó en tiempo récord y me dijo que lo querían publicar. Poco después me junté a tomar un café con la editora, Yanina Gómez Cernadas, para hablar sobre los detalles, sobre la edición. Conversamos sobre un montón de cosas y fui tomando notas, porque cada una de sus observaciones me parecían atinadas y me proponía soluciones mejores que las que yo había ido encontrando. Al final hizo un silencio, tomó aire, tomó coraje y me dijo: “Lo que sí, no quiero publicarlo como ensayo, sino como novela, porque me parece que eso es lo que es”. No se lo dije nunca, pero el alivio que me dio escuchar eso fue inconmensurable.

La parte del sonambulismo, de
La parte del sonambulismo, de Nicolás Hochman.

Pasé las semanas siguientes trabajando el texto otra vez, ya sin el corset imaginario que tienen los ensayos, permitiéndome ficcionalizar hechos o secuencias o personajes que, me parecía, podían ganar en potencia si los narraba desde otro lugar, alejándome un poco de ese espejo al que llamamos realidad.

Cada vez estoy menos convencido de que los géneros literarios sirvan para algo, más allá de dejar tranquilos a los lectores, los editores, los libreros. Creo que cada uno escribe lo que puede, lo que quiere, y que luego el lector hace con eso lo que quiere y lo que puede. Que no hay manera de hacer ficción sin incurrir en la experiencia y la autobiografía, y que cualquier texto, por formal y académico que sea, incurre de algún modo en la ficción, o en sus múltiples recursos. Y creo, por sobre todas las cosas, que la vida no necesita ser verosímil, pero eso que contamos sí. Me da mucha intriga cómo vaya a ser leído este libro nuevo, la tercera novela que publico. Qué tanto crean los lectores que es real, qué tanto invento. La verdad es que me da igual, porque lo que me interesa es que funcione eso que llamamos “el pacto de lectura”, y porque, en definitiva, ni siquiera yo tengo muy en claro qué, de todo eso, ocurrió así o no en realidad. No se me ocurre una manera más fiel de contar el sonambulismo que esta, desde la ambigüedad y el desconcierto.

Quién es Nicolás Hochman

Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982) es escritor, editor y gestor cultural, además de fundador y director del festival de literatura latinoamericana Desmadres, el Congreso Gombrowicz y la productora UnaBrecha.

♦ Es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y ha ejercido la docencia universitaria en Argentina, México y Polonia.

♦ Desde 2010 coordina un taller literario por el que han pasado decenas de autores, combinando el trabajo de escritura con la reflexión crítica sobre la narrativa contemporánea.

♦ Es autor de las novelas Los Casquivanos (2014) y Toda la felicidad de la que somos capaces (2023), así como del ensayo Incomodar con estilo. El exilio de Gombrowicz en Argentina (2018).

♦ En su rol de editor, compiló el volumen Apuntes del desborde. Antología del Premio Desmadres de No Ficción (2023), publicado por el Fondo de Cultura Económica.

♦ En 2025, el mismo sello editorial publicó su libro más reciente, La parte del sonambulismo, que profundiza en los vínculos entre literatura, memoria y representación.