
Atormentado. Un chico lleno de dudas. No sabe ni de dónde viene ni a donde va. Está perdido. Es que lo empujan hacia un destino que no quiere ni entiende. Entonces su padre le pide que se vaya. Y abandona su casa y se va a deambular por ahí. “No tener padre es lo mismo que no tener destino”, dice. Su mamá le contó cosas que no comprende, sus hermanos le guardan rencor y su papá asegura que no lo es. Se llama Jesús, tiene solo 24 años y se siente solo y confundido. El contexto no ayuda: “Roma es una fiera hambrienta y su comida es el mundo, con nosotros incluidos”, dicen los personajes del escritor argentino Marcelo Caruso, en Los años perdidos (Alfaguara, 2023).
El Premio Clarín de Novela 2019 habla de Jesucristo. Pero no del famoso protagonista de los evangelios sino del hombre común, el que dejó el entorno familiar en busca de un destino. Caruso narra –en modo ficcional- los años de búsqueda del hijo de Dios, que no son otra cosa que los años de aprendizaje. De allí que tal vez sea cierto aquello de que hay que perderse para poder encontrarse. Y eso mismo es lo que le pasó al joven de esta novela que cambió el curso de la humanidad para siempre.
No sé quién debo ser
“¿Debía creerlo? ¿Yo era la Luz del mundo? ¿Había dejado de ser el huérfano para ser el Hijo? ¿Ese Hijo?”. Para un pibe que – según decían- era el Mesías, que había nacido de una madre virgen, escondido en un pesebre, y huyendo de un rey que quería matarlo, era un montón. “Decídete a ser quien debes (le dijo José). No sé quién debo ser. ¡Vete! – ordenó- y fue como si descargara un golpe de mazo. (…) Ya soy un hombre, sin embargo, ante el mandato de José, me sentí como un pájaro que cayera abruptamente de su nido. Porque hasta esa mañana tenía un techo. Ahora estaba solo, de cara a mi orfandad. Y sentí que el miedo se abría camino subiendo desde mis pies”. Y entonces, el abismo, el desamparo. “Le pregunté al desierto si el Mal es no saber cómo se es, cómo se debe ser. El desierto hizo caer algunas piedras de una pared de roca, pero no me atemorizó”. En primera persona, el Jesús de la historia cuenta, de principio a fin, todo lo que debió atravesar hasta recibir la revelación que marcó su vida y la de tantos otros que creyeron y creen en él.

Dividido en doce capítulos, que parten del Éxodo a Cafarnaúm, pasando por Nazaret, Canaá y Tiberíades, Los años perdidos es el relato de la odisea de un joven que deberá lidiar con la ambigüedad y la angustia de no saber quién es y de no entender para qué vino a este mundo. Historia, cultura y fantasía se unen en una épica exquisita y respetuosa acerca del breve paso -por este mundo- del Rey de Reyes. Pero antes, mucho antes de ser el héroe de la Biblia, el hijo de Dios la pasó mal. Muy mal. Y en ese peregrinar enfrentó de todo: ladrones, marginados, incomprendidos (como él), tentaciones, hambre y frío. Hasta tuvo sexo.
El desierto me bañó con su sudor. Me mostró las dunas y las piedras en una repetición tan constante que las hizo una y un millón al mismo tiempo. Casa de demonios, vi sus espejos engañosos ondulando el horizonte y, sobre ellos, pilares de sombra y pilares de fuego, y a lo lejos los restos carcomidos de una ciudad abandonada, como dientes de una boca putrefacta. Todo era soledad, arena desgranándose en la vida”. Y bien podría estar hablando de cualquiera de nosotros. ¿O acaso la vida no es un poco eso de andar por ahí, sin saber por qué o para qué? Las vicisitudes, la incertidumbre y el dolor que debió sortear el personaje de Caruso: ¿no es lo que cualquier mortal encara cada día? Y eso de no tener respuestas, de no saber. De intentar todo el tiempo explicar lo inexplicable, de buscar una razón donde no existe, ¿no es acaso el dilema de todo mortal? Nosotros somos ese Cristo: ignorante de su naturaleza y su misión. Enredados en la aventura de vivir. Y como él, somos la representación de lo imperfecto y por eso también nos perdemos en el desierto lleno de demonios.
Ese chico de 24 años, que deja el calor de un hogar, para someterse a la más cruel de las soledades, somos nosotros. Es que todos somos un poco huérfanos y estamos un poco desnudos y aterrados. Y sabemos que la existencia es demasiado larga, da pelea y no es fácil. Y Caruso lo sabe y con toda destreza lo plasma en esta obra preciosa. “Hacia el final de la tarde los hombres colgaban como frutos sangrientos. Ansiosos por volver a sus cuarteles, los soldados se apresuraron a quebrarles las piernas con barras de hierro. A los primeros en ser clavados, una lanza impaciente los sacó de la agonía. Los deudos que habían recibido el permiso de bajarlos, luchaban para extraer los clavos, mientras las mujeres los sudarios donde los envolverían. A medida que me alejaba de la ciudad, las crucifixiones eran más recientes, y los lamentos y los llantos renovaban su desgarro. Roma exhibía su poder de manera elocuente. Había hombres clavados de costado y de cabeza; de frente, de perfil y de espaldas al camino”.

La ficción acerca de la vida de Jesús de Nazaret explora la dimensión humana de un santo que primero fue hombre. Una persona que decidió salir al mundo a ver qué había más allá de acá. Qué tenía una suerte marcada pero no lo sabía. Hasta que sí. Y esto es algo que nos pasa a todos en la vida. Porque: ¿quién soy? ¿qué esperan de mí? O: ¿por qué estoy vivo? son las preguntas existenciales que tanto al personaje de la novela como a nosotros nos llevan por un camino de autodescubrimiento. Como sea, la figura de un Jesucristo hombre es fascinante y el autor la acerca a nosotros con delicadeza e hidalguía. Y es justo sobre el fin – ese momento en que la cosa se pone buena y no nos queremos ir- cuando nos queda claro que la manera en que asumamos nuestro destino es lo que finalmente nos definirá. Y hasta allí llegaremos solamente luego de haber padecido dolor, sufrimiento, miedo y desesperanza.
Los años perdidos puede ser un espejo donde mirarnos o – por qué no- algo de inspiración que nos ayude a caminar cuando estamos rotos (pero no solos), de la mano de un tipo que cambió la historia de la humanidad para siempre y de otro que supo contarlo. Pero: ¿y al final, ¿cuál es nuestro destino? No sé, pero dicen que “tarda en llegar, pero hay recompensa”.
¿Quién es Marcelo Caruso?
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina.
♦ Es escritor.
♦ Publicó libros como Un pez en la inmensa noche, Brüll y Negro el dolor del mundo.
♦ Recibió el Premio Clarín de Novela 2019, el Primer Premio del Concurso Hispanoamericano de Cuento de Puebla, México, y el Primer Premio ex aequo de Cuento en la Bienal de Arte Joven de la Municipalidad de Buenos Aires.
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