Historias desconocidas de Eduardo Galeano: de su colección de chanchitos a sus asados “de pintor”

A 10 años de la muerte del autor de “Las venas abierta de América Latina”, amigos y familiares relatan anécdotas de algunas de sus pasiones ocultas

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U mural en homenaje al
U mural en homenaje al escritor Eduardo Galeano, en la Peatonal Sarandí de Montevideo (Uruguay) (EFE/ Alejandro Prieto)

Coleccionista de “chanchitos” con los que se identificaba -al punto de firmar con uno-, anfitrión de asados en los que la parrilla era “una paleta de pintor” y dueño “en sentimiento” del café que bautizó como su “otra casa”: así recuerdan, a diez años de su partida, al entrañable periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano.

“Hoy en día nadie se acordará del aniversario. O alguno por allí. Pero él estaría muy feliz de saber que desde abajo sí se lo recuerda”, dice, sumido en una reflexión -que parece resonar con el antiguo refrán bíblico ‘nadie es profeta en su tierra’- el argentino Pedro Weinberg.

“En este país, poco les preocupa”, insiste mientras se pregunta por qué hay más bibliotecas, escuelas, centros culturales y calles con su nombre en Argentina y en pueblitos de España que en Uruguay, cuando “no hay duda” de que Galeano fue un montevideano “de raigambre uruguaya”.

Sin embargo, algo lo tranquiliza: que en el barrio montevideano de Malvín, por los vecinos y en los muros pintados por artistas, “los de abajo” sí recuerdan al autor de uno de los libros de no ficción más vendidos -y robados- de la literatura hispana, al amigo que él conoció “por el 92″ y que recuerda como “un tipo muy ‘querible’”, “sencillo” y que “nunca se consideró una estrella”.

Un cuadro con una imagen
Un cuadro con una imagen del escritor uruguayo Eduardo Galeano en el interior del Café Brasilero, en Montevideo (Uruguay) (EFE/ Alejandro Prieto)

Chanchitos y asados de pintor

“Hay un rasgo de él que poco se conoce y es que era un esteticista”, revela Weinberg sobre el nacido en 1940 en Montevideo y exiliado en Argentina y España antes de retornar a la capital uruguaya, donde se instaló con su esposa, Helena Villagra, en una casa “siempre abierta” a artistas y amigos.

Para ejemplificarlo, dice que “ir a comer un asado a la casa de Galeano no era solamente comer, chacotear y tomar unas copas” sino “ver en el parrillero cómo estaba presentada la comida”.

“No era tirar los chorizos, las tiras de asado, las colitas (de cuadril). Era todo una paleta de pintor cómo se presentaba y eso era en toda su vida cotidiana”, rememora Weinberg sobre unos asados en los que, también detalla en un perfil el periodista Roberto López, convertía el acto de encender la parrilla en un rito que llamaba “la rompida del fuego”.

Es que, como recuerda también su hija de crianza, Mariana ‘Pulga’ Mactas, Galeano hacía tanto de las comidas como del ambiente de la casa de su infancia un lugar “alegre” donde sonaba mucha música brasileña, de Alfredo Zitarrosa o Bob Dylan y donde, cuando se acercaba de chica a su escritorio, estaban sus famosos cerdos o “chanchitos”.

“Siempre coleccionó chanchitos”, asegura Mactas, quien explica que decía que se solidarizaba con los cerdos “porque eran sinónimo de insulto, de asqueroso, muy vilipendiados” y por eso su firma era uno comiendo una flor, como ‘Ferdinando el toro’, un cuento que le contaba de niña y que ella considera “una obra maestra”.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano
El escritor uruguayo Eduardo Galeano falleció hace 10 años (EFE/Iván Franco/Archivo)

También, como parte de esa identificación con los chanchos, no comía cerdo, algo extraño en quien, según describe el perfil de López, era “un carnívoro contumaz”, pero que, acota su hija, tuvo que dejar la carne roja tras sufrir un infarto en 1984.

Su segundo hogar

Como todo visitante se da cuenta ya tras dar un simple vistazo a sus paredes, entrar al Café Brasilero es entrar al café de Galeano, al punto de que, como cuenta su administrador, Santiago Gómez, darle al autor un café y un jugo de cortesía era una de las curiosas condiciones del contrato de alquiler que firmó con sus dueños cuando comenzó a gestionarlo, 16 años atrás.

“Tenían tanta afinidad con Galeano, que estaba todo el tiempo acá, que en el contrato querían seguir las prioridades que marcaron y eran, primero que tenía una mesa especial y segundo que siempre tenía un café y un jugo de invitación”, acota sobre un beneficio “simbólico” que él no usaba, porque pagaba siempre.

Es que el histórico café por donde pasaron también figuras cercanas a Galeano, como Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, ya era, como escribió en una dedicatoria, su “otra casa”, en la que, explica Gómez, solía reunirse con artistas e intelectuales amigos.

“Para él era una extensión de su casa”, insiste el administrador del café al redondear que hasta hoy muchos visitantes dejan allí dibujos o regalos alusivos a Galeano, el hombre detrás del escritor que, apunta Gómez, “mientras que el Café Brasilero abierto, siempre va a estar presente”.

Fuente: EFE