
“Ahora que estoy escribiendo este prólogo siento la alegría de irme una vez más. Irse. A veces pienso que ese es el gran meollo de la vida, aprender las formas de irse. Irse es una palabra pequeña y parece fácil. Este libro da vueltas sobre eso, sobre personajes que no encuentran la salida. Pienso que quizá no sea paradójico, que solo si yo me despido, el lector pueda encontrar un lugar”. Agua del mismo caño (Enero, 2024) es la antología de relatos que, luego de diez años de su primera aparición, la sicóloga y escritora Natalia Zito decide reescribir y publicar gracias al impulso de Corina Vanda Materazzi.
“Cuando le conté a una amiga que después de diez años desde la primera edición de este libro, había aceptado reeditarlo en una nueva editorial, pero a condición de reescribirlo, preguntó: “¿Y reescribirlo está bien?”. Yo me había dado una respuesta: he reescrito el libro, no tanto por simple honestidad, sino porque creo que la belleza es más probable en la fragilidad de los procesos creativos, que en las pretensiones de perfección. Lo bello, dice Byung-Chul Han, está en lo secundario, nunca en lo principal sino a su lado, un poco desviado, casi como una intuición. Y esa intuición, se la debo a mi editora que, con su propuesta de reeditar este libro, me hizo ver y leer y probablemente escribir, cosas que no tenía previstas, tal es la tarea amorosa del editor, por la que estoy muy agradecida”.
En los cuentos de Zito hay humor, ironía y desmesura. Mucha desmesura. Es casi como un sello personal. El desborde y finalmente, la inundación. Un ojo morado, un corpiño roto y la plata en la cartera. “Esta vez no va a comprarse uno nuevo, ni regalarlo a una compañera. La plata no es problema. O sí. (…) al principio te vas a tener que bancar cosas que no te imaginabas, pero después la plata en la cartera te va a cambiar la cabeza, te va a abrir un mundo que tampoco conocías”. La segunda historia de doce se titula Nombre de almacenera y la protagonista es Sandra. Pero solo ella sabe su verdadero nombre, “porque para ese trabajo necesitaba algo (un nombre) más sofisticado”.

Eduardo aparece en varios relatos. Y en todos se quiere ir de este plano. No sabe cómo. Pero hace pruebas. Y siempre salen mal. Es un alma en pena. El primer escenario es en Dormitorio, donde Eduardo intenta algo, pero no. “Se sacó la soga del cuello y la estampó contra el suelo. Quiso pararse, pero su pullover quedó enganchado en uno de los cables del ventilador. (…) tenía la ropa cubierta de polvo del cielorraso y el cuello raspado.” Luego retoma en El tren arranca de nuevo. Y tampoco. “Mañana es sábado, no puedo. Tiene que ser hoy. No es lo mismo sino. Hoy es el cumpleaños de Marta y discutimos, todas las mañanas discutimos. No se puede con ella. (…) Esta vez me tenía que salir. Lo del cielorraso podía pasar, ponele que no calculé bien, ¿pero que se tire otro antes que yo? A mí solo me pasan esas cosas”. No conforme con eso insiste, pero de una forma distinta. Ahora no es contra él, va por ella. Por Marta.
Que Mata-Rat haga lo suyo, es otro de los capítulos donde la pareja vuelve a aparecer. La tragedia del suicida fallido da un poco de risa. Es que es tragicómico. Me hace a acordar al Gordo y el Flaco. Todo mal. “Eduardo confiaba plenamente en el Mata-Rat: el polvito haría efecto tarde o temprano. La gente que hace los venenos debe tener todo eso calculado, pensaba”. Pero no. Todo siguió igual para este pobre tipo que no hace otra cosa que planear cómo dejar este mundo cruel, pero sin resultados a la vista. Al menos por ahora.
Pero hay un relato, el que lleva el mismo título que la antología, que esconde un tesoro. Y nadie lo ve de tanto verlo. Agua del mismo caño es la historia número 9 y una de las que más me gustó. Y también es la más larga de la reescritura de la autora. Se divide en ocho miniepisodios que sirven para dar ritmo y suspenso a la narrativa. “Si bastase con amar, las cosas serían demasiado sencillas”, dice la frase de Albert Camus en el inicio. Y sí. Pero todos sabemos que no alcanza. Aunque sea más fuerte. Un hijo que no llega. La posibilidad de una adopción. Una suegra insufrible. “Te van a encajar un morochito, después no me vengas a pedir que le haga de abuela”. Y siete años de espera que destruyen todo. Es que al final todos bebemos el agua que viene de un mismo caño. No importa quienes somos. Y cuanto antes lo entendamos, mejor. “Los pibes del semáforo están pidiendo un vaso con agua a la chica del café. El agua es para los clientes. Si quieren les doy un vasito para que saquen del baño”.
Los personajes de Natalia Zito tratan de hacer lo que pueden. Están al borde y ese abismo, seduce. Entonces nos dejamos llevar por sus encantos y entramos a sus vidas. Y al igual que la escritora, no opinamos. Vamos y listo. Porque ella solo cuenta lo que sabe. Y el misterio queda librado al azar y a la irremediable conexión entre los protagonistas y el lector. Y en ese juego puede pasar cualquier cosa. Y pasa. Como sea, siempre es refrescante una buena lectura. Y esta es una de esas. Ciento cuarenta y cinco páginas que, con puntería exquisita, dan en el blanco.
Quién es Natalia Zito
♦ Natalia Zito nació en Buenos Aires.
♦ Es escritora y psicoanalista.
♦ Es autora de “Vos”, Planeta Emecé (2023); “Veintisiete noches”, Galerna (2021); “Rara”, Planeta Emecé (2019); “Traidores”, Tilde (2022) y la obra de teatro “El momento desnudo”, estrenada en 2019, basada en cinco cuentos de este libro.
♦ Sus obras aparecen en antologías en Argentina, México y USA.
♦ Escribe regularmente en Pasiones Argentinas, las contratapas del diario Clarín, y escribió la columna “Mi surrealismo personal” para la revista Intervalo de la emblemática librería Escaramuza en Uruguay.
♦ Ha publicado en diversos medios culturales como JotDown (España), Firmament (Sublunaryeditions, USA), Infobae y Revista Anfibia, así como en revistas y medios especializados en psicoanálisis.
♦ Es docente en la escuela EntrePalabras y coordina el taller de lectura y escritura “Escribir con otros”.
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