
El Mesías, la célebre obra de Georg Friedrich Handel, no solo es un ícono de la música clásica y un símbolo de la temporada navideña, sino también el resultado de una colaboración inesperada entre dos hombres con profundas diferencias políticas, religiosas y personales.
“Nació de una de las asociaciones menos reconocidas en la historia de la música, ero de una gran maestría“, asegura Charles King en un reciente artículo publicado en The Washington Post. Es profesor en Georgetown y autor de Las vidas desesperadas y los tiempos difíciles que hicieron del Mesías de Handel una obra maestra.
“Es el equivalente de la era de la Ilustración de George e Ira Gershwin o Elton John y Bernie Taupin. Handel escribió la música, pero la idea original y el libreto –el libro, como se lo llamaría en Broadway– pertenecían íntegramente a Jennens”, agrega.
Esta pieza, que debutó en un music hall de Dublín el 13 de abril de 1742, fue concebida a partir de un libreto elaborado por Charles Jennens. Pero ¿quién es este enigmático hombre? Un acaudalado coleccionista de arte y devoto anglicano, quien seleccionó y organizó textos bíblicos para dar forma a una narrativa de esperanza y redención.
Jennens, quien sufría de lo que hoy se identificaría como depresión crónica, encontró consuelo en el arte y la música. En su biblioteca privada, recopiló pasajes de la Biblia del rey Jaime I y otros textos teológicos, creando una estructura narrativa que conectaba profecías antiguas con un mensaje de unidad en tiempos de discordia. Este libreto fue enviado a Handel, quien, en solo 24 días, compuso la música que daría vida a la obra.
En ese momento Handel, un inmigrante alemán que había alcanzado fama como compositor en Londres, necesitaba material nuevo para una serie de conciertos en Dublín, lo que facilitó la colaboración.

A pesar del éxito inicial de la obra, la relación entre Jennens y Handel estuvo marcada por tensiones. Jennens, quien consideraba a los reyes de la Casa de Hannover como ilegítimos, se oponía políticamente a Handel, quien había servido lealmente a los monarcas protestantes de origen alemán desde su llegada al trono en 1714.
Estas diferencias políticas reflejaban las profundas divisiones de la sociedad británica de la época, polarizada entre los partidarios de los Estuardo y los defensores de los Hannover. Sin embargo, estas discrepancias no impidieron que ambos trabajaran juntos en lo que se convertiría en una de las obras más influyentes de la música occidental.
Jennens, además de ser el autor del libreto, era un ferviente admirador de Handel. Según explica el Dr. King en The New York Times, asistía regularmente a las óperas del compositor en Londres, adquiría sus partituras y las encuadernaba en volúmenes de lujo. Sin embargo, no dudaba en criticar lo que consideraba fallos en las composiciones de Handel. En una ocasión, describió al compositor como alguien cuya “cabeza estaba más llena de gusanos que nunca”.

Esta relación de admiración y crítica constante se reflejó también en su reacción a El Mesías. Aunque reconoció la calidad de la obra, Jennens expresó su descontento con ciertas partes de la composición, llegando a sugerir revisiones que Handel nunca implementó por completo.
La creación de El Mesías no solo fue un logro artístico ―combina textos del Antiguo y Nuevo Testamento―, sino también un testimonio de cómo el arte puede trascender las divisiones. Fue así cómo se convirtió en un símbolo de esperanza y reconciliación. Desde su estreno, ha sido interpretada y adaptada innumerables veces, con modificaciones que incluyen la reubicación del famoso coro “Aleluya” al final de la obra, aunque originalmente Handel lo situó en los dos tercios de la composición.

Handel, quien falleció en 1759, fue enterrado en la Abadía de Westminster, donde una escultura lo representa junto al manuscrito de El Mesías. Jennens, por su parte, descansa en una iglesia de Warwickshire, donde una placa conmemora sus contribuciones caritativas, pero omite su papel en la creación de esta obra maestra. A pesar de ello, su colaboración con Handel sigue siendo un ejemplo de cómo las diferencias pueden superarse en nombre del arte.
El Mesías continúa resonando en la actualidad, no solo por su calidad musical, sino también por el mensaje universal que transmite. Desde el conmovedor “Confortaos” hasta el majestuoso “Amén” final, la obra refleja la capacidad del arte para unir a las personas, incluso en contextos de profunda división.
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