
Acá se miran, se abrazan. Unos pasos más allá se miran, se abrazan. Dentro de un rato, cuando terminen las bienvenidas palabras de quienes trabajaron, estudiaron, anduvieron por los caminos de las ideas con ella, se levantarán las copas y se brindará “por Beatriz”. Por Beatriz Sarlo, la crítica literaria, social y política, que murió en la madrugada de este martes.
El velorio se hace en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI), que queda a pocos metros de Rodríguez Peña y Corrientes y es un espacio angosto y alargado. En el fondo está el cuerpo de Beatriz Sarlo, a cajón abierto. Unos metros más hacia la calle la despiden, muy pegadas las unas a las otras, unas cincuenta personas. Muchos se conocen: son historiadores, críticos, alumnos, periodistas, profesores de la Universidad.

“Hablamos porque no soportamos que no haya nada que se pueda decir”, reflexiona uno de los asistentes. Sin micrófono, frente a la pequeña multitud, el historiador y arquitecto Adrián Gorelik -que fue unos de los que acompañaron a Sarlo en sus últimos días- recuerda que en Punto de vista -la revista cultural que compartieron- Sarlo se convirtió, de hecho, en quien escribía las necrológicas.

Cuando alguien moría y los demás todavía estaban paralizados por el dolor, Sarlo se sentaba a escribir la nota sobre esa muerte: “No eran necrológicas que recordaran un hecho u otro de la persona sino un análisis brillante de toda su trayectoria de la persona”, contó. Pero un día Sarlo le hizo un planteo difícil: “Yo escribo las necrológicas de todos, ¿quién va a escribir la mía?” Ahí estaba él, haciendo, dijo: “este pobre intento de recordarla”.

Gorelik habló de Sarlo como la columna vertebral de Punto de vista. Contó que escribía un artículo “memorable” para cada número. Y habló de “su vanguardismo estético, tan convencido y radical como su reformismo político”.Vanguardismo estético y reformismo político, dijo algo que “quizás no sería tan contradictorio si pensamos que este reformismo en la Argentina se fue volviendo tanto o más improbable que la revolución que la movilizaba de joven, ahí sí, en plena sintonía con el radicalismo estético.

Lo escuchaban el ensayista Gastón Burucúa -que luego también hablaría-, Hugo Vezzetti -extitular de la cátedra de Historia de la Psicología-, las escritoras Pola Oloixarac, María Inés Krimer, Florencia Abbate y Gabriela Saidón, Jorge Telerman, la historiadora Hilda Sabato, el sociólogo Pablo Alabarces, los escritores Martín Kohan y Juan Diego Incardona, el investigador Ricardo Ibalucía, Horacio Tarcus -director del CeDInCI-, los periodistas Hinde Pomeraniec, Matilde Sánchez y Julián Gorodischer, la ensayista Andrea Giunta y Sylvia Saitta, quien ahora está al frente de “Literatura Argentina II”, la cátedra que ocupó durante años Beatriz Sarlo.

También estuvieron Carlos Altamirano -coautor de libros fundamentales con Beatriz Sarlo-, las críticas Adriana Rodríguez Pérsico y Renata Rocco Cuzzi, el cineasta Andrés Di Tella, el escritor Daniel Guebel, Adriana Amante y David Oubiña, sus grandes amigos; la profesora Celina Manzoni, el ensayista Julio Schwartzman, el escritor Daniel Samoilovich, los investigadores Gonzalo Aguilar y Alejandro Grimson, y muchos otros. En algunos grupos se señaló la ausencia de Diego Rojas, el joven periodista que estuvo muy cerca de Sarlo en los últimos años y que murió en mayo.

Más tarde Hugo Vezzetti contó cómo Sarlo había entendido temprano que era importante atender a la cultura popular, y por eso encargaba artículos sobre alguna telenovela o se iba a escuchar a “la Sole”. Y cómo disfrutaba de ir a las marchas y empaparse de la “cultura peronista”. La cultura peronista le interesaba más que la política de ese partido, dijo.

Y Gastón Burucúa señaló que con Sarlo se acaba una época. Un tipo de intelectual, una relación con la política que no se parece en nada a la “pospolítica”.

Palabras, vino, abrazos, anécdotas, ojos rojos por todas partes. Al final, una mujer se acerca con un clavel a donde está el cuerpo de Beatriz Sarlo y se queda un rato largo, con la flor apretada al pecho.
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