
James Cook fue un explorador británico que en su tercer y último viaje alrededor del mundo se encontró con una serie de eventos que marcaron su legado de manera compleja. Según cuenta Hampton Sides en su libro El Gran Gran Mar, Cook llegó a Hawái en enero de 1779, durante un festival en honor a la deidad hawaiana Lono.
La coincidencia de su llegada con el festival, y su navegación en la dirección que favorecía al dios, llevó a los locales a confundirlo con una divinidad. Este encuentro fue parte de un viaje que, a diferencia de sus expediciones anteriores centradas en objetivos científicos, estuvo profundamente ligado al colonialismo.
En sus dos primeras expediciones, Cook se dedicó a la observación científica, como el tránsito de Venus y la búsqueda de un continente desconocido en el Pacífico. Sin embargo, su último viaje fue diferente. Durante su segunda expedición, un joven polinesio llamado Mai convenció a Cook para llevarlo a Londres con la esperanza de obtener armas para sus enemigos en el Pacífico.
Años después, el rey Jorge III encargó a Cook devolver a Mai a Polinesia mientras buscaba un paso ártico que conectara los océanos Pacífico y Atlántico. Mai regresó con plantas y ganado, con la intención de transformar sus islas en réplicas del campo inglés.

El libro de Sides no solo narra el “primer contacto” de Cook con nuevas culturas, sino que también explora las consecuencias de sus acciones en la expansión del poder europeo. Cook se enfrentó a la realidad de que su influencia no siempre fue positiva.
Las enfermedades de transmisión sexual introducidas por sus marineros se propagaron, y los grupos indígenas que inicialmente lo recibieron con hospitalidad se convirtieron en negociadores hábiles, interesados principalmente en el hierro y las chucherías europeas.
Sides describe a Cook como un explorador-científico que intentó seguir una ética de observación imparcial, pero sus acciones en Hawái plantearon dudas sobre su compromiso con esta ética. En respuesta al robo de una cabra, Cook ordenó a sus marineros quemar aldeas enteras para recuperarla, lo que generó preocupación entre su tripulación sobre su juicio y equidad.
A medida que el viaje avanzaba, Cook se volvió más severo con su tripulación, utilizando el látigo disciplinario con frecuencia.

El colapso moral de Cook es presentado por Sides como un enigma. Algunos historiadores sugieren que enfermedades físicas persistentes podrían haber afectado su estado de ánimo. Sin embargo, sus diarios y registros ofrecen pocas pistas sobre su mundo emocional, describiéndolo como un técnico, una máquina de navegación.
El relato de Sides también destaca cómo los hawaianos y otros grupos indígenas percibieron a Cook, entrelazando historias orales para dar vida a las culturas polinesias y la Inglaterra imperial. Aunque el libro busca presentar una perspectiva moderna de la historia de Cook, inevitablemente recuerda las narraciones anteriores, atrapado en las ironías históricas que intenta trascender.
Finalmente, Mai regresó a su hogar con armas y las utilizó contra sus enemigos, mientras que los hawaianos se dieron cuenta de que Cook no era un dios. Tras intentar secuestrar al rey de Hawái para recuperar un bote robado, Cook fue asesinado en un enfrentamiento. Los británicos respondieron con violencia, masacrando a muchos hawaianos y quemando casas.
Es una historia que termina mal, pero deja enseñanzas y reflexiones, y cada año, al volver sobre ella, encontramos más cosas ocultas en el tiempo.
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