
El Museo Picasso de París inaugura una exposición que ilustra el voraz apetito de imágenes del pintor español, que coleccionó miles de postales, fotografías, carteles y revistas como fuente de inspiración.
“Picasso iconofago” es el título de la retrospectiva, abierta hasta el 15 de septiembre, con 87 obras, 55 de ellas pertenecientes a las colecciones del museo.
Picasso fue el ejemplo de un artista que supo aprovechar las técnicas de reproducción masiva de obras de arte del siglo XX, como las postales que empezaron a imprimir con abundancia los museos.
Allá donde no podía acudir para ver en directo los cuadros que le interesaban, el genio español adquiría imágenes para estudiarlos, aunque las reproducciones fueran en blanco y negro (colores que también fueron uno de sus medios de expresión preferidos”.

Hasta finales del siglo XIX “la reproducción reposaba esencialmente en los grabados o las estampas”, explicó Cécile Debray, presidenta del Museo Picasso.
“De repente hubo una explosión, un alud de imágenes nuevas, provenientes del mundo entero, y una apertura sobre las culturas extranjeras, no occidentales”, añadió. “Picasso es consciente de que hay otras maneras de ver y representar el mundo real”, explica.
Picasso coleccionó desde revistas humorísticas ilustradas, como la catalana “Papitu” hasta fotos eróticas, carteles, magazines británicos o estadounidenses que no podía leer, pero cuyas ilustraciones eran de máxima calidad.
La exposición se divide en cuatro partes: “Héroe”, “Minotauro”, “Voyeur” y “Mosquetero”. A partir de los cuadros clásicos de Jacques-Louis David y Nicolas Poussin sobre el mito del “Rapto de las Sabinas”, Picasso deshace y reconstruye esas imágenes, que le servirán de inspiración luego para su “Guernica” (1937).

Y también para un cuadro poco conocido del pintor: “Masacre en Corea”, de 1951, que bebe directamente de los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 de Francisco de Goya.
En “Minotauro” Picasso aprovecha la imagen del monstruo mítico, mitad toro mitad humano, reproducida en postales a partir de ánforas griegas, para explorar sus obsesiones sexuales.
Goya y sus grabados taurinos vuelve a aparecer como influencia determinante. Y esa parte de la exposición da paso a una sorprendente muestra de los materiales que llegó a acumular Picasso en sus talleres, una mezcla caótica de papeles de todas clases y tamaños.

Así como 66 placas de cobre dedicadas al tema de la Celestina, para ilustrar una edición especial de la novela de Fernando de Rojas, obra cumbre de la literatura española del siglo XV.
“Picasso” se reivindicaba también como “mirón” (“voyeur”). Ya sea de una mujer orinando en la playa (“La pisseusse” 1965) que se inspira de un aguafuerte de Rembrandt de 1631 o de un cuadro que lo obsesionó durante años, “El almuerzo sobre la hierba” de Edouard Manet (1863).
“Mosquetero” no solamente explora la atracción de Picasso por la figura del espadachín desde su infancia, sino también ilustra su forma de abordar el mito del Quijote, y su devoción por el Greco o Velázquez.

Exiliado en Francia, el genio español no podrá regresar nunca más a El Prado para admirar “Las meninas”, así que guardará decenas de láminas, fotografías o reproducciones para versionar el cuadro.
Paralelamente a la exposición, el Museo Picasso avanza en su enorme proyecto de digitalización de los fondos de la colección, que cuenta con más de 200.000 objetos de todas clases, cedidos al Estado francés por la familia en 1992.
El museo parisino lanzó el lunes un nuevo portal digital para facilitar el acceso a los aficionados y expertos. Y prepara, en otro palacete cercano a su sede, la inauguración “de aquí a finales de año” del Centro de Estudios Picassianos.
Fuente: AFP
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