
Todo empezó con movimientos ingeniosos de piernas, pasos fuertes hacia delante y hacia atrás, al ritmo de la música funk brasileña. Luego adoptó movimientos del break dance, la samba, la capoeira, el frevo... lo que hubiera.
El passinho, un estilo de baile creado en la década de 2000 por jóvenes de las favelas de Río de Janeiro, fue declarado en marzo “patrimonio cultural inmaterial” por los legisladores del estado de Río, lo que supone el reconocimiento de una expresión cultural nacida en los barrios obreros en expansión.
Los creadores del passinho eran chicos jóvenes con mucha flexibilidad y sin problemas articulares. Empezaron a probar nuevos movimientos en casa y luego a mostrarlos en fiestas funk de sus comunidades y, sobre todo, a compartirlos en Internet.
En los primeros días de las redes sociales, los jóvenes subieron vídeos de sus últimas hazañas a Orkut y YouTube, y el estilo empezó a extenderse a otras favelas. Nació una escena competitiva, y los jóvenes copiaron y aprendieron de los mejores bailarines, lo que les llevó a innovar aún más y a luchar por mantenerse en la cima.

“En mi vida, el passinho es la base de todo lo que tengo”, afirma en una entrevista el bailarín y coreógrafo Walcir de Oliveira, de 23 años. “Es donde consigo ganarme la vida, y puedo mostrar a la gente mi alegría y desahogarme, ¿entiendes? Es donde me siento feliz, bien”.
El productor brasileño Julio Ludemir ayudó a captar este espíritu y a descubrir talentos organizando “batallas de passinho” a principios de la década de 2010. En estos eventos, los jóvenes se turnaban para mostrar sus pasos ante un jurado que seleccionaba a los ganadores.
El festival Out of Doors, en el Lincoln Center de Nueva York, organizó uno de estos duelos en 2014, dando a conocer al público estadounidense los vigorosos pasos. Passinho traspasó las fronteras de las favelas y desconectó de las fiestas funk que suelen asociarse con la delincuencia. Los bailarines empezaron a aparecer en la televisión convencional y se ganaron el protagonismo durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río 2016.
Ludemir describe el estilo como una expresión de la “antropofagia” brasileña, el concepto modernista de canibalizar elementos de otras culturas para producir algo nuevo.

“El passinho es un baile que absorbe referencias de todas las danzas. Es un cruce de las influencias culturales que absorben los chicos de la periferia cuando se conectan con el mundo a través de las redes sociales en los cibercafés”, explica.
El baile también se convirtió en un medio para que los jóvenes se movieran sin problemas entre comunidades controladas por bandas de narcotraficantes rivales. A los hombres de las favelas les ofrecía una nueva salida, además de caer en la delincuencia o en el sueño demasiado común de convertirse en estrellas del fútbol.
Passinho fue declarado patrimonio del Estado por la Asamblea Legislativa de Río mediante una ley propuesta por la legisladora carioca Veronica Lima. Fue aprobada por unanimidad y sancionada el 7 de marzo. En un comunicado, Lima afirmó que era importante ayudar a “despenalizar el funk y las expresiones artísticas de los jóvenes” de las favelas.
Ludemir afirma que el reconocimiento del patrimonio consolidará a la primera generación de bailarines de passinho como fuente de inspiración para los jóvenes de las favelas.

Entre ellos está Pablo Henrique Goncalves, bailarín conocido como Pablinho Fantástico, que ganó una batalla de passinho allá por 2014 y más tarde creó un grupo de chicos llamado OZCrias, con cuatro bailarines nacidos y criados como él en Rocinha, la favela más grande de Río. El grupo gana dinero actuando en festivales, eventos, teatros y programas de televisión, y agradecieron el reconocimiento del patrimonio.
Otro grupo de danza es Passinho Carioca, del complejo de favelas de Penha, al otro lado de la ciudad. Una de sus directoras, Nayara Costa, dijo en una entrevista que procedía de una familia en la que todos se metían en el tráfico de drogas. Passinho la salvó de ese destino, y ahora lo utiliza para ayudar a los jóvenes, además de enseñar a cualquier otra persona interesada en aprender.
“Hoy doy clases a gente de más de sesenta años; passinho es para todos”, dice Costa, de 23 años. “El passinho, del mismo modo que cambió mi vida, va a seguir cambiando la vida de los demás”.
Fuente y fotos: AP. (AP Photo/ Silvia Izquierdo).
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