
Tiene 96 años y todavía sigue pintando con la misma asombrosa sensibilidad y tacto. Alex Katz, a quien lo distinguen sus pinceladas amplias, los colores fuertes y los grandes formatos, mantiene el vigor y la energía de un artista mucho más joven. Los años y una experiencia de más de medio siglo como artista le permiten una mayor libertad para asumir riesgos pictóricos. Nacido en Nueva York en 1927, Katz es uno de los representantes más importantes del arte contemporáneo estadounidense.
Considerado el inventor del “cool painting”, este artista rescata el arte figurativo con los contornos afilados del hard-edge y la planitud radical que se consideraban como el punto final de la pintura. Sus representaciones sencillas de la realidad cotidiana, tomadas de su cómodo entorno artístico y en las costas de Maine, conjugan el retrato y el paisaje con la abstracción pura y el pop art. Katz trabaja con la realidad sensual que le rodea, aunque de forma abstracta y radical.
El pintor pasó su infancia en el tranquilo barrio de St. Albans, en Queens, no muy lejos de donde la ciudad se encuentra con el océano Atlántico en una costa llena de luz de marismas saladas, pequeñas islas y playas. Seguramente este paisaje haya quedado grabado en la mente del artista. Sus grandes paisajes, expansivos y espontáneos, contienen matices de luz, color y composición que escapan al análisis.

Sus retratos, en cambio, suelen presentar figuras a gran escala con rasgos faciales simplificados y contornos precisos. A menudo, utiliza colores vibrantes y contrastantes para resaltar los rasgos distintivos de sus sujetos. Esto, tal vez, a diferencia de lo que sucede con sus paisajes lo torne inquietante como retratista. En Beach stop, sin embargo, se pueden observar ambas cualidades.
Katz lleva cuarenta años pintando gente junto al agua. Para él, la orilla siempre ha sido un lugar de relajación y sociabilidad humana informal. También es un lugar ennoblecedor, donde la austera horizontalidad de la tierra y el mar y la luminosidad de la luz sobre el agua dignifican la presencia humana.
Los cuadros de playa del pintor son a su modo la crónica de la migración masiva de clase media a las costas que se fue dando desde la década de los 50. Además de un agudo ojo para la sociología costera, se observa en estos cuadros cómo la austera horizontalidad de la tierra y el mar y la luminosidad de la luz sobre el agua dignifican la presencia humana.
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