
Bastaría enumerar las adaptaciones que se han hecho de los textos de Griselda Gambaro en las últimas décadas –en las salas porteñas siempre se va a encontrar alguna de sus obras– para advertir la fuerza aún vigente de su universo dramático. Poco tiempo atrás, en un momento álgido de las movilizaciones feministas, la realizadora Jazmín Bazán también percibió la resonancia de esa obra en los conflictos del presente, no tan lejanos de los que atraviesan los personajes creados por Gambaro, quien siempre estuvo atenta a las desigualdades sociales, políticas y de género de la sociedad argentina.
Fue por entonces que Bazán comenzó a armar el documental –su ópera prima– que se estrenó el jueves pasado en el cine Gaumont. Las visitas de la cineasta a la casa de Gambaro en Don Bosco se inscriben en el relato y muestran la faceta cotidiana de la autora, que a los 95 años todavía conserva la vitalidad con que fueron escritas sus obras. La película le presta la palabra a Gambaro para abrir el mundo de su escritura y también aporta los testimonios de algunos de sus colaboradores cercanos: Laura Yusem, directora de La malasangre –entre otras piezas–, la actriz Cristina Banegas, quien protagonizó –y también dirigió– varias de sus obras (La señora Macbeth, Decir sí), y Daniel Divinsky, editor de su producción literaria.
Una segunda línea narrativa, sin embargo, conduce el relato y abre otros espacios a través de la lectura de fragmentos de la dramaturgia gambariana recitados por la actriz Emilia Romero Palmieri. Con esa forma mixta, Gambaro traza un recorrido por los momentos significativos de una obra valiente que se enfrenta a las miserias y los misterios de la condición humana.
–¿Cómo se dio el acercamiento a Griselda para este proyecto?
–He leído desde muy joven las obras de ella y siempre me interpelaron muy directamente. Fue a partir de esas lecturas y de tener la oportunidad de conocerla que surge la idea del documental. Mi papá, que es artista plástico, fue alumno de su marido (Juan Carlos Distéfano) y llegué a conocerla de muy chica, aunque no recuerdo mucho de eso. Después la contacté a través de su hijo y le hice la propuesta. Primero fueron varias visitas hasta que logré convencerla para que me abriera las puertas para hacer el documental. Su primera respuesta fue que no porque es una persona con perfil muy bajo y realmente no quería mucha exposición.
–Elegiste una figura con una obra muy prolífica, que además es una referencia principal de la dramaturgia argentina. ¿Qué dificultades te presentó este personaje, más allá de la sencillez que muestra frente a cámara?
–Creo que justamente porque se trata de una figura como la de Griselda Gambaro me pareció fundamental poner en evidencia la subjetividad de esa narración. En ese sentido, la propuesta es más una lectura, mi propia lectura quizás, sobre la obra de Griselda. Hay necesariamente un recorte porque su dramaturgia y su figura habrían sido inabarcables para un documental de poco más de una hora. Por eso me pareció fundamental el trabajo desde el recorte subjetivo y desde cómo mi mirada vuelve sobre ella y sobre sus obras escritas.

–El documental indaga en el origen de esa escritura y la potencia de su voz. ¿Qué es lo que más te impacta de la obra de Gambaro?
–Lo que más me interpela es la fuerza política, social y feminista que encuentro en sus textos, además de una poética singular en su escritura. Fundamentalmente es esta combinatoria de fuerza poética y política con la que ha generado obras de una contingencia impactante. Eso es lo que intento trabajar en el documental en contraposición con esta personalidad de una sencillez única y de muy baja exposición como es ella.
–Además del registro documental, hay un acercamiento al imaginario de la autora desde cierta dramatización de algunos pasajes de su obra, ya sea con lecturas o con performances. ¿Por qué elegiste ese camino narrativo?
–La idea fue traspolar algunos fragmentos de sus obras focalizados en personajes femeninos a contextos y a espacios no teatrales, en los que adquieren diferentes capas de sentido. Quise poner en diálogo esos textos atravesados necesariamente por un recorte subjetivo con estos otros espacios que le dan un espesor a las palabras. De ahí es que surge esta segunda línea narrativa menos documental, pero que tiene que ver con un posicionamiento desde nuestra actualidad para pensar las obras de Griselda en relación con las luchas feministas y con otras cuestiones que ella trabaja ya en los años 60 con una vigencia impresionante.
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