
Milcíades Peña tenía 32 años cuando se suicidó. Su militancia, que siempre fue intensa, y su capacidad autodidacta le permitieron convertirse en un intelectual que polemizaba con destreza desde las revistas de la izquierda argentina. Fueron las patillas. Murió en la noche del 29 de diciembre de 1965, en su estudio de la calle Suipacha. Joven, muy joven: 32 años. Había nacido en La Plata el 12 de mayo de 1933, diez días después que, del otro lado del mundo, en Alemania, Hitler prohibiera los sindicatos. Eran tiempos confusos pero vigorosos para una clase obrera que, en cada país y a su tiempo, pujaba por constituir su propia historia.
Porque acá, en Argentina, con la llegada de Perón a la Secretaría de Trabajo y Previsión, creada en 1943, los trabajadores comenzaron a tener un rol más protagónico. Aunque Milcíades Peña establece algunas matices, sobre todo en lo que ocurrirá en las dos décadas posteriores. Antes, a la salida de la Década Infame, escribe, “las masas populares estaban hartas de la sucia política, desmoralizadas y escépticas, burladas una y otra vez por los partidos tradicionales (...) la combatividad de la clase obrera tendía a cero”. ¿Y después? Para Peña, comienza un proceso “múltiple y eficaz” de “estatizar al movimiento obrero”.
Lo explica así: “Un porcentaje siempre creciente del proletariado carecía de toda experiencia sindical y política por tratarse de masas del interior recién ingresadas a las fábricas. Perón supo aprovechar esta situación. Concediendo mejoras a la clase obrera se ganó su confianza, y en ella encontró un respaldo cada vez más sólido y entusiasta contra la burguesía argentina y el imperialismo norteamericano”. Su caracterización del peronismo, al que define de “bonapartismo”, es tajante: “preservó, pues, al orden burgués, alejando a la clase obrera de la lucha autónoma” y “sumergiéndola en la ideología del acatamiento a la propiedad privada capitalista”.
Todo esto lo desarrolló con lúcida argumentación en un texto titulado “Una década decisiva en la formación de la moderna clase obrera argentina: 1935-1945″ que forma parte de un libro que acaba de publicar Ediciones IPS: Debates sobre la burguesía argentina, la liberación nacional y el peronismo. El libro posee un ensayo preliminar de Alicia Rojo y Gabriel Piro y dos obras de Peña: “Industrialización y clases sociales” e “Industria, burguesía industrial y liberación nacional”. Ambas forman parte de lo que se conoce como el “pensamiento maduro” de Peña, aunque ¿cuándo comienza la madurez para alguien que vivió apenas 32 años?

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Hijo de un bibliotecario y una maestra, la lectura entró a su vida a la más temprana edad. También la militancia: ingresó en las Juventudes Socialistas de La Plata de muy, muy chico, hasta que en 1947, con quince años, ingresó en el Grupo Obrero Marxista (GOM), de orientación trotskista, liderado por Nahuel Moreno, histórico dirigente, fundador de organizaciones como Palabra Obrera, PRT, PST, MAS. Fueron amigos y compañeros, pero quedaron enemistados, distanciados. Algo ocurrió entre ellos que quedó enturbiado tras la muerte de Peña. El investigador Horacio Tarcus escribió al respecto en un largo texto dedicado a Peña.
Tarcus habla de un “rumor político”: “Peña se habría alejado de la corriente morenista apropiándose de las tesis de su principal dirigente, Nahuel Moreno. Y, más importante aún, su suicidio en diciembre de 1965, según este rumor, era una consecuencia de su pérdida de la fe en la victoria revolucionaria del proletariado (...) El propio Moreno lo insinúa en curso sobre historia argentina dictado en 1972, donde Peña es mencionado sólo una vez, y para señalar que el discípulo repetía al maestro: ‘He discrepado, junto con Peña, aunque éste muchos años después, con la concepción de que el Banco Central es una creación directa del imperialismo inglés’”.
Los motivos del suicido no son claros. Tarcus dice que entre “las más inverosímiles conjeturas” hay una “que circuló preferentemente entre los círculos de la ‘izquierda nacional’” que “aludía a las contradicciones de su doble rol de intelectual marxista y de investigador de mercado, aquella dualidad que le permitía como Parera Dennis fungir como el crítico más despiadado de la burguesía local y al mismo tiempo aparecer como Milcíades Peña colaborando en la mismísima Revista de la UIA; aquella tensión que hacía tolerable explicar a los mismos empresarios que despreciaba, cómo debían llevarse a cabo las investigaciones de mercado”.
“Peña sólo criticaría públicamente al morenismo en un artículo póstumo, publicado cuando ya se había suicidado”, escribió Osvaldo Coggiola en El trotskismo en la Argentina. 1960-1985, pero Tarcus dice que no, que el texto al que se refiere, “El legado del bonapartismo. Quietismo y conservadurismo en la clase obrera argentina”, fue publicado en 1964, un año antes de su muerte. En ese texto, que cierra el libro de Ediciones IPS, se pregunta: “¿Es que el quietismo y el conservadurismo son características de la clase obrera argentina en su conjunto, o se trata más bien de características propias de la burocracia sindical, que le impone a toda la clase?”

Para José Pablo Feinmann, Peña fue un “hombre de una inteligencia luminosa”. Y si bien el suicidio y cierto pesimismo en sus últimos escritos hayan oscurecido la luminosidad de la que hablaba Feinmann, en este libro se puede leer una chispeante y encendida argumentación que va desde la polémica con Jorge Abelardo Ramos —”el singular talento de este escritor consiste en escribir con especial desembarazo sobre cosas de las que no sabe nada”— hasta los dardos certeros al pacto entre la burguesía industrial y los terratenientes “mediante la capitalización de la renta agraria y la territorialización de la ganancia industrial”.
En la figura de Peña se amalgama toda una época. Tras la caída de Perón, con el golpe de 1955, el trotskismo se debatía en torno a una estrategia compleja, la del “entrismo”: ingresar en lo que entonces se llamó Resistencia —proceso que se dio en fábricas y barrios con luchas clandestinas— como la “fracción trotskista legal del peronismo”. El investigador Hernán Camarero escribió que Peña “no solo no desplegó reparos a dicha orientación, sino que se encargó de hacer uno de los intentos más profundos de fundamentarla teóricamente”. Es que de eso se trata la posición de este intelectual: entrelazar teoría y práctica.
La pregunta por la actualidad de Debates sobre la burguesía argentina, la liberación nacional y el peronismo se responde en su misma lectura: la necesidad de un análisis profundo de la realidad se corresponde en todas las épocas para poder, así, caracterizar los fenómenos de masas, los actores en juego y sobre todo pensar la lucha de clases sin miradas concesivas. Pero la actualidad se ve no solo en el libro, sino también —insisto— en la figura de Milcíades Peña, un joven trotskista para quien, como escriben Alicia Rojo y Gabriel Piro en el ensayo preliminar, “la objetividad teórica no tenía nada que ver con la imparcialidad política”.
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