
Didascalia: se observan cuatro banquetas, varios atriles, algunos vacíos y otros con hojas, de fondo una pared de ladrillos a la vista. Ingresan cuatro personas que, antes de llegar al espacio escénico giran hacia los presentes y preguntan “vos, qué viniste a ver”, para luego concluir “lo que van a ver no es nada de eso o todo a la vez… Es Zitarrosa sin ser homenaje… es un recorrido sin ser lineal… es esta experiencia que haremos juntos…”.
Una tarde Alfredo Piro y Analía Sirio me invitaron a tomar un café. Habían visto Amado Pedro, un espectáculo de Francisco Pesqueira que recuperaba la filmografía de Pedro Almodóvar con mi dirección que se encontraba en cartel en el Teatro Payró. Mientras los tres pocillos humeaban granos molidos me proponían el seguimiento de otro autor, el de Alfredo Zitarrosa. Era todo un signo pasar de Madrid a Montevideo, casi un recorrido que los exilios del poeta habían marcado a fuego en sus propios versos.
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Ahora debía, desde Spotify, volver a las canciones que sonaban en los cassette de mis padres, googlear su producción poética, encontrar vía streaming el documental que recupera su vida a través de su voz y sus objetos. Investigar aquello desde hoy, resignificar e hilvanar para generar una cartografía a recorrer. De algo estaba seguro. Quería diseñar un viaje de manera colectiva, como posiblemente lo hubiese hecho él mismo con sus músicos. Un circuito que no fuese lineal, que superase los bordes del recital y que ofreciese más una experiencia que un hecho a espectar sobre un escenario.
Al convite aventurero de Alfredo y Analía se sumaron Emiliano Petrocelli y Victoria Vivanco con sus respectivos instrumentos… él con su guitarra y su don de arreglador y ella con su violín y su arco.
Nuestro GPS nos devolvía algunas palabras claves. Zitarrosa era cantautor, poeta, escritor, locutor y periodista. Había nacido un 10 de marzo de 1936 en Montevideo. Pero como decimos en nuestro espectáculo, uno nace muchas veces y él las nació todas. Ese que supo nacer y ser criado volvió a ser parido en cada regreso a su tierra, en cada vuelta de exilios. Pero queríamos indagar en torno a dos preguntas: ¿cómo escuchar a Zitarrosa? y ¿por qué cantarlo?
Sobre la primera inquietud descubrimos que escuchar a Alfredo es entrar en conversación. “Converso con sus versos” deslizaba uno de nosotros entre mates y tarareos. Surgía también el movimiento como parte ineludible del acto de escuchar su música, como una pollera azul de lino moviéndose al compás de una negra guitarra. Oir las coplas de su canto charrúa trae fraseos de amor herido, milonga madre que confirma que el ritual de la escucha requiere preparar el sitio y el momento justo en que la púa recorrerá los surcos del disco.

Ahora bien, sobre la segunda pregunta, la de “por qué cantarlo”... En la investigación que requirió este espectáculo una frase se grabó a fuego en mi escritura: “Los árboles de mí país son míos”. Quizá cantamos su música porque nos recuerda eso, que somos parte de esta tierra que habitamos, cuyos árboles son nuestra historia en su sombra y en los pliegues de su tronco. Tal vez lo cantamos por la fuerza de sus versos: “Tengo un canto que me canta, tal vez para que me asombre cuando canto soy un hombre con un pueblo en la garganta”, “al pobre nadie lo hamaca, nadie tasa su desgracia la justicia es una vaca pastando en la democracia”. O cantamos sus temas por la gravedad de su voz, o por las metáforas de su discurso. Puede ser que lo cantemos por los sepias de sus melodías sonando en nuestra propia infancia, en la porteña añoranza de un presente más justo que silbaban nuestros viejos mientras andábamos de plaza y figuritas. O quién te dice sea por todo eso: por nuestros recuerdos, por los justos sueños de aquellos, por la fortaleza de su pluma y por sus árboles, los de su Uruguay, que también son un poco nuestros en esta América porque “no habrá camino que no recorramos juntos, tratamos el mismo asunto orientales y argentinos, ecuatorianos, fueguinos, venezolanos, cuzqueños; blancos, negros y trigueños forjados en el trabajo, nacimos de un mismo gajo del árbol de nuestros sueños”.
Otra didascalia: Lo que sigue será un momento dinámico, lúdico en relación con las palabras.
Pasar de la investigación al texto, del texto a las canciones, de las canciones al juego y del juego a la escena fue un recorrido intenso que por momentos incluyó la siempre maravillosa experiencia de perderse. Reunir anécdotas y entrevistas en una dramaturgia que a su vez se entrame con el universo de la canción fue un desafío apasionante. Por otra parte encarar las canciones como piezas que podían superponerse, romperse, recomponerse y resignificarse nos permitió abordar el repertorio de una manera novedosa, diferente y, sin perder su espíritu, cargada de nuevos sentidos.
Aquí, en esta experiencia compartida, no hay telón. Todo inicia entre mesas, con el aroma de aquel café donde todo empezó, con el mismo deseo de invitar a un viaje colectivo. No tenemos salidas por bambalinas, acá terminamos reunidos en un mismo canto y es la canción la que se le impone al aplauso.
* “Recordándote (por qué cantamos Zitarrosa)”.
Sábados 6, 13, 20 y 27 de MAYO a las 17 horas en Pista Urbana (Chacabuco 874, CABA)
Alfredo Piro: canto y textos
Analia Sirio: canto y textos
Victoria Vivanco: violin
Emiliano Petrocelli: guitarra, dirección musical
Emiliano Samar: dirección general
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