El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) arroja luz sobre la poco conocida faceta de dibujante de la modernista estadounidense Georgia O’Keeffe (1887-1986), con más de un centenar de obras en papel que muestran su creatividad compulsiva y su cuidado por los materiales.
La exposición, llamada To see takes time (Ver lleva tiempo) y que abrirá al público el 9 de abril, ahonda en sus años formativos, entre 1915 y 1917, cuando produjo más dibujos que durante toda su carrera, e incluye piezas posteriores en las que elige este medio para experimentar después de haberse labrado un nombre.
Se trata de la primera presentación específica que dedica el MoMA a O’Keeffe desde 1946, año en el que organizó la primera retrospectiva de una mujer artista, y para la ocasión ha reunido series de dibujos procedentes de decenas de colecciones e instituciones que permiten asomarse a su proceso de trabajo.

La artista, recordada sobre todo por sus flores, paisajes y calaveras en lienzos de tonos pastel, se toma el “tiempo para ver” -y dibujar- un dolor de cabeza, una tienda de campaña o lo que observa en los imponentes paisajes de EE.UU. y de sus viajes por el mundo, todo ello mezclando representación y abstracción.
Nada más entrar, llama la atención la serie “Número 8 especial”, una espiral inspirada en un violín y plasmada en carbón y en acuarela azul, sobre la que sugirió una obsesión: “He hecho este dibujo varias veces, nunca recordando que ya lo había hecho antes y sin saber de dónde vino la idea”, dejó escrito.
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“Vemos un lenguaje abstracto radical muy reducido que no sería el que asociamos a Geogia O’Keeffe. Normalmente pensamos en ella por sus formas orgánicas o biomórficas”, explicó la curadora, Samantha Friedman.

Ese “lenguaje minimalista” con el que busca “capturar formas pero también ritmos” predomina en los inicios de su carrera, incluyendo unas obras que expuso en la galería 291 de Nueva York, del fotógrafo Alfred Stieglitz, que más adelante se convertiría en su marido y a quien enviaba cartas que complementan las obras.
Entre todas las series destaca “Evening Star”, que consiste en ocho acuarelas de un horizonte sobre el que brilla una estrella al atardecer, y en el que refleja la progresión de los colores casi fotograma a fotograma hasta culminar en una última pieza más grande y de mayor calidad, pintada en papel japonés.
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“Es casi como si estuviera expresando la imposibilidad de capturar algo como el ocaso en una sola imagen, porque es algo que ocurre con el paso del tiempo”, apostilló Friedman, señalando que O’Keeffe las pintó siendo profesora en 1917, en Texas, antes de despuntar, cuando investigaba con pocos materiales.

De esa época sale también una “sorpresa” que son sus series de retratos, comenzando por unos claramente representativos en los que se pinta sentada y desnuda, y otros absolutamente abstractos en los que su amigo Paul Strand aparece expresado a través de un trazo irregular oscuro sobre fondo de colores.
O’Keeffe, según los textos de la exposición, dijo que algunas personas le hacían “ver formas”, como en aquel caso, pero casi tres décadas después plasmó el rostro de otro amigo, el artista afroamericano Beauford Delaney, de manera casi fotográfica, en una serie en carbón y que termina con una obra en pastel.
“Cuando hace estos retratos, reconoce que lleva tiempo entender a otro humano (...) y que no se puede recoger la complejidad de una persona en una imagen. Y se toma el tiempo para ver a la gente en los retratos, como si viera un fenómeno natural”, agregó la experta.
Fuente: Efe
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