¿Y qué pasa cuando muere un cineasta, un director de aquellos que amamos? Lo más probable es que, de pronto, estalle en la mente la imagen de alguna de sus películas, una secuencia, unos actores, un diálogo o una imagen muda. Luego, tal vez, aparezca la imagen misma del director, detrás de cámara, en una foto, una entrevista, una voz. Seguramente así haya pasado cuando este martes 13 falleció Jean-Luc Godard, el gran, el gigantesco Godard, el iconoclasta, el rebelde y siempre vanguardista Godard. ¿Qué imagen, cuál de todas sus películas, habrá estallado en tantas personas al conocerse la noticia?
Muchos habrán recordado a Jean Paul Belmondo acariciándose el labio superior con el dedo pulgar frente al afiche con la cara de Humprey Bogart en Sin aliento. ¿O habrá sido Jean Seberg voceando el diario New York Herald Tribune entre los autos que van por les Champs Elysees cuando Belmondo le dice que se vaya a Roma con él? Qué película fabulosa Sin aliento, ese guión improvisado, ese montaje, ella, él, y detrás de todo Godard, que nos legó esas tomas (y ese debut genial, debut además de la Nouvelle Vague).
O habrá sido esa imagen de Pierrot le fou cuando Belmondo y Anna Karina van conduciendo y conversando en un descapotable y de pronto él se da vuelta y dice algo y ella le pregunta: “¿A quién le hablás?”. “Al público”, dice él, y ella mira unos microsegundos de costado hacia atrás. Ay, qué orgasmo breve, intenso en pantalla grande (para los no contemporáneos del director, siempre quedaba la posibilidad de la pantalla grande -gracias al azar, también- de un ciclo en la Lugones, el Malba, también el Museo de Bellas Artes, la ENERC, por milagro el Gaumont, y así).

¿Y a quién no se le aparecería la escena de A Band Apart con los protagonistas bailando la coreo en el Madison? Felicidad pura. Oh, Godard, tan felices y llenos de cine hiciste a tus seguidores como los metiste en problemas para dar cuenta de una gramática fílmica novedosa, una lengua del cine extraterrestre con la que te comunicabas con quien por fin, atento, hacía el esfuerzo por entender un montaje que no era más que humano, pero que exigía del humano un mayor entendimiento para que el cine se convierta en eso más grande que la vida misma.
Adiós, Jean-Luc, gracias por tu cine, por las acciones políticas en Cannes en ese 1968 para solidarizarse junto a otros de los tuyos con la huelga general que se le plantaba a De Gaulle y a los estudiantes que seguían a los obreros (a quienes ustedes también seguían). Gracias por La Chinoise. Una buena manera de despedirlo es ver en MUBI El libro de imágenes, su film de 2018, ganador de la Palma de Oro Especial en el festival de Cannes.

¿Y luego? Bueno, se sabe que dios no existe. Pero también que el cine es más grande que la vida misma. Entonces, ¿no podrían llegar estas escenas o películas enteras a un sitio celestial en youtube donde los directores que se van intercambian sus videos con otros directores?
Kubrick con la escena de Jack Nicholson rompiendo la puerta con un hacha en El resplandor o la escena de Eyes wide shut de la fiesta negra a la que llega, colado, el personaje de Tom Cruise. Pasolini y el momento en el que Mamma Roma hace la calle con ese vozarrón en las plazas de una ciudad de personajes marginales. O cuando los púberes enamorados y cuyas familias se oponen a ese amor duermen en el balcón pero el padre los encuentra desnudos los obliga a casarse en El Decamerón. Y en un costado Hugo Santiago y el pelotón de hombres y mujeres que se unen a la resistencia en Invasión.
Agnes Varda recorriendo París para buscar a los actuales espigadores, recolectores que no son sólo cuadros decimonónicos. Michael Curtiz cuando decidió que su elenco cante en el bar de Rick todos juntos la Marsellesa para desafiar a los nazis en Casablanca. ¡Pino Solanas con esa asamblea operaria filmada en la dictadura más sangrienta de nuestra historia en Los hijos de Fierro y esa Buenos Aires fabril, suburbana! Y así.

¿No sería deseable un cielo de los cineastas parecido a este? Podrían jugar, filmar, editar, lidiar con los actores, amarlos, odiarlos, pelearse con las productoras y al final hacer obras para amarlos más allá de la vida misma?
Sí, sería deseable. Chicos, diviértanse ahí. Ya nos han dado todo.
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