
Dicen los diccionarios que la soledad es la “carencia voluntaria o involuntaria de compañía”, y es una definición certera. Se puede añadir que la soledad implica mucho más que lo que las palabras pueden definir. Los secretos, escrita y dirigida por Juan Andrés Romanazzi y protagonizada por Paula Fernández Mbarak e Iván Moschner, es una obra que ilumina –con una luz tenue para no perturbar la melancolía de sus personajes– las soledades de los protagonistas que, tal vez, sean similares a las soledades de todos, en mayor o menor medida. Frente a la obra el espectador asiste a una paradoja: la soledad existe, se puede vivir con ella, en ella, pero también se debería avanzar más allá, y aparecen entonces esas estratagemas secretas que existen no solo para disimular la soledad, sino para convencerse de su inexistencia o buscar al otro en el terreno de lo imposible.
Ella es o fue una docente (o fue una docente y ya no lo es, pero sigue creyendo que continúa siéndolo, tal vez) que habita un espacio lleno de libros, libros por todos lados, en cada lugar del piso e historias de desamores que comparte con el vacío o con su interior. Mientras tanto su mente analiza su propio discurso y el de los demás y escanea gramaticalmente los diálogos o partes de su soliloquio a través de figuras retóricas o tropos que le dan un orden lingüístico, pero orden al fin, a su mundo.
Un tótem la separa del otro lado.

Del otro lado está él, como ella, un hombre maduro y que, pese al uniforme de personal de seguridad que viste, está cubierto por un manto de indefensión. Pronto contará que hace poco perdió a su madre, tal vez la única mujer que quiso en el mundo y se nota que ella lo quería por igual, totalmente. Cuenta el uso que le da a la pantalla de su celular, bajando y bajando con el índice las imágenes, como un sistema de tintes filosóficos. Cuenta que visita a una psicóloga a la que le cuenta no su vida sino las vidas que querría vivir él. Cuenta que trabaja vigilando, desde un panel, once o doce entradas a edificios a la vez.
El tótem es él: una de esas cámaras de vigilancia que muestran al que mira, un panóptico que vigila, pero que también muestra una cara que puede ser vigilada. Un panóptico de ida y vuelta, podría ser.
Y de esa imagen, de la que nada sabe salvo que una vez emitió una frase con una afiliación gramática perfecta, ella se enamora. Y él se pregunta por aquella mujer que se detiene a mirar su imagen día tras día, es decir, lo mira a él.

Mientras una dramaturgia potente, emocionante y plena de humor guía a los personajes, una música de piano se emite y acompaña desde el escenario mismo. Las actuaciones de Mbarak y Moschner (siempre dúctil en su labor) son notables y permiten a sus personajes transcurrir ese tramo de vida dramática en el escenario de un modo que trasciende el momento de caer el telón. Juan Andrés Romanazzi es un director y dramaturgo joven que podría hacerse notar, sin embargo, resulta evidente al espectador que la sencillez y al mismo tiempo complejidad de los trazos escénicos a los que apela son el fruto de un largo aprendizaje en el que se difuminan las edades para que se cuente el talento, nada más.
Funciones: jueves a las 20 hs en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Reserva de entradas en Alternativa Teatral.
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